Por más de 40 años, el Carnaval Gay de Barranquilla ha consolidado, a pesar de la adversidad, los espacios culturales y festivos como lugares para consolidar la ciudadanía plena de las personas LGBTIQ+.
Para los que vivimos o estamos por Barranquilla, estos días son mágicos, pues se cumple al pie de la letra el estribillo de la canción de Estercita Forero en las noches de guacherna: “La luna de Barranquilla tiene una cosa que maravilla…” Y esa maravilla está dada en los procesos de memoria y resistencia que los diferentes grupos poblacionales de la ciudad han liderado por décadas para hacer del folclore y la cultura un espacio de acción ciudadana. Desde los saberes del carnaval y la construcción colectiva de espacios diversos, hacemos del saber carnestolendo una hoja de ruta para que el territorio viva cada día del año con el fervor con el que se celebra el carnaval.
De estas prácticas culturales y festivas, las personas LGBTIQ+ también han sido protagonistas en el carnaval. Una historia con casi 50 años, que a finales de la década de los 70 inició en el barrio El Lucero, se trasladó luego a la discoteca Baco, pasó al paseo Bolívar y desde allí por las calles de la ciudad ininterrumpidamente año tras año, con su “Guacherna Gay”. Este evento se posiciona como uno de los hitos fundacionales del movimiento sexo-género diverso en el país, siendo el ADN del activismo en el Caribe. Ha valido hoy ser un acto de más de un mes de duración, con jornadas académicas, culturales, callejeras y colectivas, reconocido como patrimonio de la ciudad por el distrito, con un espacio permanente en el Museo del Carnaval, respaldado por la alcaldía y la gobernación. Es uno de los ejes estructurales de todas las fiestas del carnaval y del recién creado “Carnaval de Verano”, compartiendo escenarios culturales internacionales con expresiones similares en Oruro, Bolivia, Río de Janeiro, Brasil, y Nueva Orleans en EE. UU., liderado mayoritariamente por mujeres trans, hoy mayores, de la Corporación Carnaval Gay de Barranquilla y el Atlántico, que tienen hoy legitimidad y reconocimiento ganado a pulso.
Sin embargo, esa gala que hoy vislumbra como la luna, la alegría de Barranquilla, es la historia de la resistencia y la persistencia que, al principio, fue recibida con desprecio por la ciudad. Hoy, gracias a largas y agradables conversaciones con sus hacedoras, recuerdo en cinco actos.
Primero, la resistencia de las autoridades para permitirles en 1984 unirse a la guacherna de la ciudad en el paseo Bolívar. A los antecedentes de una “expresión cultural gay” en el marco del Carnaval, que lideró Jairo Polo en su barrio El Lucero, cuando con el apoyo de sus vecinos fue nombrado reina del barrio y desfiló en una carroza por sus principales calles en 1975. Las acciones festivas, de gala y grandes disfraces de carnaval que por los días carnestoléndicos se usaban en la discoteca “Baco”, para ese entonces, único lugar de homosocialización de la ciudad, dieron origen a la Guacherna LGBTIQ+ de Barranquilla.
Segundo, la persecución policial al finalizar la Guacherna. En la década de los 80, no solo se consolidó la cita anual de la Guacherna gay, sino que comenzó a ser una de las expresiones de las fiestas más concurridas y esperadas por los carnavaleros. Lo que les permitió ir abriéndose paso por las calles más significativas de la ciudad. Sin embargo, lejos del acompañamiento policial que vemos hoy, por esos años, antes, durante y después de la movilización, se activaba toda una sistemática persecución por parte de la policía. Estos se posaban en el lugar donde terminaba el desfile con sus camiones listos para capturar masivamente a las hacedoras del evento, sobre todo, a las mujeres trans. Se las detenía por la infracción mal llamada “incitación al desorden público” y se las confinaba en los calabozos de las estaciones por días en condiciones infrahumanas. Se las sometía a tratos crueles e inhumanos y a muchas se les obligaba a tener prácticas sexuales con los policías como requisito para darles la libertad. Acostumbradas a esta acción de violencia policial, ellas también construyeron mecanismos de defensa: en medio de sus grandes vestidos, llevaban tenis y ropa ligera para cambiarse con prontitud en los últimos tramos del desfile y despistar a la policía. Los aliados en la ciudad empezaron a parquearse con sus carros unas calles antes de los caminos de la policía, ofreciéndoles llevarlas y sacarlas de allí de inmediato para evitar el abuso de autoridad.
Tercero, la presión de sanción de la iglesia católica en una campaña de desprestigio en 1997. El crecimiento de la Guacherna gay año tras año tuvo entre sus primeros simpatizantes a otros hacedores del carnaval. Entre ellos, la reina central y el rey momo. Para la década del 90, una de las reinas decidió acompañar la Guacherna y lo hizo público en los medios de comunicación, invitando a la ciudadanía a rodear esta expresión cultural del movimiento LGBTIQ+. Iniciativa que le valió la sanción de la iglesia católica en cabeza del entonces arzobispo Félix María Torres. Como cuenta el historiador Danny González, emprendió toda una cruzada con la familia de la reina y las personas más influyentes de la ciudad. Logró no solo disuadir a la soberana carnavalera de su iniciativa, sino que empezó a liderar un discurso semanal en su púlpito que, en un ejercicio inusual de entendimiento, copiaron otras iglesias. Aún presente en algunos sectores de la ciudad de desprecio a los espacios de visibilidad del movimiento de la diversidad sexual y de género, señalándolo de inmoralidad, amenaza a los valores de la ciudad y riesgo para la educación pública. Todo lo contrario de lo que dice el edicto del Concejo en 2017 cuando lo declara patrimonio de la ciudad y reconoce el aporte de las personas LGBTIQ+ a la cultura de la sociedad.
Cuarto, la resistencia de la clase política de la ciudad. Era tanto el arraigo y la acogida que entre los 80 y 90 fue teniendo el carnaval LGBTIQ+ entre la ciudadanía, que permitió que en las elecciones de 1999 Jairo Polo Altamar, presidente de la Corporación Carnaval Gay e iniciador de la Guacherna en el barrio El Lucero, se convirtiera en el segundo en la fórmula al concejo de un líder político de la ciudad que fue de los primeros aliados al proceso. Luego de ser elegido, murió, el primero renunció a la curul y abrió la posibilidad de que Jairo la asumiera y se convirtiera así en la primera persona sexualmente diversa de carácter público. Esto desató un proceso de bloqueo en la corporación, ataques verbales injustificados a Jairo, acusaciones falsas y desprestigio, que rápidamente creó un par de cláusulas administrativas para impedir su posesión. Pero dejó constancia de algo que en la primera década del 2000 el movimiento empezará a capitalizar: que tenemos un potencial de apoyo en las comunidades para liderar un proyecto político y que los escenarios de toma de decisiones deben ser permeados en primera persona por los liderazgos gais, lésbicos, trans, bisexuales, intersex y no binaries; para perseguir y consolidar cambios que requiere la sociedad, para echar atrás la discriminación y garantizar la ciudadanía plena de los grupos poblacionales históricamente excluidos.
Quinto, las burlas de los espectadores. Si bien hoy en Barranquilla se espera con ansias el sábado de la Guacherna LGBTIQ+ para recibir en sus calles los bailes, disfraces y espectáculos del que es catalogado uno de los mejores y más organizados actos del carnaval, se conserva aún cierto tufillo de desprecio en medios de comunicación y en expresiones de algunos transeúntes. Afortunadamente, son sancionados de inmediato por el resto de la ciudadanía. Sin embargo, años atrás, era una persecución sistemática. Para las personas LGBTIQ+ salir al carnaval era toda una exposición a la violencia: insultos, burlas y comentarios irrespetuosos se oían provenientes de todas partes y por todos los medios. Incluso en los primeros desfiles, arrojaban basuras, piedras y objetos que ponían en riesgo la vida de las personas participantes era frecuente. Ante los ojos cómplices de la policía, que prefería ignorar estas expresiones de estigmatización y dedicarse a la caza de las personas valientes que, a pesar de ese riesgo, se mantenían porque era el espacio que querían legitimar y un llamado de atención a toda la ciudad. Si bien hemos superado algunas de estas prácticas y la prensa, apoyo y participación que tiene el carnaval de la diversidad va creciendo en la ciudad, todavía falta mucha cultura ciudadana y es urgente que todo el tiempo y en todo momento se promuevan espacios pedagógicos para erradicar el desprecio como respuesta a los reclamos de reconocimiento a los derechos.
Este año volvimos a salir, fue un fin de semana de una luna llena de plumas y lentejuelas, fueron más de 40 días insistiendo desde la resistencia festiva y cultural en un cambio profundo de la ciudad, donde todos los días sean como el carnaval. Es decir, que las personas sexo-género diversas puedan ser, sentir y vivir la ciudad y el Caribe con libertad y desde la diversidad. Las hacedoras del carnaval LGBTIQ+ con el cansancio a cuestas y los años encima requieren un sentido homenaje de esta ciudad antes de que mueran, como ya lo han hecho otras de su grupo pionero. Requerimos recibir su legado y esparcirlo en la cotidianidad: “Las personas LGBTIQ+ somos carnaval, el carnaval somos todos. Es la esencia de la ciudad, el fundamento de la identidad caribe y la fuerza que nos impulsa a vivir con alegría. Y esta, la alegría, es la única que motiva todas las mañanas para empezar un nuevo día con la convicción de que otro mundo es posible. De esta convicción, también somos portadoras las personas disidentes sexualmente y con expresión de género diversa, hijas de la luna cargada de colores de Barranquilla.
Wilson Castañeda Castro
Director
Caribe Afirmativo