25 de septiembre de 2021. “Yo creía que la vida en Colombia sería mucho mejor, conseguiría trabajo, le enviaría dinero a mi familia y en tres meses, aproximadamente, regresaría a Venezuela, pero no; la realidad fue distinta, encontré desempleo, exclusión y xenofobia. Sumado a esto pocas oportunidades para las personas migrantes”, fueron las palabras que pronunció Jhonkendry Gutiérrez, un ciudadano bisexual participante en los procesos de Movilidad Humana de Caribe Afirmativo, al recordar sus motivaciones para salir de su país.
Nacido en Maracaibo, estado de Zulia, viajó más de 120 kilómetros como resultado de las falsas ilusiones compartidas por una amiga, quien le había prometido que su situación y calidad de vida serían diferentes si dejara el país vecino y viviera en Colombia.
“Vendí mi computadora, mi celular y muchas cosas más para poder salir de Venezuela. Mi amiga insistía que todo cambiaría, que aquí podría lograr tener un futuro mejor y ayudar a mi familia a salir adelante, desde la distancia; pero desde que cruce la frontera, las desilusiones comenzaron y como dice el refrán: no todo lo que brilla es oro. Eso lo aprendí tiempo después”, expresa.
Lo único que desea ahora Jhonkendry, como muchas otras personas venezolanas que como él han “fracasado en su travesía, es volver a casa, cuando la crisis humanitaria desaparezca o disminuya.
Han pasado tres años y los recuerdos siguen intactos
Despojado de todos sus bienes, cansado y desilusionado, cuenta en medio de las lágrimas que los primeros meses en Colombia fueron difíciles, “nunca pensé tener que caminar horas y horas, e ir de casa en casa pidiendo dinero. Mendigando unos cuantos pesos colombianos, para sobrevivir; para tener qué comer y pagar un lugar seguro donde resguardarse”, dice.
Para este joven venezolano cada experiencia vivida le permitió adquirir la madurez necesaria para no volver a ser tan ingenuo e incauto. “Ya no soy amigo de aquella persona que usó mis sueños y anhelos para engañarme. Quizás otros no hubieran dejado todo lo que tenían por las palabras de alguien, pero cuando el hambre toca tu puerta, hay propuestas que pueden sonar atractivas y más si vienen de personas que conoces desde hace años. En aquella época era más joven, pensaba diferente y tomaba decisiones sin valorarlas y revisarlas, hoy todo es distinto; cada paso lo doy con cautela y reserva”, comenta.
En Colombia, su amiga, una mujer lesbiana que vivía con su pareja en una pequeña pieza en en Isla de León en el barrio El Pozón, uno de los sectores más pobres y desprotegidos por las autoridades de Cartagena de Indias, le dice a los días de haber llegado: “tenemos que ir a trabajar para poder pagar $6.000 a la persona que nos permitirá quedarnos en esta pieza. Y, $5.000 para poder comer”.
Jhonkendry agrega que, en total, eran $11.000 diarios con los que debía contar para sostenerse. “Tenía que ver cómo buscar eso. El primer día salí con ella a buscar trabajo. Nos cerraban puertas, nos rechazaban, nos humillaban, nos insultaban y así pasaron los días hasta que se me acabó el poco dinero que había traído desde Venezuela. Después, ella me llevó a pedir casa por casa, no puedo describir la pena que sentía, no estaba acostumbrado a eso. Los siguientes días nos fuimos a trabajar a los buses. Ella me decía que me estaba preparando, para después ir a trabajar solo. Recuerdo que las lágrimas me consumían. No podía ni hablar, ya que recordaba a mi familia, mis estudios y todo lo que me hacía feliz. Nunca le dije a mi mamá que pedía en los buses o estaba mendigando en la calle, no quería que se sintiera mal, eso duró mucho tiempo”, destaca.
A los tres meses de su llegada al país, falleció su abuela en Venezuela y se marchó del lugar que estaba conviviendo con su amiga. “La muerte de mi abuela me partió el corazón, no pude despedirme de ella, ni ver sus últimos días con vida. Aún en medio del dolor, ese momento me permitió abrir los ojos y ver que la persona que yo consideraba mi amiga y a quien le creí para dejar Venezuela, no me estaba apoyando, prácticamente no le importó el dolor por el que estaba pasando. Por lo cual, tomé la firme decisión de marcharme y acabar con esa amistad. Ella me robó y abusó de la confianza que le di”.
En este sentido, otra de las lecciones aprendidas va relacionada con su familia, ya que considerando que era mayor de edad no consultó, ni pidió otra opinión sobre la travesía que inició y, la cual, le trajo tantos dolores de cabeza. “He aprendido la importancia de la familia. Cuando decidí irme mi mamá lloró mucho, me rogó que no me fuera, que no la abandonara, pero yo estaba tan convencido que viviría algo mucho mejor en Colombia, que no escuché palabras, ni consejos. Además, no me despedí de nadie y solo esperé que llegara el día para irme con mis maletas a un nuevo porvenir”, señala.
Pasó la frontera y se dijo: “no hay vuelta atrás”, y así fue, aun cuando enfrentó grandes dificultades, problemas y apuros, Jhonkendry supo cómo salir adelante, “a veces quise salir corriendo y regresar a casa, pero no podía volver sin antes luchar”, y así fue, este joven venezolano ha sido valiente y se ha esforzado para salir adelante en medio de las tormentas. “Al principio le mentía mucho a mi familia, les decía que me estaba yendo bien, que trabajaba, y me aguantaba las ganas de llorar. Ellos son mi principal fuente de alegría y no quería ocasionarles algún dolor. Hay muchos días que deseo regresar a casa, pero los recursos para volver aún son insuficientes”, comenta.
Por otra parte, esta situación hizo que fuera más propenso a que su salud mental también se viera afectada y desarrollará depresión, ansiedad, trastornos del sueño, ira y tristeza. “A cada momento lloraba, sentía que el mundo se había acabado para mí. No sabía para dónde ir, no tenía dinero y temía volver a ser engañado”, menciona.
Es por lo anterior, que se hace necesaria una atención en salud mental de los migrantes y refugiadas venezolanas, la cual, debe ser una prioridad dentro de la agenda sanitaria pública del gobierno nacional, territorial y local, pero desafortunadamente continúa invisible y sin reacción dentro de la emergencia humanitaria que enfrenta esta población.
“Poco a poco he ido saliendo adelante. También el cambio de actitud cuenta. Vendrán tiempos mejores que me permitirán volver algún día con mi familia. Por el momento, debo continuar dando lo mejor de mi para no desfallecer y perder las ganas de sonreír”, finaliza.
Este artículo fue posible gracias al generoso apoyo del pueblo de Estados Unidos a través de USAID. Los contenidos son responsabilidad de Caribe Afirmativo y no necesariamente reflejan las opiniones de USAID o del gobierno de Estados Unidos.