Crónicas Afirmativas

Entre tintes y tijeras: Memorias y resistencias trans en el Magdalena Medio

18 de julio de 2021.  Barrancabermeja es un distrito especial, portuario, industrial, turístico y biodiverso, que se ubica en el departamento de Santander. Allí en medio del intenso calor y la brisa del río Magdalena creció Jennifer Arenal*, una mujer trans que ha dedicado su vida a la peluquería y a la belleza. Ella recuerda que de niña se escondía con sus hermanos debajo de la cama ante las continuas balaceras y hechos de violencia ocurridos en su territorio, en el barrio La Esperanza, un sector popular de su municipio en el que ha vivido toda su vida.

Ella vivía con su hermano mayor, su hermana menor y su papá. Desde siempre se sintió mujer y las personas cercanas le decían en su infancia que era un niño amanerado, pero a Jennifer no le importaba y a su mamá y sus hermanos menos, pero a su padre sí. El primer rechazo que recibió en su vida fue por parte de él, quien al darse cuenta que su hijo tenía una identidad y expresión de género diversa contraría a los roles de género hegemónicos decidió irse y abandonar a su familia.

Su mamá siempre la apoyó, pero con el pasar de los años se quedarían ellas tres, junto con su hermana chiquita en casa, porque su hermano mayor se iría a prestar servicio al ejército y volvería cada tanto. Jennifer creció en circunstancias extremas, donde había sido un buen día si nadie se iba a la cama con el estómago vacío. Aunque ella y su familia no tuvieran muchos recursos estaban juntas y eso era suficiente.

Barrancabermeja es un territorio que por ser zona petrolera ha sido disputado por diversos actores armados, tanto por las Autodefensas Unidas de Colombia, AUC como por las FARC-EP. En los años 80 y 90 hubo una alta presencia de las guerrillas, aunque Jennifer no recuerda puntualmente el nombre del grupo armado que controló su territorio por décadas. Ella describe que los integrantes de este grupo armado se hacían llamar los “defensores del pueblo” y a veces robaban a los más ricos, como si se tratara de una historia de Robin Hood, para llevar comida y regalos a los niños y niñas del barrio. Jennifer y sus hermanos nunca participaban de estas jornadas, no porque su mamá no lo permitiera si no que desde muy niña entendió que le daría mayor satisfacción aquello que se ganara con su propio esfuerzo y además, que no se puede confiar en cualquier actor armado, por más altruistas que parezcan sus actos.

El primer hecho que le destrozó el corazón fue la desaparición de su hermano. En el local de su peluquería en medio del olor a champú, a cera y a tintes de diferentes colores a Jenn se le humedecen los ojos, no da muchos detalles de la muerte de su hermano, pero sí cuenta que como tenía que presentarse cada tanto al ejército y viajaba regularmente, por eso la guerrilla presente en el territorio creía que filtraba información con la fuerza pública, y sin preguntar ni esclarecer nada, lo mataron.

Durante su adolescencia y adultez temprana Jennifer se fue un tiempo de su casa a capacitarse y a aprender muchas cosas para después regresar. Se fue a Bucaramanga, la capital de Santander y estuvo en otras ciudades aprendiendo sobre estilismo, maquillaje, cortes de cabello y cuando regresó era otra persona. Regresó con el cabello más largo y sedoso y con una expresión de género más feminizada, dispuesta a poner su negocio en su ciudad y poder ayudar a su mamá y su hermana con los gastos del hogar. Ser una persona trans y LGBT en Barrancabermeja durante la década de los ochenta era reducirse a espacios como la peluquería, o las noches cuando empezaron a haber las primeras discotecas gay en el pueblo, esos primeros espacios de homosocialización.

Una noche Jennifer salió de casa de su mamá e iba a su apartamento donde tiene su local de peluquería en el barrio La Esperanza. Solía en las noches ir a ver películas a casa de su mamá porque no tenía un televisor en el local. Esa noche le pidió a su amigo, un hombre gay que la acompañara. Mientras caminaban, un grupo de hombres vestidos de civiles pero que ella reconocía que pertenecían a dicha guerrilla los abordaron y les pidieron sus documentos de identidad. Jennifer les dijo que solo iban para el salón de belleza, les recordó que ya se conocían, que no estaban haciendo nada malo, pero ellos se portaron de manera agresiva y ahí tanto Jenn como su amigo notaron que estaban bajo los efectos del trago.

El grupo de hombres armados reiteró que les mostraran sus documentos, y ante la negativa de Jennifer y su amigo empezaron a tratarlos mal a insultarlos y a no respetar la identidad de género de ella, pues le decían “ustedes son hombres, son maricas, ¡muestren sus papeles!” Al ver sus ojos iracundos, con una expresión descolocada y dominada por la ira Jennifer y su amigo no tuvieron más opción que correr, ellos los persiguieron por todo el barrio, dando tiros al aire. Jenn escuchó los disparos y llena de miedo se acordó que cerca estaba la casa de la madrina de su hermano, tocó desesperadamente a su puerta y la señora le abrió y la escondió en su casa hasta el día siguiente.

Estos hombres alcanzaron a lastimarla, pues tenía golpes en la cara y en los brazos, porque en medio de la tensión, forcejeó con uno de ellos mientras buscaba la manera de huir. El primer pensamiento que tuvo esa mañana fue indagar sobre el estado de salud e integridad de su amigo, así que salió a visitarlo a su casa y la mamá de él le contó que fue golpeado y atacado por los miembros del grupo armado.

Lo que más le duele a Jennifer es que esa violencia recibida era legitimada por la sociedad, ya que aunque ella contaba con una red de apoyo y el respaldo de su mamá y otros familiares, lo grave aquí era que las personas estaban de acuerdo con esas agresiones que recibía la población LGBT. Días después otro hecho violento ocurrió, otro amigo de Jennifer, Manuel estaba con su pareja en la vía pública, y hombres armados los interceptaron con violencia y los amenazaron, insistieron que las manifestaciones de afecto en las calles entre maricas, (palabra recurrentes que usaban para referirse a ellos y ellas) estaban prohibidas, así fuese de noche. Los actores armados intentaron atacar a la pareja de Manuel y él los enfrentó y alcanzó a aruñar a uno de ellos, el miembro del grupo armado ante su ira descomunal le pegó dos tiros en la cabeza a Manuel, provocando su muerte de inmediato.

Aunque Jennifer y sus amigos LGBT no conformaban ninguna organización o colectiva política y sus juntanzas se trataban para tejer lazos de confianza, y compartir entre amigos y amigas, si hay un asunto político de fondo, porque la muerte de los amigos de Jennifer y las agresiones que ellos vivieron corresponden a una serie de violencias por prejuicio donde los grupos armados tanto legales o ilegales, en el marco del conflicto los convirtieron en objetivo militar y buscaron eliminarlos, por considerar sus expresiones, identidades y orientaciones de género diversas como “depravaciones de la sociedad”. Es por eso que también los persiguieron y estas acciones violentas las ejercían como “acciones correctivas” o castigos por no apegarse a la heteronorma y al machismo exacerbado imperante en sus estructuras militares. En síntesis, la presencia de actores armados y sus conductas delictivas y violencias sistemáticas retrasaron, eliminaron y detuvieron los escenarios para que las personas LGBT se organizaran de manera colectiva y social, para que pudieran ejercer una participación ciudadana y cambios en sus territorios.

Otra estrategia para sembrar terror en las comunidades y financiarse, además de los negocios ilícitos eran las vacunas, que consistían en cobrar dinero a los terratenientes y comerciantes, o cualquier persona con un ingreso económico en el territorio. Jennifer, recibió amenazas varias veces por negarse a pagar a una vacuna, cuando a veces su trabajo no le representaba un sostenimiento económico estable. Estas extorsiones las hacían diciendo que ellos eran “la guerrilla del pueblo”, y por tanto debían pagar por su protección, de ahí que fuese obligación darles dinero para garantizar la seguridad del municipio.

De acuerdo con la Comisión de la Verdad, Barrancabermeja, ha sido escenario de conflicto armado urbano y ha vivido las disputas territoriales rurales. Entre los 80 y 90, en su cabecera municipal se desarrollaron estructuras guerrilleras como las de las FARC-EP, EPL y ELN. En esos mismos años, las fuerzas armadas del Estado aplican la estrategia de control de orden público, denominada “guerra irregular” o la “lucha contra insurgente”, con la que se buscaba quitar todos los apoyos que recibieran los grupos subversivos. A finales de los 90`, estas guerrillas quebraron el Derecho Internacional Humanitario, aumentaron las ejecuciones deliberadas y arbitrarias contra personas que consideraban colaboradoras o simpatizantes de los militares o paramilitares; incluyendo a mujeres jóvenes que acusaban de ser informantes de los miembros de la fuerza pública.

Son muchos los relatos de horror que ha visto y escuchado Jennifer como mujer trans que habita el Magdalena Medio, uno de ellos también fue el de una mujer lesbiana que era reconocida por su activismo social, y a quien mataron en terribles circunstancias por su orientación sexual y liderazgo político. A pesar de esas historias de horror, que guarda en su memoria, Jennifer siente que los tiempos han cambiado, que ahora al menos en la televisión o en el mundo hablan de niños y niñas que expresan su identidad trans desde tempranas edades y sus padres acompañan este proceso permitiéndoles que usen la ropa que deseen sin importar su sexo biológico.

Ella también reconoce que aunque el prejuicio sigue, son nuevos tiempos, porque las personas LGBT tienen políticas públicas y derechos reconocidos, hay una participación ciudadana en los espacios y quienes ejercen un liderazgo en su región la han ayudado a empoderarse y sobre todo a contar su verdad y no tener miedo de decirla, para contribuir a la memoria histórica y reparación integral de las personas LGBT víctimas del conflicto armado en el Magdalena Medio.

*Nombre cambiado por seguridad de la persona.