25 de abril de 2021: La carretera que comunica Apartadó con Chigorodó está adornada por cultivos de plátano, que parecen un bosque tupido verde, de hojas amplias que adornan la entrada de este municipio del Urabá antioqueño. Mientras el olor a humedad que se mezcla con el de la tierra y anuncia un aguacero monumental, Federico Arenas[i]comienza a contar su historia.
Federico actualmente tiene 48 años y vive en el casco urbano de Chigorodó, es activista y hace parte de la Mesa Diversa de su municipio en la que ejercen liderazgo y se dedican a labores comunitarias que promueven acciones solidarias con poblaciones vulnerables, especialmente niños, niñas y adolescentes. Federico se levanta de la mesa, pide un vaso de agua y se queda mirando a la ventana, poco antes de que termine de beber y poner el vaso de nuevo a la mesa se despliega un aguacero que se convierte en la banda sonora de su relato.
Cuando Federico era un joven de 22 años vivía en una vereda de Chigorodó con su mamá, desde ese entonces ya se sentía orgulloso por dos cosas: su orientación sexual y su color de piel, era un hombre abiertamente gay que se sentía aceptado por su comunidad, pues nunca antes había escuchado algún comentario de rechazo por su orientación. Él cuidaba una parcela con su mamá, pero entre mayo y abril del 1992 empezaron a notar una rara presencia en su territorio, como un halo de guerra y tensión.
La llegada de las FARC a la vereda comenzó con campamentos aledaños a quebradas y montañas, empezaron a cobrar vacunas a varios terratenientes y a pedir gallinas e insumos de cocina para poder preparar sus alimentos. Federico recorría el campo cuidando los cultivos de la parcela y sentía que esos uniformados repetían en voz baja “ hijueputa marica, esta bueno como para matarlo, son seres que no deberían vivir en está tierra”, esos chismorreos fueron las primeras amenazas contra su integridad.
Para los primeros días de junio, las FARC se habían tomado por completo la vereda, controlaban la entrada y salida de las personas y quien bajaba al casco urbano le ponían un escolta vestido de civil, que vigilara que nos los fuesen a denunciar con ninguna entidad. Para esas fechas Federico, quién ya sentía temor salió a caminar por los potreros y cruzar la quebrada para cuidar un cultivo de maíz y en el ejercicio de su labor, tres hombres de las FARC lo llamaron a que se acercara, él desprevenido y preocupándose por el motivo de este llamado accedió y lo siguiente fue la materialización de esas primeras palabras crueles que escuchaba a lo lejos.
Al rato no eran 3 hombres, si no 10 que lo amarraron y le ordenaron quitarse la ropa, él se negó pero amenazaron con hacerle daño a su mamá. Tenían muy bien pensado lo que harían esa mañana, lo que siguió a ese forcejeo fue una violación y una secuencia de acciones propias de un grupo de monstruos. Federico puso resistencia en varias ocasiones, pero lo golpearon en la sien con la cacha de una pistola dejándolo inconsciente. Pasado el mediodía y con fuertes dolores en el cuerpo y en la cabeza se levantó como pudo y regresó a su casa. Se acostó en su cama, no le dijo nada a su mamá y guardó ese secreto como un yunque, como un peso en su memoria que tendría mucho miedo a enunciar en voz alta, por la burla y revictimización que podría experimentar si lo contaba.
De acuerdo con el periódico El Tiempo[ii] la Unidad de Víctimas registra más de 650 casos de hombres que fueron violados en el marco del conflicto armado, incluso hay cifras desde 1985 y sin embargo, este sigue siendo un tema tabú al momento de hablarlo. Los departamentos en los que se concentra esta repudiable crimen son Antioquía, Valle del Cauca, Nariño y Bolívar. Es probable que esta práctica criminal tenga un amplio subregistro, considerando la hegemonía de un sistema patriarcal y el miedo al que dirán, pues las anteriores son las razones principales que impiden que las víctimas cuenten estos hechos.
Pasaron muchos años para que Federico pudiera contar esta historia. El recuerda ese mes de junio de 1992 como si fuese un cuento de terror, una secuencia de días que parecían sacados de un relato de horror medieval, pues el 20 de junio las FARC llamó a todos los miembros de la vereda, les ordenó salir de sus casas y junto a una corraleja amarraron a un hombre, lo torturaron y acribillaron frente a los ojos de todos y todas. Esto con el fin de amenazarlos, porque luego de lo ocurrido les dieron pocas horas para abandonar sus hogares sin ninguna oportunidad de recoger sus cosas, por eso la mayoría salió del caserío con solo la ropa que llevaban puesta, porque si se resistían podrían hacerles lo mismo que a este señor, que según rumores fue sometido a semejantes atrocidades por negarse a pagar una vacuna.
Las consecuencias en la salud mental de Federico fueron catastróficas, desde estrés postraumático, asilamiento, depresión, miedo a relacionarse con otras personas y una ruptura al momento de estar con sus parejas, él cuenta que sentía que se iba a desmayar y que este episodio de su pasado afectó por años sus relaciones sexoafectivas.
El Urabá antioqueño pese a que se destaca por sus paisajes, la diversidad de sus ecosistemas y sus habitantes, históricamente ha sido territorio de conflicto y de la proliferación de distintos tipos de actores armados. Ese mismo año en que Federico y su mamá fueron desplazados forzosamente de su vereda, en agosto de 1992[iii] la madrugada del día 23 de ese mes, 10 paramilitares ingresaron al barrio Kennedy en el municipio de Chigorodó y asesinaron a 6 personas que se encontraban en una fiesta en medio de la calle. En ese momento los “paras” llegaron con una lista en mano y pidieron una documentación a las personas y quienes no tenían papeles o aparecían en su lista fueron asesinados.
Después se comprobó que estos hechos ocurrieron en complicidad con la fuerza pública, en ese momento los grupos que delinquían en la zona eran los grupos paramilitares de los hermanos Castaño y el Bloque Quinto y 58 de José María Córdoba de las FARC, estructura que desde el 2008 es conocida como el Bloque Iván Ríos.
Tres años después de estos hechos, la mamá de Federico se dedicaba a hacer aseo en casas de familia y él colaboraba con su familia en trabajos y tareas que le salieran, esos primeros años vivieron en la casa de un familiar que los acogió luego del desplazamiento masivo que hubo en su vereda. Sin embargo, en 1995 se llevo a cabo otra masacre en el casco urbano de Chigorodó conocida como “El Aracatazo”[iv], el Bloque Bananero asesinó a 15 personas y dejó heridas a otras 2, pues aproximadamente en horas de la madrugada paramilitares ingresaron a la discoteca “El Aracatazo” ubicada en el barrio El Bosque, se presentaron como “exterminadores de la subversión”, ordenaron a las personas que asistían a una fiesta popular que se tiraran al piso con las manos en la cabeza y empezaron a dispararles con armas de largo y corto alcance.
Ante este panorama desolador, Federico trató de recuperarse del trauma psicológico que le dejo aquel suceso con las FARC y poco a poco él y su mamá salieron adelante pese al ambiente de tensión y guerra que se vivían tanto en la ciudad como en el campo. Al principio Federico contó una versión distinta del desplazamiento, omitiendo varios detalles por miedo a que tomaran represalías y atentaran contra la vida de él o su mamá, luego gracias a que conoció a unas mujeres activistas de una ONG, ellas lo llevaron a Bogotá y fue hasta el 2014 que se atrevió a describir a detalle lo ocurrido aquel 3 de junio de 1992.
Con el auge del proceso de paz y la firma del mismo, él se sintió motivado a contar su historia con la garantía de una no repetición no sólo para él si no para las generaciones más jóvenes. Sin embargo, aunque siente que él puede vivir con tranquilidad y todavía lidia un poco con las consecuencias psicológicas que dejaron aquellos hechos de hace ya casi treinta años, está comprometido con el activismo y estar rodeado de personas LGBT en la Mesa Diversa de su municipio le permite proteger lo derechos humanos de las personas LGBT de su territorio y participar activamente en las políticas del mismo.
A pesar de que la historia de Federico es una muestra invaluable de su resiliencia ha habido una nueva reconfiguración de grupos al margen de la ley en los últimos años, según varios medios de comunicación hay alrededor de 23[v] disidencias de las FARC que pasaron de estar en 56 municipios en 2018 a 101 pueblos en 2020, por su parte el ELN paso de operar en 96 municipios a 139, mientras que el Clan del Golfo tiene presencia en más de 200 municipios, con una fuerza especial en el Urabá, agudizando así las disputas locales por el control de los territorios.
Luego de más de 80 minutos de conversación, como si el clima lo supiera a medida que Federico termina su historia se disipa el aguacero, se siente más tranquilo, sostiene la mirada y respira profundamente anhelando que su país y las personas LGBT no sufran la vulneración de sus derechos y nunca jamás vivan experiencias tan crueles como las que él vivió.
[i] Nombre cambiado por seguridad de la persona.
[ii] Tomado de https://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-14496395
[iii] Tomado de https://rutasdelconflicto.com/masacres/chigorodo-1992
[iv] Tomado de https://rutasdelconflicto.com/masacres/el-aracatazo
[v] Tomado de https://www.semana.com/opinion/articulo/el-fracaso-de-la-seguridad-en-el-gobierno-de-ivan-duque/680472/