Editorial

Una visibilidad que se ha hecho activismo: aportes de la visibilidad trans a la agenda LGBTI en el Caribe

4 de abril de 2021. En “Vivir para Contarlo”, Gabriel García Márquez cuenta la historia de una mujer trans afrocaribeña que vendía sancocho de pescado en la plaza de mercado de Cartagena, lugar preferido por los periodistas para ir a almorzar y entablar largas conversaciones con ella, propiciando espacios de socialización de experiencias LGBTI desde la periferia. Y es que el movimiento que florece en la región con procesos colectivos y acciones de movilización tienen su origen en el ejercicio político, resistente y transformador de las personas trans, desde lugares periféricos, asimétricos y marginados donde, a pesar de las adversidades de la violencia cotidiana, han propuesto una vida de visibilidad desde sus expresiones de género para exigir el reconocimiento a la diversidad como valor social y a la autonomía como derecho. Existen, en este sentido, cuatro niveles en las reflexiones de acción colectiva del Caribe que dan cuenta de esta realidad:

En aspectos culturales y festivos, en una región que vive de las prácticas carnestoléndicas y de la oralidad, ya desde los años 70,  en relatos de festejos populares, aparecen narraciones de resistencia e historias de vida de un significativo grupo de mujeres y hombres trans, tales como el ejercicio cultural pionero de mujeres trans en el Paseo Bolívar de Barranquilla que, años más tarde, tendría como resultado el carnaval LGBTI de la capital del Atlántico; la participación de hombres trans en el juego de la pelota de trapo de la sabana; la oralidad  del cabildo de Getsemaní en Cartagena –soportada en mujeres trans hacedoras festivas–; y la persistencia, a pesar de las adversidades, de los hombres trans en La Guajira y el Cesar para encontrar un lugar en la cultura.

Por su parte, las violencias de las cuales han sido víctimas las personas trans –mucho más contundente contra ellas que con el resto de las personas LBG–, se materializa con la transfobia institucionalizada y es legitimada por una sociedad prejuiciosa, lo cual se ha traducido en feminicidios, homicidios, violencia policial, amenazas y persecución. Así las cosas, los procesos de resistencia son numerosos y significativos, puesto han sido espacios desde donde muchas y muchos de ellos no solamente han puesto fin al silencio, sino que han exigido con contundencia a las autoridades investigaciones que determinen la causa estructural de esta violencia excluyente para que sea eliminada de raíz. Del mismo modo, han exigido a la sociedad respeto y garantías para que se les reconozca su dignidad en los espacios culturales, sociales y políticos desde donde se construyen sus cotidianidades.

Los escenarios de participación, en un país donde tanto las acciones colectivas como los espacios de toma de decisiones son claves para la transformación de las prácticas sociales, han sido ocupados en las últimas décadas por hombres y mujeres trans, y desde allí han puesto en marcha formas creativas de movilización social, desde el arte performativo y la resignificación del cuerpo como lugar político. En cargos de elección popular, por ejemplo, se encuentra la edila Taliana Gómez en Santa Marta. Ante el Consejo Nacional Electoral, por su parte, organizaciones trans y LGBTI hicieron incidencia para la aprobación de protocolo para asegurar el voto de las personas trans en condiciones de igualdad y libre de discriminación. Asimismo, están ocupan hoy cargos de función pública de designación en espacios como el Instituto de Patrimonio y Cultura (IPCC), el Plan de Superación de la Pobreza (PES) y el Departamento Distrital de Salud (DADIS) en Cartagena y la dupla de Género de la Defensoría del Pueblo en La Guajira, lo que hace que hoy los hombres y mujeres trans caribeñas sean protagonistas en primera línea de las apuestas y las acciones por hacer otra región posible.

En las formas de hacer el activismo, el movimiento ha combinado formas artísticas en el espacio público para deconstruir discursos prejuiciosos, como la apuesta artística y cultural de hombres trans, a través de Transgarte, y el activismo transfeminista al interior de la colectiva “Raras no tan raras” en Barranquilla. Por otro lado, se resaltan las acciones para construir espacios de integración cultural  binacional de hombres y mujeres trans en comunidades de acogida de migrantes y refugiadas en Maicao (La Guajira) y Valledupar (Cesar), así como también las acciones cotidianas de compañeras y compañeros trans en los territorios más golpeaos por el conflicto armado, como los Montes de María, el Sur de Córdoba y la Sierra Nevada-Perijá-Zona Bananera, donde muchas de ellas resistieron a las mayores expresiones de violencia y hoy participan activamente en escenarios de reconstrucción de memorias, proponiendo, desde el arte y los oficios, formas innovadoras de reconciliación.

Han sido estas historias, y otras más que aún hoy permanecen en el anonimato en el territorio Caribe, las que han sostenido la agenda activista desde la apuesta de sus cuerpos como discurso político y desde la resiliencia para hacer frente a la transfobia con exigencias de transformación de imaginarios culturales en interés de lograr abrir el camino que hoy, junto con ellos y ellas, transitamos gais, lesbianas, bisexuales, y todas aquellas personas que le apuestan a la diversidad como espacio de vida que conduzca a la ciudadanía plena.

Teniendo en cuenta todo lo anterior, el resto del movimiento LGBTI hoy tiene la oportunidad de entender el valor histórico y la acción transformadora de la agenda trans, de aprender y rodear su lucha transfeminista y de desaprender un monto de prácticas cotidianas que hemos heredado como movimiento y que reproducen a nuestro interior, prácticas machistas, misóginas, patriarcales y clasistas que hacen que estas exigencias no logren tener el impacto necesario en la transformación social que tanto necesitamos, desde un una perspectiva de equidad, inclusión y diversidad sexual y de género.

Wilson Castañeda Castro

Director

Caribe Afirmativo