Editorial

EL COVID-19 HA DEVELADO LA FRAGILIDAD DE MACONDO

En vida muchas veces se le preguntó a Gabo por qué su obra cumbre “Cien años de soledad”  recibía ese título. Él indicaba, de manera informal, que cien años (que mas que una cifra hace referencia aun periodo necesario de tiempo) era lo que necesitaba la tierra para renovarse y cumplir su ciclo, para probar inventos que mejoraran las condiciones sociales y era el tiempo propicio para construir un hito generacional e histórico de la humanidad. Por ello en la obra, los Buendía en Macondo construyeron proyectos de vida que ellos mismos vieron fracasar, se prepararon para la abundancia y padecieron la escases, implementaron la alquimia, y vieron el resultado de sus propósitos, experimentaron la prosperidad del crecimiento de su generación y sufrieron en carne propia la soledad; siete generaciones dieron el giro perfecto de la transformación humana, en el realismo mágico, para contar en una historia la vida de todo un país.

Hoy, estamos como José Arcadio cuando discutía tardes enteras con los alquimistas que visitaban Macondo, tratando de cultivar día a día con información de estadistas, epidemiólogos y expertos el entendimiento de la crisis que afrontamos que si bien tiene sus antecedentes, como fenómeno social, en la peste negra del siglo XIV, el cólera en el siglo XIX y la gripe española en el siglo XX, nunca como hoy. Cien años después, con el C0VID-19, se ve por primera vez en la historia la información de una manera tan globalizada y estandarizada en las acciones y miedos que genera. Todo gracias a la comunicación digital, que si bien nos permitirá dejar registros para la pandemia de los próximos cien años, también nos genera cuatro estadios de análisis: reconocer las “averías” del sistema político que devela el fin del Estado de bienestar; asumir la “factura” que nos pasa la realidad social, por el abandono de los sistemas sanitarios y su sanguinaria privatización; hacer conciencia de la “frustración”, de la desigualdad social y su repercusión en los grupos poblacionales  mas vulnerables; y evidenciar la “desaceleración” de la vida moderna que estaba alcanzando niveles frenéticos de producción con sus sistemas de opresión.

La trama de Cien años de soledad inicia con la huida por la selva, en búsqueda de refugio, de José Arcadio y Úrsula, por la persecución de Prudencio Aguilar en La Guajira. Al igual que los esposos Buendía Iguarán, las crisis de manera cíclica nos llevan a buscar “refugio”, experimentar sentimientos de acogida y protección; seguramente por ello, las personas en todo el mundo, aún bajo el entendido de que es una pandemia (que se presenta en todos los lugares, aunque con expresiones diferentes), buscan espacios seguros, llegar a sus hogares, estar con los suyos, así eso implique pasar horas en aviones o sortear obstáculos migratorios, pues la sensación de “estar seguros”, en términos de salud mental, da inicio a  un proceso de recuperación, que si se articula con las recomendaciones de cuidado, puede preservarnos del contagio y sus consecuencias.

Por eso mismo, si bien toda la ciudadanía está expuesta, se hacen más altos los niveles de riesgo de aquellos que no gozan de protección, refugio y acogida, y por ello estas situacionescíclicas nos llevan, entre otras, a poner la atención en las personas que no tienen un lugar de llegada y que tampoco pueden regresar al lugar de partida: los migrantes, refugiados y quienes reclaman un espacio propio que les brinde un lugar de seguridad, como la ciudad de espejos soñada por José Arcadio y Úrsula que se hará realidad en Macondo.

El éxito de Macondo fue convertirse en un punto de llegada y un lugar de integración, y a nosotros, al igual que en Macondo, nos urgen estrategias de integración, de ensanchar nuestras fronteras familiares y sociales, pues si seguimos en la dicotomía de «ellos y nosotros», corremos el riesgo de llevar a las personas en proceso de movilidad humana a un anquilosamiento de su “ser en el mundo” como una figura límite de sobrevivencia. Es un
sinsentido no reconocer la presencia del otro en el sitio donde nos es dado habitar, y no es un asunto de aceptación, ni siquiera de integración, es una invitación a la “cohabitación”, es decir, no abrirse solo a una ética de la proximidad, sino permitirse construir nuevos horizontes con los otros y desde la lógicos del “todos”, que nos permitan cuestionar de manera permanente la relación con el entorno, donde el otro no solo participa conmigo, sino que es “simultaneo” a mí, y que juntos, en igualdad de condiciones, podemos repensar en la refundación del espacio que queremos construir y el lugar que debemos habitar.

En épocas de pandemia y estadocentrismo, que se ha consolidado en la política liberal, en las fronteras de la pobreza y la concentración de las riquezas, y que ve la migración como una amenaza porque recuerda la porosidad de sus acuerdos, la fragilidad de su orden social y el clasismo de sus propuestas de integración, debemos responder, como sociedad, de manera radical:

1. Proponer medidas de atención y mitigación, amplias, plurales y con enfoques de derechos, que no clasifiquen entre migrantes y ciudadanos, sino que atiendan en equidad y con acciones afirmativas a los grupos más vulnerables.

2. Exigir estrategias de protección a los derechos que permitan implementar herramientas oportunas de prevención de todo tipo de violencia, atención integral de la ciudadanía, investigación de acciones y omisiones que ponen en riesgo la dignidad humana para acceder a derechos.

3. Asegurar una ciudanía plena que permita cerrar la entrada al virus, pero abrir las puertas de la solidaridad, pues el cierre de fronteras genera represamiento, aislamiento, retiró de muchas organizaciones humanitarias y sociales de territorios de tránsito y acogida, el uso de lugares improvisados para refugiarse, altos niveles de hacinamiento, desalojos con uso de la fuerza y activa protestas, ante la angustia de verse altamente vulnerables por su propagación.

4. Brindar servicios con base a la dignidad humana, donde la ayuda humanitaria supere el rango de caridad que se soportaba solo en la lógica alimenticia y olvida aspectos integrales como la salud mental, la atención de los derechos sexuales y reproductivos y la protección frente a los brotes de nuevas o invisibilizadas formas de violencia.

Gabo, en su obra más inspiradora “El amor en los tiempos del cólera”, demostró la fragilidad humana ante el amor y la enfermedad puesta a prueba en la pandemia; pero a la vez, demostró el poder transformador del ser humano evidenciado en la perseverancia de Florentino Ariza, que se reinventó infinidad de veces (casi durante 54 años) para alcanzar la felicidad. Hoy, este momento de incertidumbre nos dará la oportunidad de reinventarnos y proponer el inicio de la construcción de otro mundo: el de la solidaridad, los derechos, el reconocimiento, que deje atrás el ya oxidado y desacreditado mundo neoliberal, y consolide por fin la justicia social.

Wilson Castañeda Castro, Director de Caribe Afirmativo.