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No se mata lo que no se olvida: la memoria de Rolando nos impulsa a luchar para superar las injusticias y rechazar los prejuicios y la discriminación

A los 16 años del asesinato de Rolando Pérez, aún continúa en la impunidad y reflejando lo difícil que es para las personas LGBTIQ+ construir un proyecto de vida en este país.

De los mayores recuerdos que tenemos de Rolando en sus años de vida entre nosotros es su pregunta terca de “¿Por qué en Colombia se responde con violencia a las expresiones de diversidad?” Es que, luego de vivir unos años apacibles en Cuba, si bien se enamoró rápidamente de la magia de Cartagena —que se le hizo muy similar a su Habana vieja— se sentía muy cuestionado por la sistemática y naturalizada práctica de odio que observaba en este país ante cualquier expresión de  diversidad sexual y de género, autonomía y exigibilidad de vida digna. Dicho cuestionamiento lo llevó a escenarios que pusieron en riesgo su integridad, hasta el punto de generale miedo; tenía miedo a salir, miedo a viajar, miedo a estar en el espacio público, bajo la presunción de que su orientación sexual homosexual o su amor por una persona del mismo sexo lo hicieran depositario de esa violencia que tanto le asustaba.

La mañana del 24 de febrero de 2007, amigos y cercanos de Rolando, con el dolor que quizás más les ha marcado en su vida, fueron testigos de cómo este temor se hacía realidad; en su apartamento ubicado en el barrio  Torices de Cartagena, fue encontrado sin vida. Un victimario que, al día de hoy, seguimos sin saber quién es, entro a su apartamento sin forcejear ningún cerrojo, se ganó su confianza y, cuando estaba ya en estado de indefensión, procedió a golpearlo en su cabeza con un objeto contundente que había comprado Rolando en su viaje al Amazonas,  hasta dejarlo sin vida. 

Sus amigos recibieron una llamada del programa radial ‘Siempre es domingo’, de la emisora Comfenalco Estereo, que siempre grababa los sábados. Quienes, durante años, estuvieron acostumbrados a su puntualidad, percibieron con extrañeza su inasistencia al estudio en la mañana de ese sábado. Sus amigos fueron a su casa para ver qué había ocurrido y encontraron la escena ya señalada. El dolor, la rabia y la impotencia fue impregnado a cada una de sus amigas y amigos que iban llegando a buscar a “Roli”, pues, además, ese día era su cumpleaños y sus amigos se preparaban para celebrar su vida, no su muerte.

Minutos después, llegó a la escena del crimen el comandante de la Policía de Cartagena —el tristemente recordado general Mena, que, en ese entonces, era coronel— y se puso al frente de los hechos. Al principio, mostró mucho interés por tratarse de un extranjero pero, cuando quiso preguntar por familiares de la víctima, entre el grupo de personas indignadas, un joven levantó la mano y dijo “soy yo”. En ese momento, el coronel le preguntó “¿Qué relación tiene con él?”, a lo que ese jóven respondió “soy su pareja”. Ante esto, la expresión facial del policía volvió a expresar el odio que tanto asustaba a Rolando y, con expresiones ampliamente homofóbicas y prejuiciosas,  fue descalificando la gravedad el hecho, dándole responsabilidad a la víctima por ser un hombre gay y, a su vez, cuestionando si sus prácticas sexuales eran las responsables de tal desenlace.

Lo que esta declaración irresponsable generó en la sociedad fue un ejercicio sistemático de odio en la Cartagena turística. A la exigencia de sus amigos de que no quedara en la impunidad, la Personería respondió que el caso no era de su competencia porque se trata de un extranjero. Por su parte, la alcaldía advirtió que ellos no tenían mecanismos. En el caso de la Policía, nunca se retractó de sus expresiones de discriminación; la prensa local gastó mucha tinta en hablar de la vida licenciosa de los homosexuales y, por otro lado, la Procuraduría tímidamente le pidió al comandante que se disculpará, pero él, ni en ese momento, ni nunca lo hizo. Así pasaron los días, llegó el momento en trasladar su cadáver a Cuba para que su mamá y hermanos le dieran el último adiós. Mientras su cuerpo se iba en ese marco de impunidad, sus amigos en el aeropuerto le juraron: “Rolando, esto no se quedará así porque no se mata lo que no se olvida”.

A partir de allí esos amigos y amigas empezaron un proceso en dos vías; de un lado, a ponerse al servicio de la Fiscalía y, cada viernes, iban hasta el barrio Crespo a ponerse al servicio con sus testimonios libres y a preguntar por el avance del proceso. De otro lado, con círculos de afectos, plantones y procesos de memoria, empezaron a poner en el espacio público de la ciudad las preguntas por la vida de Rolando y desde él, por tantas personas LGBTIQ+ que han sido asesinadas, amenazadas, silenciadas y humilladas en la ciudad ante la indiferencia de muchas personas. Este escenario dio inicio a un proceso social y político que, hasta hoy, sigue insistiendo para que se respete la vida de las personas sexo-género diversas, consolidándose Caribe Afirmativo.

De esto, han pasado ya 16 años. La Fiscalía, en tres ocasiones, ha aperturado la investigación y, luego de desgastantes entrevistas —que, en muchos casos, revictimiza— por falta de rigurosidad, cierra el caso. Caribe Afirmativo ha acudido en dos ocasiones a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y esta ha instando al Estado colombiano a romper la impunidad pero, luego de casi dos décadas, solo queda el mismo camino del sistema interamericano porque es clara la falta de voluntad en el país para esclarecer su muerte. Esto no traerá a Rolando a la vida. Su mamá murió hace un par de años y, hasta el último respiro, esperó entender qué había pasado. Su pareja y amigos, cuando escuchan sobre casos de violencia por prejuicio o discursos de odio, no pueden dejar de pensar en Rolando y la angustia que le generaba. Por su parte, para muchas personas LGBTIQ+ que buscan construir un proyecto de vida en el Caribe, sienten que esta impunidad y estado de indefensión cotidiana hace sentir que sus vidas no importan.

Caribe Afirmativo hoy, además del caso de Rolando, tiene en su observatorio la historia de vida de cientos de personas del Caribe y se otras regiones, que han sido asesinadas, amenazadas, torturadas, desplazadas, humilladas y todo ello, presuntamente, por su orientación sexual, identidad y/o expresión de género. En muchos de estos territorios no solo hay indiferencia hacia sus vidas, sino que las burlas hacen parte de su cotidianidad, encontrándose con ellas en espacio público y diferentes escenarios, incluyendo los medios —como algunas emisoras radiales comerciales— y los discursos políticos, que han hecho de las personas LGBTIQ+ “ciudadanías no deseadas”. Para superar este déficit de derechos, y en memoria de Rolando, Caribe Afirmativo sigue y seguirá movilizándose para que, quienes sobreviven, su vida pueda ser bien vivida y que, en la grandeza de estos territorios mágicos del Caribe, se pueda ser libremente lesbianas, gais, bisexual trans, intersex, queer, y personas no binarias sin tener miedo a sentirse libre y feliz.

Rolando, tu sonrisa se eternizó en nuestra lucha. Aquí estamos y estaremos siempre en el fragor de esta lucha, motivadas por tu legado de compromiso, generosidad, entrega y amor por lo que hacías. Tu música nos motiva, tu legado en estudiantes que hoy hacen radio y comunicación en la región y el aprendizaje de la vida sencilla, encarnado en cada una de tus amigas y amigos, nos hace sentir hoy más que nunca convencidas que no se mata lo que no se olvida. 

Hasta siempre, Rolando. 

Wilson Castañeda Castro

Director

Corporación Caribe Afirmativo