25 de junio de 2020. El mes de junio es un mes de celebración para las personas LGBT pero también es un mes en el que se reviven tensiones históricas para el pueblo raizal del Archipiélago de San Andrés y Providencia. El 23 de junio de 1822, el Archipiélago fue “anexado” al territorio Colombiano a través de una cesión por parte de las fuerzas militares “ocupantes” a Bogotá. Un acto de poder, como muchos otros que marcan la historia de naciones enteras, es lo que antecede eso que conocemos hoy como Departamento de San Andrés, Providencia y Santa Catalina. Es sabido que la historia del Archipiélago está atravesada por relaciones coloniales y que sus pobladores fueron sometidos a un proceso de asimilación cultural como proyecto de “unidad nacional” comenzando alrededor del año 1900 y puntualmente con la creación de la Intendencia Nacional de San Andrés y Providencia a través de Ley 52 de 1912[1].
El movimiento raizal se ha encargado de hacernos ver muchos aspectos de esta historia de opresión; se ha mostrado como la resistencia en medio de la aniquilación social y asimilación o destrucción cultural. En sus documentos y manifestaciones suelen recordarnos que han sido ellas y ellos los portadores de valores como la paz, la unión, la comunidad, el respeto por la ancestralidad y por la naturaleza; esta realidad es innegable. Dentro del movimiento hay visiones mayoritarias, disensos y debates sin dar.
Una reconocida parte del movimiento, cuyos rostros visibles son personas comprometidas con valores religiosos, suele hablar en nombre del movimiento y en nombre de la defensa de la cultura. Entre estas personas hay quienes pretenden simplificar los problemas de la sociedad isleña a través de la división del “bien” y el “mal”, que tiene origen en sus raíces fundamentalistas. Sin embargo, hay una parte considerable a las que la religión no les impide reconocer y respetar los derechos de las demás, que incluso, han abanderado luchas por la democracia. Muchas veces, eso de “defender la cultura” se instrumentaliza para intereses sectarios y sirve como un mono-tema para defender y justificar cualquier cosa.
Es claro entonces que el movimiento raizal no es una masa de individuos que piensan igual, sino que hay diferentes formas de ver el mundo y de sobrellevar la raizalidad, sobre todo, si se comprometen los derechos de una parte de la población. Es posible identificar académicas/os, artistas, ciudadanas/os, líderes/sas y grupos organizados que disienten de esa forma generalizada y sectaria de ver la vida. La relación histórica entre religión y cultura que fue endosada al concepto de raizalidad, encubre en muchos casos, una incomprensión de la realidad del mundo actual, realidad que, lejos de ser asumida, es negada otra vez, como una forma de “proteger la cultura”. Esta dinámica pone en jaque derechos de muchos individuos raizales y no raizales que hoy residen en la isla, entre esas, las personas LGBT.
El movimiento LGBT en San Andrés Isla ha ido lentamente consolidándose (en comparación con otros territorios de Colombia). Su articulación ha sido lenta y llena de contrariedades precisamente por esa confusión de una base cultural y religiosa en la que se desenvuelve la vida isleña. Muchas personas siguen “en el clóset” precisamente por temer a ser excluidas de sus círculos sociales, de sus iglesias, de sus familias. El proceso de reconocimiento y auto-reconocimiento de las orientaciones sexuales e identidades de género avanza a la marcha parsimoniosa de la voz de un pastor bautista ortodoxo en pleno servicio dominical. Debido a la amenaza constante de ser tildado de “pecador/a” o “traidor/a” de los valores raizales, muchas personas LGBT han decidido disimular sus expresiones de género y mantener en “lo privado” su diversidad, cuando no migran hacia el continente para ser y hacer en libertad.
Esta semana, las tensiones se han agudizado debido a la inconformidad expresada por algunas personas porque 4 paredes fueron destinadas como murales, en celebración del mes del orgullo LGBT. Algunas de estas paredes -que habían sido abandonadas por la administración-, tenían unas desgastadas y hermosas pinturas que elogiaban la cultura isleña. Una parte de la “reacción raizal” saltó enseguida a las redes sociales a proferir comentarios de rechazo respecto de los nuevos murales en nombre de la “defensa cultural isleña”. No resulta para nada acertado el tiempo y la forma: en el mes del orgullo LGBT, a través del matoneo, amenazas y “condenas al infierno”, muchos de estos individuos se enzarzan con la comunidad LGBT ignorando los verdaderos problemas. Por un lado, la lucha de las personas LGBT no ha sido otra que visibilizarse, oponerse a la violencia y discursos discriminatorios hegemónicos en la isla. Por otra, la histórica aniquilación de la cultura del pueblo raizal. Ambas válidas, ambas importantes, ambas sin resolver.
Es hora de que en el movimiento raizal se generen las discusiones postergadas, se busquen consensos o definitivamente se tome partido respecto de los derechos humanos y la relación de los fundamentalismos y los anti-derechos en el movimiento. A su vez, es imperante que se reconozca que la lógica de las opresiones no opera como lo están planteando aquellos “voceros” en las redes sociales. No es que las personas LGBT se quieran imponer culturalmente sobre lo raizal, es necesario que se produzcan reflexiones más profundas que van más allá de 4 paredes con pintura: ¿Cómo opera realmente la aniquilación de la cultura? ¿Cuáles son esos dispositivos de poder que la impulsan? ¿Cuál debería ser la relación entre grupos históricamente oprimidos? ¿Reconocerse como raizal impide reconocerse como LGBT?
No se trata de una “batalla de orgullos” el orgullo raizal vs el orgullo LGBT, se trata de tener la entereza de asumir los problemas como son realmente. Incluso, si reducimos el problema a los murales: ¿por qué esas paredes estaban cayéndose del abandono? ¿Qué tienen que ver con eso las personas LGBT? ¿Por qué antes esas paredes no ocupaban la atención de los “voceros” del movimiento raizal? ¿Esas paredes son realmente reivindicaciones de la cultura o son un atractivo turístico? Quizá esas respuestas ayuden a tener una concepción más cercana del problema.
La lucha por la cultura raizal es absolutamente legítima pero una parte del movimiento no puede usar de espantapájaros a la comunidad LGBT para liberar toda la indignación que con razones, muchas compartimos. Los movimientos sociales que buscan el mejoramiento de las condiciones de vida, o ese “buen vivir” como lo verbalizan varios pueblos indígenas de América, implica alianzas y no la creación de falsos dilemas. Tanto el movimiento raizal como el LGBT deben resolver en su interior aquellas contradicciones que no podemos ocultar. Hay que preguntarse ¿Qué papel juega la hetero-normatividad y el binarismo para la cultura raizal? ¿Hay consensos en esto? ¿Se seguirá enmascarando una lucha religiosa dentro de una lucha cultural? ¿Qué tienen para decir las voces raizales disidentes?
Todos los días las personas LGBT de San Andrés y Providencia sufren violencias verbales, simbólicas y físicas, y aquellos representantes del movimiento raizal que hoy atacan, guardan silencio. Es momento de que estas personas hagan un ejercicio de auto-crítica y abandonen esa lucha superficial de los derechos de la comunidad raizal y reconozcan que muchos de sus integrantes son lesbianas, gays, bisexuales y trans, y que con sus discursos y acciones, son y han sido victimarios y cómplices de la violencia por prejuicio contra las personas LGBT. Es necesario que el movimiento raizal se actualice, se forme cada vez más intelectual y políticamente y que en su interior se debatan qué papel en la historia quieren jugar de ahora en adelante frente a los derechos humanos, si quieren hacer acuerdos, dignificar su movimiento o seguir en la tónica contestataria monotemática fundamentalista que muchas veces encarnan. Los movimientos oprimidos están llamados a unirse en contra de todas las formas de opresión, sea económica, política, social o cultural. Es momento de dar paso a las voces raizales críticas y defensoras de los DDHH, visibilizar sus procesos organizativos, hacer consensos, o incluso, plantar diferencias con la corriente aparentemente mayoritaria.
Caribe Afirmativo hace un llamado al diálogo, al acuerdo y al respeto –real- mutuo. El mes de junio, el mes del orgullo LGBT, un mes en el que ambos movimientos se encuentran en reflexión, parece ser la oportunidad ideal para empezar a luchar juntas por la re-significación de ese “raizal pride”.
[1] Para más ver: http://www.xn--elisleo-9za.com/index.php?option=com_content&view=article&id=17771:la-cuestion-raizal-y-el-bicentenario-de-colombia-&catid=47:columnas&Itemid=86
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Mayuris
junio 26, 2020La primera barrera es la sociedad, la homofobia, las personas no estan preparada aun para este tema. No son todos pero si la gran mayoria