Aristóteles habló siempre de la práctica “del bien común”; y es que la política ha sido concebida como un propósito en movimiento que permita a la gente vivir mejor.
Más allá de una profesión o un ejercicio de servicio, la política es un estado afectivo que, como el amor, permanece en el ser humano que se asimila a su deseo de bienestar. Lastimosamente, lejos de su interés fundacional, hoy es de las expresiones más desesperanzadoras de la sociedad; parece que incluirse en su práctica es un asunto más de vicio que de virtud y nuestra tarea, desde los movimientos emergentes, cuya precariedad está dada por esas formas de perversidad política, es preguntarnos: ¿Por qué involucrarse en la política?
La práctica de la política se convirtió en un ejercicio de hablarnos a nosotros mismos, sin transformar el entorno social que hoy nos reclama disputarnos el sentido común y poder conducirnos de la actuación desde la rabia a la acción de la esperanza.
Para ello, tenemos que romper con el mayor obstáculo de la participación: el individualismo, y conectarnos a las prácticas colectivas, trazando lazos de solidaridad y sororidad con otros grupos poblacionales que como personas lesbianas, gais, bisexuales, trans e intersex, sufrimos en nuestra piel la ausencia de bien común, la cooptación del progreso, el fascismo en la vida cotidiana, la empresarización de los recursos y la ausencia de derechos y acciones ancladas en prácticas heterosexistas, patriarcales, machistas, clasistas y misóginas
Requerimos de una política que se construya desde el feminismo que promueva comunidades horizontales, que sea cuidadora y promueva la diversidad, que busque la vida buena contra la carrera frenética del capitalismo; que denuncie retrocesos y haga cara a las ofensivas. En suma, una política que no se olvide del mundo, sino que cambie el mundo.
En Colombia, Brasil y en toda américa y el Caribe, en los últimos años, se han sentido los vientos del retroceso: las prácticas de odio y los fundamentalismos, buscan retroceder en materia de bienestar y hacer del sufrimiento, la vaciedad y la inequidad, asuntos cotidianos en el ser humano. Hoy los sistemas tranzan relaciones solo desde la cosificación, se anulan las agendas de derechos por prácticas de servicios, que están mediadas por el poder adquisitivo que cada día sigue precarizando la vida.
¡Llevamos años preocupados, pero llego el momento de ocuparnos!, el mandato que tenemos las personas de los grupos subrepresentados es levantarnos, movilizarnos, apropiarnos de la política, hacer de ella una herramienta de la vida cotidiana; pero para ello tenemos que ser inventores de nuevas formas de relacionamiento político, proponer una política interseccionada, que ponga fin a los discursos del odio y la polarización; que por el contrario, promueva discursos y praxis social que reconozcan la diversidad , que reivindiquen nuevos saberes y prácticas, que sea un referente de seducción.
Las mujeres, los afros, indígenas; LGBT, aquí reunidos, somos la generación de la política de los hechos y no solo de las ideas, pues nuestra historia común e discriminación, nos enseñó que las ideas las construimos desde las necesidades sentidas en comunidad cuando experimentamos el desprecio y desde el ejercicio del reconocimiento del otro; que promueva movimientos horizontales, autónomos, que nos cuiden y que sean auténticos.
Tenemos ante nosotros tres retos:
- El estrés global que se vive en el mundo por los procesos de movilidad humana, la afectación al ecosistema, el crecimiento de la inequidad y la pobreza y la recapitulación del miedo que dan cuenta de un vaciamiento democrático, que nos obliga a no dejar que se capturen la democracia, pero que exige que transfórmenos profundamente las instituciones democráticas.
- El devenir fascista del neoliberalismo que hoy se escampa en el populismo y que ponen en riesgo nuestra subjetividad y la relación con las y los otros y, no busca tanto paralizar nuestra resistencia, sino los efectos de nuestra construcción de ciudadanía.
- La consolidación de la “sociedad del miedo”, miedo al “otro”, a la diversidad, a despojarnos para compartir acción que activa nuevas y más agudas formas de odio colectivizándolo, pues el miedo se activa con rapidez y se establece como herramienta de relación.
Todo esto es fruto de un nuevo proceso colonial, racista y racializado que acentúa la pobreza, el predominio patriarcal, la homofobia y el sexismo, una supremacía humana que agudiza la crisis ambiental. Por ello, desde Caribe Afirmativo consideramos que apostar por la política desde el movimiento LGBT significa: construir procesos colectivos; combinar nuestra visibilidad con la actividad política, tener agendas amplias que transformen realidades, generar reflexión social que cuestione al electorado, asumir la política con integralidad, romper imaginarios cosificantes sobre la participación política LGBT, ser coherentes con las apuestas políticas y partidistas discutir sobre representatividad y legitimidad como resultado de un proceso participativo, ser creativos en las formas políticas, no olvidar que la esencia es la resistencia para transformar la sociedad y sobre todo narrar el papel de los cuerpos en la política el derecho a construir desde las identidades.