“Uno es más auténtico cuanto más se parece a lo que soñó de uno mismo”. Así finaliza La Agrado (Antonia San Juan), el entrañable personaje del universo de Pedro Almodóvar, su monólogo en la película Todo sobre mi madre de 1999. Agrado es una mujer trans que narra jocosamente el origen de su sobrenombre: siempre quiso “agradar” a los demás, y en el camino se fue perdiendo ella misma poco a poco.
Es precisamente este episodio almodovariano el que volvió a poner en mi mente un tema que hacía mucho no meditaba: ¿cuánto hemos tenido que sufrir las personas de la comunidad LGBT para contentar a aquellos que nos ven con prejuicio por la calle?, o peor aún, dentro de nuestros propios hogares.
Fue este flash inicial el que me hizo buscar las palabras de alguien que vivió, a la par mía, la “masculinización” constante a la que yo mismo fui sometido siendo muy niño. Mi madre recuerda tanto como yo los regaños por preferir las barbies a los carritos; los coscorrones por caminar muy derecho y saludar con la mano abierta en vez de con el pulgar hacia arriba. “Eso es de niñas”, me decía mi papá y yo, de 10 años y sin saber qué más hacer, resolvía orar para que un día amaneciera y como por arte de magia, todo lo que estuviese “mal” conmigo se fuera y no volviera jamás.
Ese profundo sentimiento de inconformidad con quien uno es, las ganas crecientes de cambiar, y el estar convencido de que uno mismo es malo o indigno solo por el hecho de ser, eso mismo sienten a diario miles (quizá millones) de colombianos que hacen parte de la comunidad LGBT. Todo, sin reconocer que su identidad, su personalidad y la forma como deciden expresarlas son tan válidas como cualquier otra.
Echando un vistazo a la literatura existente sobre violencia y violencia intrafamiliar contra personas LGBT y/o de identidad diversa, nos encontramos con la realidad que estamos tratando de eliminar por completo: para muchas personas de la comunidad el tema no se limita a los coscorrones, sino que llega a atentar contra sus vidas. El argumento a defender en estos casos puede parecer obvio para estándares globalizados del siglo XXI, pero alcanzarlo significaría un paso enorme para la dignificación de las identidades diversas: todos, todas y todes tienen derecho a expresar su identidad sin temor y sin experimentar represalias.
Pero, ¿cuál es el origen de la violencia contra las personas LGBT? Aunque puede identificarse una serie considerable de razones que desembocan en actos atroces contra los integrantes de nuestro colectivo, el prejuicio es por mucho el causante principal de los ataques.
De acuerdo con el concepto incluido por Caribe Afirmativo en su estudio “Manifestación de la violencia intrafamiliar hacia personas LGBT en el caribe colombiano”, el prejuicio opera como un proceso de racionalización de una falsa creencia, donde el otro considerado diferente, es marcado con características negativas. En ese orden de ideas, las acciones que se ejecutan de forma sistemática contra los miembros de la comunidad LGBT, incluso dentro de sus propios hogares, responden a la necesidad de “corregir” eso que está alegadamente “mal” en el individuo.
Así me lo decía mi mamá: “no quiero que mañana alguien hable mal de ti o te haga sentir mal o te haga daño, por eso te corrijo”. En ese momento, la explicación parecía tener todo el sentido del mundo. Hoy, sin embargo, entiendo todas las implicaciones que tiene a largo plazo. Muchas veces dejé de ser feliz o de hacer cosas que podría haber disfrutado solo por encajar y no ser tachado como “el maricón del grupo”.
La verdadera noción peligrosa en esta lógica no es necesariamente la predisposición de los padres o familiares frente a la sexualidad de sus hijos, sino el rechazo colectivo y arraigado a aquello que es diferente y rompe de una forma u otra con el statu quo; de lo cual, la actitud de las familias es solo una consecuencia. Es así como llegamos nuevamente a las convenciones retrógradas iniciales: rosado para las niñas, azul para los niños, “y de ahí en adelante eso no tiene ni pies ni cabeza”.
El tema con la des-parametrización es que, aunque es necesaria (se debe entender que el que usa rosado es porque quiere), esta lleva tiempo y los discursos tradicionales no están aportando mucho. Como analista de medios y lector ávido de literatura LGBT, he notado constantemente que incluso los libros menos reduccionistas abordan el tema de la normalización de las identidades diversas como un asunto romántico que se resume en la frase “acéptate cómo eres”.
Claro que el consejo no está demás, es imprescindible auto-aceptarse para empezar a transitar por el camino que conduce a la plenitud; sin embargo, no es ese consejo lo que se debe impartir en primera instancia para combatir el problema de la violencia contra lo LGBT. Algunos podrían alegar que existe una reserva en el tema de las identidades diversas que responde a una lógica propia del derecho romano: “aquello que vulnera el bienestar de la mayoría no debería existir”. Esta consideración no podría ser más absurda: suele pasar que es lo “normal” lo que vulnera a lo diferente y no al revés; de ser esto cierto, la “normalidad”, tal y como la conciben la mayoría de los colombianos, debería estar vetada.
Ahora bien, ¿atentan las identidades diversas contra las “nomales” ?, en la coexistencia social tal y como la reseñan los medios de comunicación, que reportan casi a diario crímenes de odio contra los miembros del colectivo LGBT, la realidad es que no es lo diverso lo que atenta, lo diverso es más bien el sujeto del atentado.
Una solución viable al problema de la violencia contra lo LGBT debería ser la protección virtual de lo diferente. Así como la ley precisa la libertad de todos desde el momento mismo de nuestro nacimiento, se debe legislar en torno a la consecución de individuos capaces de aceptarse, no a sí mismos, sino entre ellos, entendiendo que la normalidad es un concepto desgastado que ha limitado desde tiempos inmemoriales el poder creador del ser humano; hecho por el cual muchas de las grandes manifestaciones colectivas de los últimos siglos han sido consideradas como revolucionarias cuando lo único que pretendían ser era justas.
El principio de “aceptarse a sí mismo” no debería ser un concepto impartido, sino una constante inagotable desde el momento del nacimiento. Una persona no debería debatirse para averiguar si es válida su forma de ser, pues la genética misma nos da esa lección: existen infinidad de posibilidades y todas tienen cabida.
Para el lector confundido: en efecto, eres una criatura hermosa seas como seas y mereces respeto y amor, pero también estás en el deber categórico de respetar a quienes te rodean bajo el precepto único de que es humano como tú mismo lo eres. Bien lo decía Kant: obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca simplemente como medio.
Esto, palabras más, palabras menos, apela a que las personas no somos unitarias, sino que contenemos en nosotros mismos el valor inmenso de toda la Humanidad y sus logros. Nadie es menos humano que nadie, un humano vale por todos los humanos y todos los humanos, cual mosqueteros, valemos por uno solo que esté siendo vulnerado.
Retomando a La Agrado, el valor de la autenticidad, de ser exactamente quien uno quiere ser, es el valor mismo de la humanidad. Al final somos todos animales políticos que deciden en sus propios devenires como abordar sus variadas naturalezas, y eso es precisamente lo que nos acerca los unos a los otros: todos todas y todes somos protagonistas de una lucha constante por existir en la felicidad que hemos imaginado para nuestras vidas, tal y como lo hicieron trillones de billones de seres humanos antes que nosotros. En palabras de Maya Angelou: “vengo como uno, pero represento a diez mil más”.
En el momento en que seamos capaces de ver en el otro el reflejo de nosotros mismos, entenderemos que no hay cabida para violentar lo que yo mismo soy; pues cada quien, a su manera, encierra dentro de si el gran potencial del universo. Condenar a alguien por lo diferente que es de ti, equivale a condenarte a ti mismo por lo diferente que eres de los demás.