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Somos una sociedad que reproduce desprecio

Conmemorar otro día de No a la homofobia y la transfobia en medio de un crecimiento de violencia hacia personas LGBTIQ, da cuenta que todavía no hay cambios en la estructura prejuiciosa de la sociedad que sigue despreciando la diversidad sexual y de género.

15 de mayo de 2022. El desconocimiento o la privación de derechos, se reconocen como una práctica discriminatoria inspirada en la exclusión social y los prejuicios subjetivos heredados de las construcciones colectivas y hegemónicas. Hay varias maneras de discriminación, desde las más brutales formas institucionales de misoginia, racismo y homofobia, como genocidio y/o apartheid y la violencia por prejuicio, hasta formas más abrigadas, por la cual, ciertos grupos raciales, sexuales y étnicos se encuentran privados del pleno disfrute de los mismos derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales, que los demás miembros de la sociedad de manera sutil, generándoles  falencias en el goce de ellos, limitando su libertad y  amenazando su dignidad, obstaculizando así su proyecto de vida buena.

El mejor escenario para leer la frustración de la modernidad, ante la ausencia de consolidar la dignidad humana como eje de la vida cotidiana se expresa en las luchas por el reconocimiento de derechos que se han articulado en los nuevos movimientos sociales LGBTIQ; quienes por la emergencia social de sus agendas y ante la precarización que experimentan en sus vidas por la falta de garantías de derechos y políticas de igualdad, han decidido visibilizarse, resistir y exigir reconocimiento a sus derechos, recibiendo en respuesta violencia y desprecio.

Acudir a las experiencias sociales de los grupos LGBTIQ que reivindican sus derechos en escenarios donde la democracia parecía haber conquistado la igualdad en parámetros de derecho a la igualdad y la no discriminación, es fundamental para abordar a las construcciones relacionales de la sociedad, identificando los riesgos del igualitarismo en perspectiva de justicia social.  Pues un ejercicio etnográfico de la sociedad permite observar la permanencia de prácticas que soportan los estereotipos de la discriminación y ello puede dar cuenta del reclamo de éstos grupos históricamente excluidos; es más, si miramos en el marco del Estado Social de Derecho el uso  del lenguaje político-jurídico para referirse  a estos grupos poblacionales, se suscriben en normas y leyes que teóricamente propone la igualdad pero que en la práctica están alejadas de la realidad de los individuos asegurando, de manera contraria, como que “hay derecho a ser discriminado”, no solo en la aplicación de la ley, sino que también se da en otros ámbitos.

Podríamos incluso decir, para este ejemplo, que la urgencia de una nueva propuesta de sociedad, ante el fracaso de la actual,  es generada en gran medida por acciones cotidianas que con una base estructural en una matriz sexo genero heterosexual y cisgénero, valida acciones  comola exclusión social, la marginación, la normalización de prácticas prejuiciosas y los asuntos violatorios que a diario se presentan naturalizados socialmente que si bien, encuentran impedimento en el lenguaje constitucional que valora la diversidad para no discriminar, en  las vivencias cotidianas se presenta la diversidad como condición para  excluir; generando  el reto  político de instaurar pautas desde el quehacer social, que  no solo determinen y establezcan posibilidades reales frente a los vacíos normativos, sino que, reconozca las luchas histórico-sociales de equidad  y reconocimiento como un mandato para pasar del diagnóstico de la  discriminación a la acción transformativa, que garantice para las personas LGBTIQ, las pretensiones de validez y las herramientas axiológicas por parte del Estado y de la sociedad, clasificando y valorando la diversidad como fundamento del reconociendo de los derechos de todos y todas.

Sin embargo, la falta de políticas de reconocimiento en los estados modernos ha hecho que la recuperación de la democracia y la eliminación de los efectos desviados del capitalismo seas inocuos en materia de bienestar; pues los resultados, más que una “sociedad de derechos” son la inequidad y la injusticia social, la mala distribución de las riquezas y la profundización en la división de clases, produciendo hacia ciertos grupos poblacionales que tienen en común un contexto de marginación, una mirada desde la “patología social”, como llama Honneth  a esta crisis  de identidad y reconocimiento que se inicia en el momento  en el que la organización de la sociedad comienza a reprimir  el potencial que la otredad aporta al constructo colectivo a partir  de la realización “de los proyectos de vida”, requisito  para que el desarrollo social no sea la mutilación de las experiencias vividas sino su expresión en escenarios  construidos y no  impuestos.

Esta patología social o frustración del proyecto de poder vivir juntas en igualdad de derechos se evidencia a partir de la falta de reconocimiento y prácticas de exclusión. Pues se hace conciencia que existe la otra persona, pero no se le otorga valor, se es nominado, pero no reconocido: ya el sujeto no recibe garantías de derechos, sino que es determinado por ciertos derechos que le competen a su rol social y a los cuales accede  como servicios; es decir con mediación del capital; además de ello, ese acceso, es determinado por unas mayorías que rechazan de ella el aspecto que la hace diversa y por tanto aniquilan su condición de igual obligándolo a asumir un rol en  minoría de condiciones  como las “sin nombre”, “las excluidas”, “las odiadas “ o las ”invisibles”, de la sociedad, para las cuales  cualquier o en su defecto ninguna pretensión de reconocimiento es necesaria.

Podríamos afirmar que el problema de la discriminación es en el fondo la frustración de los derechos humanos en las democracias. El enfoque de la inicial atención internacional en éste tema en los últimos años, fue concentrado en la segregación racial en África del Sur, una práctica que acabó en 1994. No obstante, la lucha contra el odio racial, sexual y étnico continuó a lo largo de la década de los 1990 con uno de los peores conflictos étnicos visto por el mundo en los Balcanes; hasta las actuales luchas de los migrantes en países como Colombia, España, EE UU y  Francia resistiendo a políticas excluyentes, que son más agudas cuando además eres LGBTIQ, acciones que cultivan toda una estructura prejuiciosas con la diversidad y  unas prácticas sociales, culturales y económicas marcadas por la exclusión  y los privilegios.

Estar nuevamente conmemorando el día de la No homofobia y transfobia y continuar bajo el liderazgo de proyectos políticos que validan discriminar, prácticas comunitarias que son cómplices de la exclusión y acciones capitalistas que nombran la diversidad solo para medir nuevas fuerzas en el mercado y no ampliar el horizonte de derechos, asegura, hoy más que nunca, no solo no hemos transformado la matriz opresora que reproduce la violencia como acción cotidiana, sino que no reconocemos que el verdadero problema de la sociedad es nuestra facilidad de despreciar e invisbilizar al que nos interpela desde la otredad y que solo espera vivir en un mundo donde la pluralidad sea la expresión de la democracia y la libertad.

Wilson Castañeda Castro.  Director Corporación Caribe Afirmativo