8 de agosto de 2021. Las expresiones olímpicas de la antigüedad fueron escenarios de libertad y expresión homoerótica donde los cuerpos tenían espacio para articularse con otros en los múltiples entrenamientos y el desarrollo de destrezas; y en donde atletas y espectadores se unían en la grandeza de la corporeidad y en la armonía propia de la diversidad que estos expresan, haciendo del deporte el escenario de emancipación sexual y social de la cultura colectiva, práctica que con el correr del tiempo el proyecto político del patriarcado la pospuso por la teoría del crecimiento de la pulcritud moral y el sexismo corporal. La vaciedad del ejercicio cambió el deporte competitivo por competencia excluyente y proyectos colectivos por individualismo exacerbado. Todo esto consolidó la práctica deportiva como escenario de disputa, control y negocio en que el cuerpo es utilizado, clasificado y subordinado conduciéndolo al narcisismo de la heteronormatividad, lugar donde lo abyecto, lo invertido, lo raro y lo sospechoso de la sexualidad no tiene cabida y es invisibilizado.

Ese es el lugar del ejercicio físico que han encontrado las jóvenes generaciones, las que hoy, atiborradas por patrones de apariencia e instrumentalización, regresan al cuerpo como lugar de identidad. Por ello, conquistar la igualdad y permear todos los espacios deportivos con prácticas de equidad son una urgencia, y ese parece ser uno de los retos más visibles propuestos en los actuales juegos olímpicos porque, además de los récords que se marcan en las diferentes disciplinas, se posesiona como la versión con mayor participación de personas abiertamente LGBTIQ y no binarias. Según el portal gay Outsports.com, de 23 personas que se asumieron públicamente como personas LGBTIQ en los juegos de Londres 2012, y de las 56 en Rio de Janeiro 2016, en esta ocasión, por lo menos, 168 atletas se enuncian públicamente desde la diversidad sexual y de género. El mismo portal en un ejercicio de reconstrucción histórica reconoce que esta cifra es casi similar a los 229 atletas que en 80 años (1928 – 2016) asumieron o fueron señalados por su homosexualidad.

Para ellos la meta es competir en condiciones de igualdad, por lo que se han empeñado no solo en proponer una participación con alto rendimiento físico, sino también en derribar barreras sociales, políticas y culturales que naturalizan la discriminación y perpetúan la inequidad. Por años, los movimientos sociales, entre ellos el de la diversidad sexual y de género, han denunciado espacios deportivos que promueven el odio e incitan a la discriminación y han aprovechado la visibilidad que este les genera cuando pueden participar, para exigir el desmonte de acciones que invisibilizan la diversidad y naturalizan el desprecio como práctica social, porque promover el deporte como una práctica patriarcal y con roles estereotipados y sexistas lo ha convertido en una fábrica de odio y desprecio, alejándolo de su motivación más genuina: ejercitarse para buscar bienestar, trabajar en equipo para consolidar el sentido de comunidad y competir para destacar las destrezas.

El lugar común en las largas jornadas de educación física en los establecimientos educativos y en los juegos deportivos del barrio eran la exclusión de las personas que se asumían o parecían “homosexuales”, hombres “afeminados” o mujeres “machorras”. Que alguien se reconociese como lesbiana, gay, bisexual o trans, era auto vetarse para practicar un deporte o someterse a la ridiculización; de inmediato recibían una presión social de que el nivel de visibilidad y estatus social que le daba el practicarlo no le estaban reservados y que la determinación de los roles sexistas y de género impuestos previamente no le permitían ponerlos en cuestión. De manera que muchas y muchos crecieron con la frustración de someterse a un desprecio sistemático por arriesgarse a practicar un deporte, o marginarse de él porque no era su espacio vital. Varias son las historias de deportistas que tenían que elegir entre el deporte y la visibilidad, lo que trajo como resultado carreras frustradas, sueños interrumpidos, persecuciones y acusaciones falsas por ser o parecer LGBTIQ, que incluso en muchos casos terminaron en suicidios, asesinatos y señalamientos injustificados.

En el anterior mundial de fútbol de Rusia en 2018, las pocas personas que eran abiertamente LGBTI que se atrevieron a participar o a acompañar a los equipos, se vieron sometidas a una violencia sistemática por parte del Estado ruso, al ser este un país igual de inactivo en materia legislativa que el Japón para garantizar la diversidad sexual y de género y además con prácticas evidentes de persecución. Esto convocó al llamamiento mundial de participantes, espectadores y medios de comunicación, para que, con actos públicos, manifestaran que el mundo deportivo no puede seguir siendo escenario de excusión. Allí radica el valor de este centenar de deportistas en las actuales olimpiadas de Tokio que se enuncian abiertamente desde su diversidad sexual, identidad o expresión de género; es toda una oportunidad de pensar que la igualdad en el deporte puede ser una realidad y que el hecho de que se echaran abajo los velos prejuiciosos que por siglos han limitado las prácticas deportivas a las personas LGBTIQ. Por ello, su presencia es triplemente significativa. Al visibilizarse expresan al mundo que no aceptarán vivir con miedo por participar en el deporte. Al conseguir triunfos y medallas, demuestran que la constancia y disciplina les permite conseguir lo que desean, y al aprovechar el podio para actos políticos y expresiones de incidencia, dejan constancia que, para quien sufre exclusión, cualquier espacio sirve para educar y exigir la transformación de la sociedad.

Este grupo de atletas que ya son ganadores y pasarán a la historia por romper el récord de la invisibilidad, es importante destacar algunas de sus participaciones y la oportunidad política de sus mensajes para transformar la realidad; como el atleta estadounidense Alexis Sabalone, quien indicó ante los medios que su participación “era ante todo una apuesta política, pues cada atleta que sale del closet, contribuye a echar atrás el deporte como un lugar no seguro para las personas LGBT, pues da la tranquilad que no hay que camuflarse y poder ser lo que en verdad son”; o el potente mensaje del atleta inglés Daley, quien respondió a una entrevista que “su presencia, autonomía, libertad y visibilidad demuestran que se conquistan metas cuando se cumplen sueños porque no se está solo en el mundo”; o la gratitud que indicó Jordán Pisey, hijo adoptivo de un padre gay luego de ganar la medalla de oro, reconociendo que “el amor homoparental en su vida marcaron en él, el gran deportista que es hoy y el mensaje de liberación”; y la invitación a la resistencia para las mujeres que luchan contra la opresión en la región emitido por Yulimar Rojas al marcar historia con su medalla de oro y record olímpico. Pero quizá el mayor acto de pedagogía de estos juegos olímpicos es la presencia de personas trans; ya desde 2004 el Comité Olímpico Internacional había avalado la participación de deportistas trans en las competencias, pero solo ahora, 16 años después, se materializa esta decisión con la presencia de Rebecca Quinn, mediocampista del equipo femenino de fútbol de Canadá y de Laurel Hubbard, levantadora de pesas trans que representa a Nueva Zelanda, poniendo en términos de equidad su participación.

En 1928, terminadas las justas deportivas, un escándalo sacudió la prensa: se reveló que el atleta olímpico Otto Peltzer había competido “sin revelar su homosexualidad”, lo que le valió una sanción moral y deportiva; hoy las noticias cotidianas de los actos de visibilidad de estas atletas LGBTIQ son motivo de júbilo para el movimiento social y para las personas comprometidas con la igualdad. Casi doscientos atletas han marcado con arcoíris los campos de juego, buscando no solo ganar, sino, y, sobre todo, contribuir a transformar la realidad deportiva que tanto naturaliza la exclusión, por eso, al bajarse el telón de este espectáculo deportivo, nos quedamos con la poderosa frase de la lanzadora de peso estadounidense Raven Sauders abiertamente lesbiana: “para mí haber ganado esta medalla puede servir de motivo de inspiración a las personas LGBTI…significa todo”. Gracias, han alcanzado metas que con sudor y dedicación y sus vidas visibles, hacen que muchas personas hoy en el mundo sean doblemente felices por sus triunfos deportivos y por la libertad para vivir su sexualidad que han inspirado.

Wilson Castañeda Castro

Director Caribe Afirmativo