14 de marzo de 2021. Las acciones sociales, culturales y políticas que emprenden las personas, más allá de las actividades relacionadas con su profesión o trabajo y que se hacen por vocación o convicción, han venido recibiendo múltiples denominaciones en la sociedad: defensoras de derechos humanos, gestoras sociales, promotoras culturales, actoras religiosas, protectoras del medio ambiente o activistas. Todas ellas, son la evidencia de vidas que dedican lo mejor de sí para aportar a un proceso de transformación desde la resistencia y resiliencia que, en la mayoría de los casos, escapan de las lógicas capitalistas que lo miran con desprecio, pues lo leen como amenaza para su proyecto enajenador, pero, para quienes militan dichas causas, a veces utópicas, son la evidencia de que otro tipo de sociedad es posible.
De todas estas denominaciones, la que más se usa para referirse a las personas que trabajan agendas LGBTI es la de “activista”; en esta palabra, cuya raíz etimológicamente significa llevar a cabo, se recoge un sentimiento de cambio y un potencial de movilización que asiste las acciones en torno a la diversidad sexual y de género y que hace un llamado a quienes están en estas agendas de responder a la negación y limitación de derechos con un compromiso responsable, permanente y oportuno, para liderar procesos que persigan la trasformación estructural del entorno prejuicioso y conduzca a quienes sufren restricciones a escenarios de garantía de vida digna.
El potencial de esta nominación permite trazar todo un plan de cómo se debe consolidar el papel de un sujeto que no se conforma solo con hacer, sino que busca transformar, en un proceso histórico, la lucha por el reconocimiento que en la actualidad pide acciones colectivas y procesos de cambio. Sin embargo, movimientos como el LGBTI están en el peligro de acomodarse al “statu quo” y asumir la propuesta cosificante que le ofrece el capitalismo, promoviendo el utilitarismo de la “cultura gay” que se basa en el consumismo, el culto al cuerpo y la construcción de guetos clasistas, racistas y elitistas como imaginario de bien común, olvidando que es el mismo capitalismo en una práctica reificante el que usa su orientación sexual, identidad o expresión de género para excluirles, limitarles e invisibilizarles.
Por ello, asumir un rol en las agendas LGBTI como activistas no es solo poner una profesión o técnica al servicio de una causa o construir una opinión solidaria y favorable sobre las acciones que se deben implementar para superar el déficit de derechos; esas tareas son necesarias, pero no suficientes. Se debe también proponerse hacer parte del proceso que provoca la transformación, acción que de por sí, para la sociedad, es incómoda y desestabilizadora, pero necesaria para romper con el continuum de violencias, donde las formas creativas operan como medios que validan dicho cambio bajo la consigna de reformar, no hacer cumplir, porque sencillamente lo que existe no funciona o funciona mal. Por ello, el activismo convoca a comprometer la voz, el pensamiento y el cuerpo como mecanismos de resistencia para darle forma política a la frustración que genera la apatía social, rebatiendo ideas que oprimen e instituciones que limitan la libertad.
Una persona activista está convencida de que hay algo que debe cambiar y tiene la certeza de que puede contribuir para dicho cambio, por lo que traza su horizonte de acción en tres medidas: en primer lugar, y como prerrequisito, debe asistirle la motivación de estar rotundamente convencida de que su causa es el motor de cada acción que emprenda; en segundo lugar, identifica un punto de llegada, que es una meta que da razón y horizonte a sus acciones cotidiana; y, en tercer lugar, se articula en función de un proceso colectivo, pues el éxito del activismo no es el individualismo, ni las acciones personalistas, sino colegiar con otras con quienes se comparten ideales, donde cada una apueste al propósito del cambio y renovación.
La indignación y la injusticia, los malos tratos, la indiferencia social, las decisiones arbitrarias, el clasismo, el racismo y los prejuicios, que crecen por las políticas de odio en la sociedad, son detonantes de la urgencia que tiene la sociedad moderna de activistas: activismo contra la guerra, activismo contra el cambio climático, activismo por la libertad de los pueblos, activismo por la paz, los cuales tienen mayores réditos cuando se dan como proceso. Ahí, la organización es clave en el accionar activista, entendiendo a esta en una doble vía: por un lado, como el espacio al que se pertenece, que traza ideales colectivos y que libera al activismo de la carga individualista donde “todo” dependerá de una persona; y, por otro lado, como la construcción de unas acciones claras con metas, propósitos e indicadores que permiten cumplir con la meta: el cambio de la realidad social.
La mejor carta de presentación del activismo, no es el cúmulo de investigaciones académicas a su a haber, ni la constancia de apariciones en medios de comunicación, ni el número de seguidores en redes sociales, sino el ver cómo las causas que lo aglutinan, se expresan en acciones colectivas que persiguen transformaciones de bienestar común. Por ello, la denuncia a la violación de derechos humanos, la movilización ante expresiones de cosificación y la divulgación de mensajes provocadores que promueven los cambios sociales son las acciones que diariamente marcan la agenda de trabajo de las activistas.
Asimismo, debemos ser conscientes que hay un falso activismo cooptado por el Estado y limpiado por el capitalismo que usa las necesidades sociales, culturales y políticas para entregar pequeñas acciones distractoras que limitan el proceso de transformación, creando un muro de contención que entorpece la urgencia de la renovación y que no permite que se realice ningún cambio sustancial. Dicha condición tiene que afrontarse con determinación, con el fin de que el sistema opresor no se apropie de nuestro mejor mecanismo de defensa ante sus prácticas desproporcionadas de negación.
Las jornadas del activismo, en ocasiones, sobrepasan las capacidades humanas, pero, al final del día los procesos de colegaje que florecen en medio de la incertidumbre de la violencia son la recompensa de haber asumido la realización personal y colectiva desde el activismo.
Wilson Castañeda Castro
Director Caribe Afirmativo