El trabajo comunitario desde los territorios altamente precarizados, buscando incidir en los actores locales y  transformar la cultura ciudadana, es la marca de Caribe Afirmativo en su trabajo por los derechos LGBTIQ+.

Hay dos palabras que, en su origen etimológico, son muy potentes y que, en su uso, necesariamente se refieren a grupo de personas y no a la individualidad; esta es la palabra “Casa”, del hebreo “Kisá”, que significa “cubrir  a quienes están necesitando de protección y hogar”. La misma palabra en el latín “focaris” se expresa como “fuego, sentir calidez y experimentar seguridad con uno mismo”. Por ello, a la hora de abordar un proceso comunitario como estrategia para promover que las vidas puedan ser vividas —que es la tarea de Caribe Afirmativo— estos dos términos son necesarios, contundentes e interdependientes para cumplir el cometido. La casa, como expresión de refugio, acogida, descanso y lugar por excelencia, permiten pensar en términos intersubjetivos para desarrollar el proyecto de vida, es la esencia que ha permitido mutar del concepto material del lugar, a la comprensión integral de lo que este provoca: ser un hogar, donde se encuentra calidez y, en torno al bienestar colectivo, se juntan quienes tienen vínculos afectivos para sentir en su piel que su vida se dignifica y que se realiza su proyecto de ciudadanía plena.

Con este propósito, hace 14 años, en Cartagena la acción colectiva que dio inicio a esta organización —y que aparecía solo como una respuesta de contención ante la impunidad en la que se cernía el asesinato de Rolando— evidenció que no era un acto de injusticia solo con él, sino una expresión sistemática de un prejuicio naturalizado que se había afianzado en la cotidianidad de las personas y en los procesos sociales, políticos y culturales de los territorios más perifericos. Expresiones físicas, verbales y simbólicas de violencia en las calles y espacios públicos, celebradas por las mismas comunidades, ausencia de respuesta por parte de las instituciones del Estado e invisibilización de las personas LGBTIQ+ como si no fueran artífices de la vida cotidiana y reprochando la diversidad, lejos de reconocer su potencial transformador, afianzaron que muchas personas  sintieran que salir del closet no era un acto seguro y que  era necesario migrar a espacios. Casi todos estos espacios se concibieron en las grandes ciudades, en medio de la fiesta nocturna con un alto componente gay, donde solo “se podía ser” y que, en los demás territorios, era imposible.

Esta situación fue la que promovió un ejercicio a la inversa de Caribe Afirmativo, pensándose lo siguiente: ¿cómo hacer que en los territorios —y desde sus particularidades— existan condiciones para la vida digna de las personas LGBTIQ+? Este cuestionamiento nos permitió pasar por cinco procesos interdependientes e integrales entre sí. 1. Asumir lo comunitario como horizonte del propósito y la finalidad organizativa que, desde las comunidades, con y para ellas, se deconstruyen prejuicios que son obstáculo para el reconocimiento de derechos y, a la vez, se promovieron procesos de transformación con metodologías creativas —artísticas en su mayoría— para garantizar lugar seguros para su vida digna. 2. Reconocer que los espacios periféricos, tanto urbanos como rurales, lejos de los guetos que el consumismo ha creado para las personas sexo-genero diversas, son los que requieren procesos de transformación que garanticen acciones reales desde sus lógicas cotidianas. 3. Entender que el conflicto armado que vive Colombia, que se agudizó justo en los mismos años de crecimiento de la visibilidad del colectivo, exacerbaron la violencia e hicieron más difícil el fortalecimiento de los proyectos de vida. 4. Posicionar nuevas formas de incidencia política que, de un lado, interpelen y exijan resultados contundentes a los gobiernos locales —que son los que prestan la atención directa y cotidiana que busca la ciudadanía para la garantía de sus derechos y a las comunidades— con una gran acción de intervenir la cultura ciudadana para eliminar de  ella todo lo que promueva la exclusión. 5. Hacer de la interseccionalidad  el ejercicio de interlocución ciudadana, que permita el empoderamiento de las personas sexo-género diversas desde las múltiples realidades que les atraviesan, bien sea pertenencia étnico- racial, su proceso de movilidad humana, el ciclo de vida y sus apuestas culturales y de fe.

Si bien la organización nació el Cartagena, fue un primer espacio de interlocución en diciembre de 2009, en San Basilio de Palenque, en un taller sobre diversidad sexual y de género, con mujeres de ahí que estaban promoviendo nuevas formas de abordar la comprensión de la sexualidad en un diálogo entre lo étnico y el género. En este, ante el fracaso de las metodologías propuestas y los aprendizajes de la cosmovisión palenquera que, de inmediato, exigieron des-aprender muchas formas naturalizadas de activismo —más racional que emocional y más amigo del “status quo” que de promover transformación— lo que llevó a poner “pies en tierra” y promover otras formas de acción, donde la comunitario era un imperativo categórico y la precariedad de la vida de las personas una urgencia moral que debía resolverse. 

Acto seguido, el hecho de buscar aliados que tuviesen experiencia de acompañar el trabajo comunitario, acercó a Caribe Afirmativo en 2012 a la Fundación Interamericana, que ya venía acompañando procesos de grupos poblacionales en los territorios en materia de construcción de paz y de consolidación de una cultura de derechos. El proyecto PRODESAL, en Córdoba; el teatro Esquina Latina, en Cali; los Hijos de la Sierra Flor, en Sucre; la casa de las Estrategias, en Medellín; y la red de emisoras comunitarias, fueron las experiencias de las que bebió la organización y de quienes aprendió la importancia de lo colectivo, la articulación comunitaria y la integralidad de combinar lo emocional con lo racional, lo humano con la naturaleza, lo local con lo nacional y las nuevas generaciones con las más mayores para consolidar una juntanza por la diversidad. Esta experiencia luego fue fortalecida en intercambios con colectivas feministas de Santander y Nariño, de quienes aprendió —y hoy está convencido el proceso organizativo— que el feminismo como estrategia política para luchar contra la opresión es el camino por el que debe transitar esta forma de hacer activismo.

Las primeras experiencias propias de trabajo comunitario se dieron en El Carmen de Bolívar, Maicao en La Guajira, Ciénaga en Magdalena, Montelibano, Córdoba y Soledad, en el Atlántico, para el año 2015, estos procesos desarrollaron una metodología organizativa que se ha titulado “La casa LGBTIQ+ es la casa de la diversidad, en medio de las casas de la gente” para construir con ellas procesos de transformación social. Este principio condujo a un trabajo desde el primer día en perspectiva de pensar el movimiento social no como un gueto, sino, en términos intersubjetivos, como un asunto colectivo que involucra a las personas LGBTIQ+ en primer lugar pero, con ellas, también sus  familias, entornos barriales y comunales. Además, ante el desgaste de las metodologías  de formación racionales y poco efectivas, se hizo uso del arte como vehículo transformador. Es decir, se hizo uso  del teatro, las manualidades, la danza, el videoarte y todo aquello que involucre a las personas como un todo en su proceso de identidad. Además, la particularidad que tenían estos territorios —y lo que llevó a su elección— es que se encontraban en territorios altamente afectados por el conflicto armado y, allí, las personas sexo-género diversas resistieron y la casa, que es ocupada y liderada por ellas, es un aporte directo a la memoria y la construcción de paz.

Para el año 2017, el aumento de personas  LGBTIQ+ migrantes y refugiadas que llegaban a las casas en mención —procedentes mayoritariamente de Venezuela, por la crisis humanitaria y, en menor medida, de otras nacionalidades que transitan por Colombia buscando llegar al norte del continente— se fueron integrando a la vida de las casas y empezaron a demandar otro tipo de atenciones, como acceder a servicios de salud, regularización, trabajo digno, integración en el sistema educativo y espacio habitacional. Del mismo modo, también permitieron identificar un problema que crecía naturalizado en la sociedad, como la xenofobia que, unida a los prejuicios por orientación sexual, identidad o expresión de género, hacían más difícil la situación migratoria de las personas  sexo-género diversas. Esta realidad acercó a Caribe Afirmativo a otros aliados, como Mercy Corps, La Rioja, USAID e Irlanda y, con ellos, se dio la tarea de aperturar otras casas, en lugares de alta presencia migratoria de personas LGBTIQ+ con servicios especializados. Allí,  aparecen las casas de Medellín, Cartagena, Barranquilla y, en los últimos días, la de Valledupar. Estos son espacios seguros para las personas LGBTIQ+ en general, pero con una vocación espacial de integrar a las personas en movilidad humana que pretenden construir su proyecto de vida en  nuestro país.

Hoy son ya nueve casas de Caribe Afirmativo en el territorio colombiano que responden, no ha un proceso de expansión, sino a unas lógicas de trabajo comunitario que nos han permitido acercar metodologías que dialogan con las realidades de cada territorio, lideradas por personas de esos territorios, bajo la lógica de esos mismos lugares. Esto, con el fin de que estos espacios terminen siendo las casas LGBTIQ+ en medio de las casas de la gente, que transforman realidades concretas, empoderan a la ciudadanía desde el arte, inciden con sus autoridades locales y construyen vida barrial y comunal desde la diversidad, como un ejercicio que dignifica la vida de todas las personas. En este proceso se han producido dos cajas de herramientas correspondientes a los dos momentos mencionados de aprendizaje comunitario, que han permitido llevar el proceso sin tener un espacio físico a Urabá, Norte del Cauca, Cúcutá, Arauca, Caquetá  y Magdalena medio. Todo esto es una expresión particular: proponer agendas de diversidad sexual y de género en Colombia desde las periferias, fortaleciendo las respuestas desde los territorios y activando mediciones de cambio en la vida cotidiana que permitían decir que avanzamos en derechos, porque se experimenta en la vida cotidiana, en la piel y en el corazón que la vida sexo-género diversa, si puede ser una vida bien vivida en este país.

Wilson Castañeda Castro

Director

Corporación Caribe Afirmativo