Identidades en movimiento, vulnerabilidad en ruta
Amin Maalouf, en “Identidades asesinas”, hace una fuerte critica a los teóricos de las “identidades” por querer relacionar la vida de los seres humanos con los seres vegetales, bajo la imagen de que “tenemos raíces y debemos germinar”. Él, usando la figura del cordón umbilical, rompe con este símil y afirma que así como este se corta y se entierra al nacer, y el individuo se olvida de él, así mismo, el ser humano en la actualidad debe entenderse no en relación a “echar raíces en un territorio”, sino, y haciendo uso de su libertad, para construir una ciudadanía globalizada. Dicha situación, aplica, en términos reales, a pocas personas que con el rótulo de extranjeros, con poder adquisitivo, preparación profesional y edades ocupables pueden desplazarse, casi siempre de manera voluntaria, de un lugar a otro, y construir una experiencia de ciudadanía global. Sin embargo, otra gran cantidad de personas, que no cuentan con esos requisitos, cuyo movimiento además no es voluntario, no logran ser reconocidas ni como extranjeros, ni como ciudadanos y se quedan en la mitad, situación que les deja desprovistos de derechos.
En los últimos días, para atender los efectos diferenciados del COVID-19, ha tomado relevancia un término que en las intervenciones sociales usamos con mucha frecuencia para la atención con garantía de derechos: la vulnerabilidad. Entendida esta como una realidad que la otorga el contexto y no como una realidad personal que le es propia a quien la vive. Así, no es correcto decir “yo soy una persona vulnerable”, pues la esencia de las personas es ser sujetas de derechos y cualquier realidad que sea contraria a esto debe ser superada de inmediato, pero si ocurre como una realidad en el contexto: la falta de acceso a servicios o la coyuntura de violencia que pone en riesgo el proyecto de vida de un ciudadano, generando un contexto de vulnerabilidad que compromete el desarrollo de su identidad.
Las vulnerabilidades, que son barreras reales o percibidas para acceder a derechos y desarrollar el proyecto de vida, se dan en contextos económicos, sociales, políticos y culturales con efectos como la pobreza, el autoritarismo, la falta de garantías sociales y la reducción de libertades. No obstante, y es común en nuestros tiempos, se presentan los escenarios de vulnerabilidad con dos realidades que le son vinculantes: su multiplicidad (se dan una y otra al mismo tiempo) e intereseccionalidad (afectan de manera diferenciada y en términos siempre de negatividad). Por ejemplo, ser una mujer habitante de un lugar sin inversión y desarrollo activa las vulnerabilidades que ocasionan pobreza; las condiciones de machismo y patriarcado social que puedan preexistir en este territorio, generan riesgos para acceder a sus derechos como mujer; si además se suma el racismo, se dificulta el acceso servicios si hace parte de la población afro o indígena; y si se naturalizan los prejuicios sobre su orientación sexual y de identidad de género, hay afectación directa a su dignidad si se reconoce por ser lesbianas o trans.
Experimentar vulnerabilidades hacen que la identidad sufra frustraciones en la sociedad a la que pertenecen o desea pertenecer, ya que la persona ve el reflejo de sí misma a partir de experiencias humillantes y despreciables, situación que termina adhiriendo en sus vidas y cuerpos la insatisfacción. El mundo del tránsito que nos ha tocado vivir ha hecho de esas vulnerabilidades asuntos móviles y en busca de mejores condiciones de vida; muchos ciudadanos y ciudadanas se movilizan por el mundo buscando dejar atrás dicho contexto de vulnerabilidad, pero, por aquello de caminar con su realidad a cuestas, la vulnerabilidad viene con ellos y ellas y por eso en momentos vuelve a ponerse sobre la mesa la pregunta por las personas en condición de vulnerabilidad, porque hay mayor emergencia de atención frente a los retos de la pandemia. Aquí cobra importancia central poner la vista en las personas migrantes y refugiadas, a quienes el contexto vulnerable desplazó y con quienes marcha el alto riesgo de vulnerabilidad y activar de inmediato el cambio de acciones de hostilidad por prácticas de hospitalidad.
Hannah Arendt, en su diario filosófico, da espacio en varios pasajes a expresar su experiencia de ser una mujer judía y refugiada en Estados Unidos, en medio de la persecución nazi que le generó un alto nivel de vulnerabilidad. En sus notas del año 1958 expresa una sentencia contundente: “negar derechos, expropiarte de tus cosas, tener miedo… es la expresión de que estamos en desarraigo, nos han atrofiado las raíces”. Esta afectación de la relación de las personas con sus raíces que hablan de su identidad, se puede dar de cuatro maneras: a) la existencia de sujetos que por la presión de la violencia o la ausencia de derechos, toman la decisión de dejar atrás sus raíces y buscar nuevos espacios de vida; b) personas que les han sido arrancadas de manera violenta sus raíces y cuando tomaron conciencia ya el espacio no les pertenecía; c) quienes han decidido ir con sus propias raíces o construir otros horizontes de vida; y d) quienes se han quedado a resistir, pero les han arrebatado el suelo y la ausencia de este hace que sus raíces ya no se muestren resistentes por falta de nutrientes. En todos estos casos hay frustración de la propia identidad.
La expresión migrante, que Cicerón relacionaba con el término “migrare” (cambio de domicilio), tiene, en la realidad social, una profunda relación con la marginalidad. No se le ve como el ciudadano que es propietario y puede echar raíces, o como el extranjero que puede sembrarse junto al ciudadano, sino que se percibe como alguien intermedio que debe quedarse en la periferia y hacia el que se expresan múltiples acciones de temor con el supuesto de que sus raíces pueden disolver la solidaridad consolidada por el territorio; por eso se le declara en contexto de vulnerabilidad. Seguirlos considerando en la relación “nosotros” y “ellos”, incluso solo para abogar por sus derechos, equivaldría a afianzar la barrera entre nosotros los que hemos echado raíces y ellos a quienes les han atrofiado sus raíces.
Bauman escribió 40 años, después de llegar a Inglaterra, su libro “Identidad”, y en su presentación se cuestionaba por qué el auditorio en sus preguntas buscaba siempre marcar la diferencia entre su pasado polaco comunista y su nueva ciudadanía inglesa de la libertad moderna; en premisas tales como querer saber en su experiencia como migrante a quién le pertenece el territorio, de qué manera se desplazan las fronteras imaginarias y se preguntaba: ¿Se puede dejar de ser recién llegado cuando aún no lo eres?
Ojalá este aislamiento social nos permita romper en colectivo con las vulnerabilidades que ha generado el sentirnos propietarios del territorio y labrar la tierra para que echemos raíces todos y todas, empezando por aquellas que están en mayor riesgo de que se sequen, o que urge revivirlas por la ausencia de nutrientes que den sábila a su proyecto de vida y que nos permitan comprender que compartir la vida con otro, donde nosotros tenemos las raíces y el las piensa instalar, nos obliga abrirnos a una práctica de reinversión del territorio, dadas por la proximidad y la cohabitación. Todo esto, de manera simultánea, es compartir el espacio en un acuerdo de territorialidad donde las raíces de cada uno se articulen con un presente común e integrado que nos permita cambiar la hostilidad por la hospitalidad.
Wilson Castañeda Castro
Director
Caribe Afirmativo