“Las travestis trepan cada noche desde ese infierno del que nadie escribe, para devolver la primavera al mundo”.

Las Malas, Camila Sosa Villada

20 de marzo de 2022. Cae la noche sobre el Paseo Bolívar con carrera treinta y ocho, y justo en la esquina una multitud de transeúntes se apresura para volver a casa y otros tantos exploran posibles lugares para pasar el tiempo. Mientras las estrellas iluminan el cielo barranquillero, ellas se van adueñando de la noche, mujeres en tacones de todos los colores, con largas cabelleras y ropa ceñida al su cuerpo inician su jornada laboral. Son mujeres cisgénero y mujeres trans que ejercen el trabajo sexual, quienes entre la oscuridad de los parques y la soledad de las calles esperan algún cliente.

Contrario al centro histórico de Cartagena o el de Santa Marta que son espacios destinados al turismo y que se consideran patrimonio cultural, el centro de Barranquilla se caracteriza por su abandono estatal, los monumentos corroídos por el tiempo reflejan el poco interés que tiene la administración local en recuperar aquellas estructuras que rememoran un pasado glorioso de la puerta de oro. Este mismo centro en el que las personas caminan afanadas y que atraviesan a veces con desprecio por la inseguridad, es el refugio de las mujeres trans y cuerpos disidentes que habitan los parques principales, sus esquinas y calles blindadas de que nadie las va a excluir, y que aunque lo intenten ellas no se dejan.

En el parque San José hay un grupos de mujeres cisgénero, que cuando se les preguntan por las mujeres trans y la cotidianidad de su vida nocturna niegan rotundamente que exista una agresión, exclusión o violencia contra ellas, pero unas calles más arriba en la Murillo también con treinta y ocho se encuentran laborando las mujeres trans, en este espacio que históricamente les pertenece. Allí se está Jessica, lideresa y trabajadora sexual, ella afirma que trabajar en pleno centro de la ciudad es muy riesgoso, tanto para mujeres cis como para las trans, puesto que la policía es la amenaza permanente y de quienes reciben agresiones y abusos constantes.

En medio de la conversación se acercan otros dos hombres gais y recuerdan a La Cucuteña, una mujer trans que asesinaron en el año 2016 en el centro de Barranquilla. Justo ese fin de semana Caracol Radio reportó seis muertes violentas en el Atlántico, el feminicidio de La Cucuteña caso que Caribe Afirmativo acompañó obedece a una violencia por prejuicio, pues de acuerdo con versiones de medios de comunicación ella se encontraba en el Barrio El Rosario en la Murillo con carrera cuarenta y uno, trabajando cuando pasaron dos hombres y La Cucuteña les lanzó un piropo. Ante esto ellos se devolvieron enardecidos, golpearon al grupo de personas que estaba allí preguntando quién había sido, ella asumió su responsabilidad y sin mediar palabra la hirieron con arma blanca hasta matarla. Las mujeres trans que trabajan en el centro de Barranquilla recuerdan con lucidez este crimen, pues para ellas la muerte de La Cucuteña es el destino de una violencia exacerbada en una ciudad insegura.

Por su parte los hombres gais, en particular los que son estilistas y tienen peluquerías en esta zona describen que durante el día reciben amenazas o agresiones por otros hombres que rechazan su orientación sexual y tales acciones las hacen con arma blanca sin mayor justificación que la homofobia y el rechazo a su homosexualidad. Sin embargo, lugares como el parque San José para ellos son seguros mientras que para las mujeres trans, no lo son y esto da cuenta de las violencias basadas en género y las violencias diferenciadas que viven las mujeres trans y que van en contra de su cuerpo feminizado o cuya expresión o identidad de género corresponde a cualidades codificadas como femeninas, ya que transgreden el machismo hegemónico, que dicho de otro modo es esa creencia patriarcal de que las identidades opuestas a las masculinas o que no estén conforme a los roles de género tradicionales deben ser eliminadas y aniquiladas.

El parque de Las Manitos o de los Enamorados, conocido anteriormente como el parque de los Locutores también es escenario para ejercer el trabajo sexual, pero de nuevo las mujeres trans no comparten los mismos sitios que las mujeres cis para laborar. Ellas se ubican en la carrera treinta y nueve y treinta y ocho y aunque la “cosa está quieta” como ellas dicen, los policías suelen intimidarlas. Las trans no se dejan pero una nueva práctica de los agentes del Estado ha sido ubicar grúas en las zonas dónde llegan más clientes ahuyentando a quienes buscan sus servicios y se movilizan en carros, esto ocurre de jueves a domingo de nueve de la noche a dos de la mañana. También, es usual que cuando se acercan a un hotel o a una discoteca con compañía, las personas que atienden estos sitios no las dejan ingresar, bajo el pretexto y rechazo a su identidad de género.

Sobre la carrera treinta con calle cuarenta y cinco y cuarenta y cuatro, predomina otra zona de trabajo sexual de mujeres trans, aquí quien describe el panorama y el abuso policial que enfrentan cada día es Luciana. Luciana es una mujer trans visible en los barrios del centro, ella se encuentra con otras cuatro chicas trans y todas de nuevo recuerdan a La Cucuteña, lo que ocurrió en el 2016 y el riesgo permanente que implica para las trans salir a trabajar.

Luciana describe que hace poco vivió una agresión por parte de un miembro de la fuerza pública, él la lastimó a golpes y casi que le parte el brazo, pero por el temor que siente y el prejuicio que imagina tienen los funcionarios públicos por su identidad de género, en el momento de acceder a la justicia cuando es una mujer trans quién denuncia no lo ha hecho. Esto es relevante porque de acuerdo con el informe del Observatorio de Derechos Humanos de Caribe Afirmativo, el año pasado se presentaron 25 casos de violencia policial contra personas LGBTI en el caribe colombiano. De esos 25, 14 fueron contra mujeres trans y de estas 14, 8 son trabajoras sexuales. Solamente en el Altántico ocurrieron 9 actos violentos por parte la Fuerza Pública, siendo el departamento que encabeza las cifras de violencias contra personas LGBTI. Por otra parte, cuando se le pregunta a Katiusca en que lugar piensa cuando se habla de seguridad, ella responde que su casa, y la cuadra donde vive, que precisamente queda a pocas calles del centro de la ciudad, y que es su familia social, que en este caso son sus vecinos quienes la cuidan y protegen y están pendientes de su salud y bienestar.

Jessica y Luciana insisten en que “no las dejemos solas” que la institucionalidad representada en la alcaldía y la gobernación les prometen ayudas humanitarias y mejores condiciones de vida, y luego no aparecen. Por otro lado, esta la Fuerza Pública que les genera gran temor, pues quienes deberían velar por la seguridad y protección de toda la ciudadanía son sus principales agresores. Ellas necesitan asesorías médicas, orientación jurídica, apoyo psicosocial y mayores oportunidades laborales que no reduzcan sus opciones de supervivencia al trabajo sexual.

Las mujeres trans del centro de Barranquilla resisten en los espacios públicos, pues históricamente permanecen allí, contra toda vulneración, rechazo y discriminación por parte de diferentes actores de la sociedad. Ellas se adueñan y reclaman su presencia en los parques, calles, esquinas y demás lugares donde ejercen el trabajo sexual, pero a pesar de los años, la legislación a favor de los derechos de las personas LGBTI y las políticas públicas  que supuestamente reconocen la diversidad sexual y de género,  las mujeres trans siguen siendo las más vulnerables y perseguidas por una ciudad que no respeta sus derechos y no garantiza ni su bienestar, ni seguridad.

Es así como el centro de Barranquilla se convierte en refugio de las mujeres trans, de las maricas, las marimachas, lo disidente y lo que la sociedad puritana y heternormada no quiere ver a la luz del día, y aunque parezca contradictorio que el abandono en el que se encuentra permita que las personas LGBTI transiten este espacio, aún así ellas se enfrentan diariamente a las prácticas ilegales y a los órganos de control territorial que en vez de proteger y cuidar se convierten en su máxima amenaza.