De las primeras acciones que debemos liderar al salir del aislamiento es un gran pacto por la integralidad y la dignidad de la ciudadanía de la región

Una de las bondades, en el marco de estos días de aislamiento social, es hacer conciencia del territorio en el cual vivimos y los retos y compromisos que debemos renovar en torno a él. Caribeñas, nacidas o por adopción, todas las personas de este grupo, a pesar de la distancia fisca que nos impone la cuarentena, coincidimos en pasarla en territorio Caribe, con la caricia de sus aires tropicales que, por fortuna, aún tienen brisa, y en la tranquilidad relativa del tiempo macondiando que caracteriza a este, el lugar inspirador del realismo mágico y que nos permite hacer de estos días de tedio un ejercicio más llevadero, como lo evoca Álvaro Zamudio en la “Hamaca Grande”.

Es propicio preguntarnos en estos días de reflexión ¿cómo se transformará nuestro entorno con la realidad que afrontamos? Y ¿de qué manera se darán nuestras relaciones con él hacia el futuro? Hemos entendido el “territorio” como el espacio geográfico en el que habitamos o sobre el que desarrollamos nuestras actividades y la “territorialidad” la manera como nos apropiamos de ese territorio. En el libro “Nación, Ciudadano y Soberano”, María Teresa Uribe ofrece sus aportes a dicha discusión; la profesora advierte que el conflicto armado, sumado a la pobreza, la ausencia de desarrollo y a la inequidad, propia de nuestro país, ha gestado un gran divorcio entre el territorio y la territorialidad o entre el espacio que habitamos y como nos apropiamos de él.

Nuestra forma de habitar el territorio en el cual vivimos se da a partir de relaciones de resistencia, fruto de las incertidumbres cotidianas que nos separan de la vocación de estabilidad propia del territorio “jurídico – formal”. Allí el Estado, lejos de armonizar y acercar dichas realidades, amparado por su incapacidad de manejar las crecientes injusticias sociales, expulsó a la periferia la crisis y concentró la gobernabilidad en el centro del país, que sumado a un estado de concentración presupuestal y administrativa, terminó validando ritmos de mayor eficiencia para los espacios cercanos al poder político y de mayor ineficiencia para las periferias territoriales; haciendo de estas últimas, caldos de cultivo de pobreza, violencia y negación de derechos, y estos territorios, en su espacialidad, fueron marcados como rebeldes, conflictivos, no integrados y definitivamente diferentes al resto de la nación, que les hacía merecedores de su exclusión territorial.

A pesar de nuestra legislación unitaria, Colombia nunca se ha leído como un solo país en términos políticos, sino como una nación fragmentada y enfrentada: las fronteras dividieron el territorio entre quienes acceden a recursos y quienes carecen de ellos; donde la identidad administrativa dista de las diversidades de sus poblacionales y se validan líneas imaginarias sobre territorios para el otorgamiento de bienes y servicios, haciendo de todo lo que esta fuera, que es su gran mayoría, el espacio de frontera y periferia que en épocas de crisis, como la pandemia que ahora afrontamos, deja ver las consecuencias deplorables de dicha construcción político-administrativa de la sociedad.

El Caribe colombiano, territorio en el cual habitamos, nos impone un profundo reto reflexivo como sociedad: el de trazar las líneas que nos permitan dar un salto a la transformación social, o sucumbir en los fuertes destrozos del COVID-19, que empiezan a medirse en aumento de violencia, desempleo, pobreza y exclusión social, y, si bien en cifras oficiales hoy presenta mayor afectación en la capital de la República que en las regiones, con el pasar del tiempo, en cuestión de días, veremos que las mayores repercusiones serán aquí, en nuestra periferia y con nuestra gente.

En este sentido, no se puede olvidar que nuestra región es fuertemente afectada por el conflicto armado, sobre todo en sus subregiones como Córdoba, el sur de Bolívar, Magdalena, y Cesar, donde perviven estructuras del ELN, reductos del EPL, bandas criminales y grupos de narcotráfico. Además, actualmente vive el incremento de acciones armadas en lugares estratégicos como la Serranía del Perijá, la Sierra Nevada de Santa Marta, los Montes de María y el Nudo del Paramillo, acciones lideradas, entre otros, por las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC) y las Autodefensas Conquistadores de la Sierra Nevada (ACSN). Dichos grupos están aumentando su control del territorio rural y en los barrios más marginados de las ciudades capitales, alimentando a su vez bandas criminales como los Caparros y reductos de las autodefensas, con un alto crecimiento, particularmente, en economías ilegales como las rutas de microtráfico, control ilegal del territorio y ataques a líderes y lideresas sociales.

A lo anterior se suma, en términos económicos, la informalidad, el subempleo y la precariedad laboral, que agudizan la pobreza, como lo advierten los informes de “La Casa grande”, donde indican que cerramos el 2019 con 2.8 millones de caribeños y caribeñas en condiciones de pobreza multidimensional, con cifras muy alarmantes en La Guajira (44% de pobreza), Sucre (40.3%), Magdalena (39.3%), Cesar (36.8%) y Córdoba (33.7%), lo que tiene hoy a muchas personas desacatando el aislamiento, por la angustia de ver en riesgo su seguridad alimentaria y su espacio habitacional. Otro renglón económico preocupante es el sector del turismo en ciudades como Cartagena, Santa Marta, San Andrés y la Ruta a Palomino, ingreso de remesas provenientes de EEUU y Europa, y el de la construcción, los cuales son, junto con la industria y los servicios, los tres sectores que más alimentan la formalidad laboral de la región y que se ven altamente afectados por las consecuencias del aislamiento: circuitos turísticos que no solo han perdido ingresos, sino que se tardarán años en recuperarse, el desaceleramiento de las obras civiles para emplear a más de veinte mil obreros de la construcción y la complejidad laboral de servicios en EEUU y Europa, lo que pondrá en aprietos el trabajo de connacionales allá y dificultará el envío de dinero a sus familiares.

La falta de crítica en la opinión pública, de medios de comunicación deliberantes, de una oposición política robusta, de una academia comprometida con su territorio y un movimiento social incidente en la transformación social, son de las primaras reflexiones que debemos poner sobre la mesa, junto con las acciones que debemos acompañar para la transformación de la sociedad. Esta región que nos ha acogido con tanta benevolencia y que nos ha permitido soñar con un mundo mejor, hoy reclama de nosotras y nosotros un compromiso de transformación que empiece en nosotros mismos, en creer en que podremos tener un mundo mas justo y equitativo y en unirnos con las mujeres, afros, indígenas, sindicalistas, movimiento de derechos humanos, las y los jóvenes y todas aquellas personas que en medio de este abatimiento quieren levantar su vuelo y dar lo menor de sí para pensar y construir un Caribe digno y en derechos.

Wilson Castañeda Castro