04 de julio de 2021. “Todo lo que no es nombrado, no descrito en imágenes, todo lo que se omite en las biografías, lo censurado en las colecciones de cartas, todo lo que se disfraza con un nombre falso, lo que se ha hecho de difícil alcance y todo cuanto está enterrado en la memoria por haberse desvirtuado su significado con un lenguaje inadecuado o mentiroso, se convertirá no solamente en lo no dicho sino en lo inefable”[i]. Con estas palabras de Adrienne Rich, una de las teóricas feminista y lesbiana señala que el ocultamiento en el que se han mantenido las relaciones sexoafectivas entre mujeres por años es una secuencia de silencios en donde mujeres que aman en femenino quedan huérfanas de tradición y referentes.
Así ocurrió con Vanessa Vidal[ii] mujer lesbiana oriunda del departamento del Caquetá y que por años tuvo que ocultar su orientación sexual y su rabia por la indignación que le causaba la guerra. Vanessa siempre ha amado a las mujeres de manera emocional y erótica. De niña se identificaba con los trabajos que son tradicionalmente asociados a los hombres, así mismo con el deporte, de manera que su expresión de género se acerca a lo que de acuerdo con los estereotipos conocemos como masculino.
A Vanessa le gusta el fútbol y desde pequeña fue un deporte que practicó asiduamente, haciendo parte de esos espacios recreativos donde a diario jugaba con sus amigas, quienes también tenían una expresión de género similar a la de ella, pues pasaban el tiempo entre pantalones anchos y botas por comodidad, aunque las demás personas les decían que se pusieran vestidos que fuesen más femeninas y que se buscarán un esposo como todas las mujeres de su pueblo lo hacían.
A ella esto jamás le importó, aunque creció en el contexto de una familia católica y bajo la creencia de sus padres de que ser lesbiana es “antinatural” y va en contra de los designios de su dios, ella siempre se mantuvo firme frente su familia y con las personas que hacían parte de su entorno inmediato. No le importaban las habladurías y aunque recibió numerosos rechazos e incluso alguna vez alguien llegó a escupirle, ella se resistía a ocultarse o a disfrazarse de los cánones patriarcales impuestos por la sociedad.
Sin embargo, aunque su actitud se mantuvo con entereza y valentía el conflicto armado logró silenciar sus formas de amar. Durante uno de esos emocionantes partidos organizados en la cancha de su barrio un grupo de hombres se acercó y la amenazó a ella y a sus amigas, les insistió en que no volvieran a jugar en dicho lugar y menos a esa hora, que si lo hacían de nuevo sufrirían las consecuencias.
Al escuchar la palabra “consecuencias” por la mente de Vanessa pasaron una serie de escenas de películas bélicas, que no eran sacadas del séptimo arte si no de su propia realidad, justamente de los recuerdos de su pasado y de su infancia, en particular sobre esas historias de terror de niños que les cortaban la lengua por ser “chismosos”, cuando muy seguramente se trataba de infantes jugando por ahí.
Vanessa Vidal creció en el municipio de Cartagena del Chairá, territorio que era disputado entre paramilitares y las FARC y en el que ocurrían toda clase de violencias por mantener el control de la zona. Ella recuerda que para anunciar el toque de queda lo hacían con tiros que sonaban a lo lejos, lo que no sabía es que si esos disparos iban al aire o directos al corazón de alguien. Como también la guerrilla ingresaba de manera arbitraria a los hogares de la gente, sin importar la hora o las personas que estuvieran allí, pues sus objetivos militares eran seleccionados si resultaban sospechosos de algo incorrecto a su ley de crueldad y silencios, por ejemplo, a los que consideraban líderes o lideresas sociales, a las mujeres o incluso a jóvenes que según ellos filtraban información eran destinados a su inquisición, sin embargo las personas LGBT lo eran solo por ser como son, tal lo afirma Vanessa, los mataban, desaparecían o amenazaban por ser lesbianas, gais, bisexuales o trans, sólo por oponerse a la heteronorma y al patriarcado hegemónico implantado en el sistema de violencia y dinámicas de terror de estos actores armados.
De hecho en Cartagena del Chairá en el año 2003, cuando Vanessa tenía tan solo 15 años[iii] hubo una de las masacres más dolorosas en su territorio. A las 11 de la mañana del 31 de julio de 2003, un grupo de paramilitares del Frente Sur de Andaquíes del Bloque Central Bolívar llegó al pueblo y asesinó a cuatro hombres e hirió a seis personas más. Según lo documentó el Centro Nacional de investigación, Cinep, miembros del Ejército Nacional hicieron una requisa previamente a establecimientos públicos diez minutos antes de que iniciará la masacre y no reaccionaron cuando escucharon los disparos de los paramilitares, cuando los soldados solo se encontraban a cuadra y media de distancia donde ocurrieron los hechos.
Sin embargo, desde puntos de vista feministas las resistencias lésbicas por años han sido sometidas a un ocultamiento y silencio, de ahí que los cuerpos a nivel político, sexual en todo momento se nieguen al silenciamiento de las mujeres por parte de los hombres. De hecho ser lesbiana en un territorio donde el conflicto armado es exacerbado[iv] y donde existe un patriarcado que atomiza a las mujeres y las obliga a la heterosexualidad, la resistencia y desobediencia ante este impuesto social, que a su vez se niega a servir a los hombres entiende que amar a las mujeres no solo es erótico si no político.
Por ejemplo, durante la década de los setenta las activistas lesbianas insistieron en que se dejara de considerar el lesbianismo cómo sólo sexo entre mujeres, pues para ellas era importante que reconocieran el carácter político del amor entre mujeres como mecanismo de resistencia a las imposiciones del patriarcado. Tal cual lo aplica Vanessa en sus días, puesto que luego de la amenaza que vivió por parte de actores armados cuando se encontraba jugando fútbol con sus amigas, por el miedo y el temor a perder la vida o a que su mamá se enterara de su posible feminicidio en circunstancias dolorosas, como todas las historias de terror que había oído, ella decidió encerrarse en su casa y no salir.
Esos días de confinamiento por decisión propia sus padres fueron quienes se encargaron de su manutención, como también dejó de hacer sus trabajos, pues se dedicaba a ser mototaxi y le daba miedo que en cualquier momento durante su jornada laboral alguien le pidiera un servicio y durante el mismo corriera riesgo. Su mamá le insistía que fuese más femenina, que se dejará crecer el cabello, que dejara de vestir ropa holgada y se buscará un esposo para que las amenazas y persecuciones se detuvieran.
¡Que hablen y hablen, yo soy lo que soy! Esto es lo que exclama Vanessa con vehemencia, aunque le parece absurdo que por su forma de amar y de ser tanto los actores armados como la sociedad misma la juzgara, silenciara e invisbilizarán. Aunque no se enfrentó en combates, ni derribó cuadrillas de soldados Vanessa Vidal resistió al conflicto armado, porque nunca permitió que la guerra aniquilará su identidad, su expresión de género y orientación sexual, se mantuvo firme hasta el final, y cuando la valentía de su corazón sobrepasó el miedo pudo volver a salir a la calle, trabajar e ir a tomarse un jugo con su esposa en un lugar público, mientras se toman de la mano y ambas miran con orgullo a su pequeño hijo de cuatro años.
[i] Tomado de https://www.caladona.org/grups/uploads/2014/02/rich-a-heterosexualidad-obligatoria-revista_nosotras_n_3_11_1985.pdf
[ii] Nombre cambiado por seguridad de la persona.
[iii] Tomado de https://rutasdelconflicto.com/masacres/cartagena-del-chaira-2003
[iv] Tomado de https://repositorio.unal.edu.co/bitstream/handle/unal/76915/Ximena%20AlcorroHeredia.2019.pdf?sequence=1&isAllowed=y