10 de julio de 2021. Con su salida de Venezuela, muchas migrantes LGBT llevan consigo un sinnúmero de historias que, la mayoría de las veces, no son contadas. Son relatos que hace aún más pesada su carga de migrar a un país con una cultura e idiosincrasia distinta. A través de El vuelo del Turpial hemos publicado varias de ellas.
Ser migrante puede ubicar a las mujeres lesbianas, bisexuales y trans en una situación de vulnerabilidad social, que muchas veces pone en peligro su salud física y mental. Andreina Mota es una joven lesbiana de 20 años natural del estado de Táchira y criada en Caracas, capital de Venezuela que decidió dejar atrás parte de su historia porque debido a la crisis económica de su país no pudo continuar con sus estudios; las oportunidades laborales eran casi nulas; no obtenía el dinero suficiente para poder apoyar a su familia y el grave problema de inseguridad que la mantenía en zozobra no le permitía sentirse segura al salir de su hogar.
“Cuando la situación en Venezuela se pudo dura, completamente dura, que ya ni lo que ganabas alcanzaba para los pasajes, porque hasta cerraron el metro y debías tomar más de un bus, tomé la decisión de irme. En ese momento, casi todos mis hermanos habían salido del país, solo quedaba mi hermana pequeña, mi mamá y mi papá. Yo quería seguir estudiando y trabajando, pero ya eso no se podía, no había lugar”, relata Andreina.
A kilómetros de distancia de su país, hoy se encuentra viviendo en Medellín (Colombia). “Yo quería irme a Perú, pero uno de mis hermanos me dijo que en esta ciudad me sentiría cómoda y segura, ya que es parecida a Caracas, no te costará nada adaptarte y te va a encantar, me decía. Además, no estaría sola porque unas primas vivían aquí”, destaca. Agregando que la decisión no fue fácil, ella cuidaba a sus padres y contribuía con el bienestar de su familia.
Andreina hizo todo lo posible por no abandonar su hogar, todos los días participaba en las manifestaciones, marchaba y se pronunciaba en los espacios de la movilización social. Ella llegó a pensar que la situación en Venezuela podía cambiar y que regresarían los años dorados de su país, pero ese solo sería el recuerdo de una realidad que ya no existiría. “Me escondía de mi mamá para poder ir a las protestas. Yo no quería irme de Venezuela sin antes darlo todo por la transformación, pero nada cambió. Solo vi muerte, dolor y agonía. Venirme a Colombia ha sido la decisión más difícil de mi vida, tenía 18 años. Yo llegué aquí un 9 de marzo a las 10:00 a.m. Entre por Cúcuta rumbo a Medellín, ya de eso han pasado 2 años”, recuerda entre lágrimas. “Yo tuve que caminar por trocha, eso fue un momento espantoso”.
Como Andreina, cientos de migrantes LGBT venezolanas han decidido emprender la odisea de atravesar las fronteras por senderos, conocidos como trochas. En el caso de Colombia, parte de éstos se ubican en zonas de conflicto, donde convergen los enfrentamientos entre grupos armados ilegales, el tráfico de drogas, personas, contrabando y armas.
Su valentía e intrepidez ayudaron a no desfallecer y ser presa del miedo en un país, al cual, solo había visto en fotos o escuchado sobre él por parte de su hermano, quien ya había estado en Medellín, ciudad de la eterna primavera. “Cuando llegué parecía una niña pequeña. Veía los supermercados llenos, había mucha comida. Sentía que me estaba volviendo loca, casi me gasto los poquitos pesos que tenía”.
Su travesía ha sido agobiante y dolorosa. Actualmente se encuentra desempleada, pero buscando maneras de salir adelante. “Siempre salen marañitas como limpiar un apartamento y ahí puedo ganarme algo de dinero”, indica confiando en que en una fecha no muy lejana podrá retomar la vida que soñó tener una vez en Venezuela. “Extraño a mi familia, mi cama, manejar bicicleta, yo sueño con ser ciclista. Además, amo la actuación”.
Aun cuando manifiesta su alegría en vivir en un país diferente, que cada día le presenta algo nuevo, Andreina ha enfrentado discriminación, no solo por su orientación sexual sino por su nacionalidad. “Exjefes que he tenido y algunas personas de acá dicen que los venezolanos dañamos todo, que por nosotros hay mucha inseguridad. No son capaces de ver que nosotros sufrimos, que no fue fácil dejar todo y llegar a un nuevo país sin nada, sin dinero y con los sueños rotos”, dice.
Integrante de Casa Afirmativa de Medellín y de la Colectiva Voz de Mujer siente que algo positivo de su llegada a Colombia es que ha podido expresarse libremente. El pasado mes de mayo en un Live realizado, en el marco del día contra la LGBT Fobia, por la Colectiva Casa Diversa de la Comuna 8, organización aliada de Caribe Afirmativo, Andreina comentó que sus padres desconocían su orientación y que le generaba temor contarles. “Antes de iniciar el En Vivo recibí un audio de mi mamá. Ella ha visto la publicidad de esa actividad que fue compartida por algunas amistades. Ella me preguntaba, en pocas palabras, ¿Andreina, eres lesbiana o no? Creo que mi venida a Colombia hizo que pudiera tomar fuerzas para contarles aquello que no me atrevía a decirles. Esto para algunas personas es duro, salir del clóset es duro. Es necesario sentir el apoyo de nuestros padres. No queremos que nos excluyan, sino que nos apoyen”, puntualiza, aconsejando que los padres deben hablar más con sus hijos para que estos no se sientan solos.
Historias como la de Andreina nos permiten señalar que la violencia sistemática que han sufrido las personas con orientación sexual, identidad o expresión de género (OSIGEG) diversa se encuentra exacerbada al tener una condición migrante, en países como Colombia en donde se perpetúan las prácticas sociales de prejuicio y violencia contra personas LGBT.
Desde Caribe Afirmativo, a través del proceso de Casas Afirmativas, continuaremos trabajando para que los derechos de las migrantes LGBT sean respetados y haya una promoción de la igualdad de oportunidades laborales sin temor de ser rechazadas, maltratadas o discriminadas por su OSIGEG o nacionalidad.