Crónicas Afirmativas

“Hay mucho dolor y preguntas sin respuestas, pero la vida sigue”.

11 de abril de 2021. Antes del conflicto, la cotidianidad en la vereda Santa Rosa del Caguán consistía en irse a bañar al río, disfrutar de la compañía de los vecinos, participar en las reuniones de la Junta Acción Comunal y celebrar el mes de diciembre en comunidad. Así lo recuerda Gisell Chambueta[i], quien desde sus diez años se reconoce como una mujer trans, porque desde los seis años sus familiares y vecinos asociaban su delicadeza diciendo “ésta va a ser mariquita”. Contrario a todo lo esperado, a Gisell nunca le molestaron ni las habladurías, ni las exigencias y críticas de los demás, por manifestar gusto por las situaciones y lugares que tradicionalmente son asociados a lo femenino, como cocinar, ordeñar vacas, bailar, actuar, y expresiones que ella desafío al ser genuinamente diversa. Cuenta que la razón para no deprimirse por estos comentarios fue su abuela Rosa Elvira, quién desde niña le enseñó que “el que dirán” no importa, que fuese auténtica, que fuese ella, con sus colores y personalidad a todo lugar que llegara.

Gisell es una mujer afro, dice que por su color de piel ha vivido una serie de discriminaciones que se exacerban cuando las personas perciben su identidad de género.  De acuerdo con Tania Duarte[ii], lideresa trans en Cartagena, el prejuicio es algo cotidiano, ella resalta que en los contextos afrodescendientes ser LGBT es invisibilizado, manifestando que muchas personas creen que esas “desviaciones” ocurren en el hombre blanco y no en el negro.

A su vez la organización Raza e Igualdad[iii] y la Fundación Grupo de Acción y Apoyo a personas Trans (GAAT), en diferentes eventos con lideresas y activistas afro que se reconocen como mujeres trans, han llegado a la conclusión de que su raza también es motivo de violencia, porque genera nuevas dinámicas de discriminación y marginalidad. Desafortunadamente Gisell no es la excepción a esta afirmación pues en varias ocasiones se ha sentido vulnerada por su expresión de género y además no cuenta con acceso a un trabajo o vivienda dignas, solo por el hecho de ser una mujer trans y afrodescendiente.

Cuando las FARC tomaron el control de su vereda todo cambió y en mayor medida para las personas LGBT. Ella y sus amigos no podían reunirse en espacios públicos del caserío, jugar en la cancha, bañarse en el río Caguán, todos empezaron a desaparecer, otros a perder su identidad, es decir, tenían que cortarse el cabello y vestirse como hombres o como lo dictaban aquellos actores armados, y los padres de su amigos y amigas optaron por enviarles a lugares lejanos, porque temían por sus vidas.

Sin embargo, Gisell se quedó. Un día salió a montar a caballo, vestida de mujer, con sus faldas, cabello largo y se presentó ante integrantes de las FARC, quienes le dijeron que al menos ella se presentaba como era y no ocultada su identidad. Poco a poco ella fue forzada a hacer actividades para el grupo armado, la obligaron a ser espía y era la encargada de vigilar y dar información del ejército o de cualquier situación que los pusiera en evidencia. Ella dice que la consideraban “la chismosa” y al adentrarse entre las entrañas de este grupo le permitió obtener sus primeros conocimientos en enfermería, pues en un momento ella era también la que curaba, atendía heridos y se hacía cargo de los caídos en batalla.

Recuerda con exactitud las bombas, los tiroteos, la ferocidad de la guerra que vieron sus ojos adolescentes. En ocasiones, tenía que ocultarse porque había cabecillas y jefes que a los que no les gustaba verla porque para ellos las personas LGBT y más una mujer trans eran “bichos raros”, les daban asco y los consideraban como lo peor. Una escena que recuerda mucho es estar escondida en un restaurante de tablas, observando a través de las rendijas a los comandantes y esperando que se fueran para poder salir y que no le hicieran daño. Aún esas memorias del horror se hacen presentes en sus sueños, durante las noches tiene dificultad para dormir, tiembla y las pesadillas de aviones sobrevolando y tiroteos son muy frecuentes, es como si su subconsciente le recordara los rezagos de un pasado violento que no la deja en paz.

“La ley del monte es la ley de las FARC”, menciona Gisell, cuando recuerda el control y la violencia que ellos ejercieron contra su comunidad y como su sola presencia y el poder otorgado por las armas transformó las dinámicas de convivencia, de pasar de la armonía de la vida comunal al miedo, a cumplir unos códigos morales impuestos por su sistema patriarcal déspota y cruel. Si uno de los chicos tenía el cabello largo, ellos mandaban a cortárselo y poco a poco iban desapareciendo o desplazando a personas que no acataran sus órdenes, algo así sospecha Gisell que ocurrió con uno de sus amigos.

Había un adolescente de trece años que se reconocía como abiertamente gay, solía hablar mucho con Gisell en la cancha, ya que con ella el chico se sentía entendido y comprendido, pues Gisell es una mujer muy empática y tiene el don de ganarse rápido el afecto de la gente por su extroversión y amabilidad. Un día dejó de ver a su amigo, algunos dicen que posiblemente las FARC lo desapareció, así como a muchas otras personas LGBT en la zona rural de Caquetá. Gisell cuenta que conoce muchos casos, de amigos y amigas LGBT que fueron desplazados y de los cuales no se sabe su paradero o incluso algunos murieron o los acribillaron por simplemente ser diferentes.

Según el informe de CARIBE AFIRMATIVO: “Juguemos en el bosque, mientras el lobo no está”[iv] que documenta las violencias que vivieron niños, niñas y adolescentes con orientaciones, identidades o expresiones de género diversas en el marco del conflicto armado, cuando los actores armados no podían “corregir” estas actitudes, o no había un resultado después del castigo severo al que sometían a sus víctimas, las dinámicas de violencias practicadas tenían que ver con tentativa de homicidio, feminicidio y en el peor de los casos desaparición forzada, como es posible que le haya ocurrido al amigo de Gisell.

Entendiendo el género como una construcción social, este tipo de situaciones, de ver el mundo en binarios hombre y mujer, en una dualidad donde la diversidad no es aceptada y se asocia lo femenino como un grado inferior, historias como lo de Gisell Chambueta dan cuenta que esta perspectiva es violenta, conlleva al dolor y a la opresión.

A esta serie de violencias y a las pérdidas cercanas que ella tuvo con motivo del conflicto armado, una de ellas fue la desaparición de su primo. Describe que esta situación desencadenó una angustia general en toda su familia, y que este quiebre se llevó la vida de su tía y la de su abuela con ella. Su tía murió por decisión propia ante la desesperación de no saber nada de su primo y su abuela, quién siempre se caracterizó por ese amor desinteresado y puro que brindó a sus nietos, perdió el sentido de la realidad y comenzó a padecer demencia senil. Duró quince días desaparecida y la encontraron muerta en medio de un potrero, al parecer se cayó o tuvo un paro cardíaco mientras caminaba.

La muerte de su abuela partió en dos la vida de Gisell, ella era su persona favorita en el mundo, su madre, su amiga, su compañera de vida, quién jamás la rechazó y su aval y aceptación a su diversidad implicó que el resto de la familia quisiera a Gisell tal como es. La soledad se apoderó de sus noches y ese sentimiento de abandono se hizo presente, sin embargo, Gisell cuenta que no le hizo luto a su abuela, lo hizo por un consejo espiritual que le dieron y que se dedicó a fortalecer esos recuerdos que tenían juntas, sus conversaciones, sus charlas, cuando se pintaban las uñas y esa escena de las dos sentadas en la mecedora frente a los potreros de la vereda, oyendo a los pájaros cantar y a los niños bañarse en el río se inmortalizó en su memoria, por eso ella dice que su abuela no se ha ido, que por el contrario es el ángel que aún la acompaña.

Gisell actualmente se dedica al trabajo sexual y con la pandemia su situación económica se complicó. Ella, tiempo después de que falleció su abuela decidió irse de su vereda, por miedo y por una serie amenazas que comenzó a recibir a través de mensajes de texto en su celular, o incluso recuerda que todas las noches sobre las tres de la madrugada llegaban unos hombres a su hogar a preguntar por ella, recuerda que estaban vestidos de negro y que decían su nombre reiteradamente.

En el informe: “Entre Silencios y Palabras”[v], en el libro IV “Somos las más visibles y las menos visibles”, que describe la situación de violencias contra personas LGBT en el departamento de Caquetá, se menciona que a partir del año 2002 que hubo una fuerte expansión de las FARC en el territorio, pues la guerrilla asentó puestos de control en varios municipios, con el fin de ejercer un dominio sobre la región y también las zonas cercanas a fuentes fluviales como el río Caguán. Ante el control político, social y económico que ejercieron sobre el Caquetá y en especial en la zona rural, sumado al abandono del Estado, las comunidades se vieron obligadas a responder a la violencia y el desplazamiento forzado fue la alternativa que tuvieron muchas poblaciones, en especial las personas LGBT, para huir y proteger su vida.

Para Gisell todavía hay noches y días que le cuestan mucho, pero sus sueños y ganas de salir adelante no la abandonan, pues desea estudiar enfermería o veterinaria y dedicarse a una profesión que le permita ayudar a los demás. La violencia aún no acaba, porque sigue recibiendo amenazas, no obstante Gisell tiene una intención pedagógica cuando se le pregunta que recomienda para mantener los proceso de paz, reparación y memoria hacia las víctimas LGBT.  Ella dice que llevar esta conversación a la zona rural, a las aulas, a los espacios de participación como en las juntas de acción comunal, es una opción para visibilizar a la población y contar lo que sucedió, hacer memoria de estos hechos como símbolo de lucha y no repetición.

Desconfía del Estado porque no le ha brindado ninguna ayuda económica, psicosocial o jurídica, también tiene conocimiento de amenazas colectivas que llegan frecuentemente a sus compañeras trans, ella dice que no denuncia por la inoperancia del sistema de justicia y por miedo a que le suceda algo a ella o a uno de sus seres queridos. Hace énfasis en que es necesaria una ayuda humanitaria en la pandemia, en especial, para las personas trans y se mantiene en que “hay mucho dolor y preguntas sin respuestas, pero la vida sigue”, y ese ese amor a la vida que tiene Gisell Chambueta es lo que la despierta todos los días y motiva a seguir sus sueños.

[i] Nombre cambiado por seguridad de la persona.

[ii] Tomado de https://caribeafirmativo.lgbt/mujeres-trans-afrodescendientes-contexto-marginacion-cartagena/

 

[iii] Tomado de http://www.raceandequality.org/nueva/es/2019/10/15/la-odisea-de-ser-mujer-afrodescendiente-y-trans-en-colombia/

 

[iv] Tomado de https://caribeafirmativo.lgbt/wp-content/uploads/2021/02/juguemos-en-el-bosque_compressed.pdf

[v] Tomado de https://caribeafirmativo.lgbt/caribe-afirmativo-entregara-informe-entre-silencios-y-palabras-conflicto-armado-construccion-de-paz-y-diversidad-sexual-y-de-genero-en-colombia-a-la-comision-de-la-verdad/