06 de junio de 2021. La brisa del Cesar que atrae los oleajes del mar y en el aire susurra algún vallenato encuentra a dos hermanas tomadas de la mano: Elizabeth y Margarita Becerra,[i] o Eli y Mar ,como cariñosamente las llamaba su madre. Eli y Mar son dos hermanas gemelas que nacieron en el municipio de Agustín Codazzi en Cesar, ambas tienen la misma mirada infinita. Los ojos cafés profundos y las pestañas largas que los destacan, su cabello es rizado y negro y el tono de su piel canela.
Elizabeth cuenta que son las más hermosas del pueblo que, aunque ambas tienen más de medio siglo de vida, se roban todas las miradas cuando salen a la calle con sus faldas de colores y sus labios rojos, claro que no siempre son miradas admiradas sino ojos inquisidores e indignados, pero a ellas no les importa están orgullosas de ser unas mujeres trans y diversas en su región.
Elizabeth y Margarita crecieron en medio de una familia rural, con una madre amorosa y desde muy niñas sintieron florecer su identidad de género opuesta a los roles de género binarios imperantes en su territorio. Eli es quien nos cuenta esta historia, estudió su primaria y bachillerato en el pueblo, hizo tres semestres de psicología y actualmente es estilista, pero el amor por la música siempre la ha acompañado, pues entre ritmos y melodías vocifera canciones que la han hecho ganadora de festivales departamentales y nacionales.
Históricamente, el municipio de Agustín Codazzi ha sido epicentro de la violencia en Colombia, durante la adolescencia de Eli y Mar vivieron el terror sembrado por actores armados como las FARC-EP y tiempo después a finales de la década de los noventa los Paramilitares cometieron masacres y agresiones contra la población del territorio. Fue en 1985 que ellas vivieron su primer hecho victimizante; un miembro de las FARC asesinó a su hermano mayor, quien en ese entonces tenía 15 años y era tan solo un adolescente, y en el 2000 ambas hermanas, junto con su mamá, fueron desplazadas por paramilitares, este hecho quebró la vida de su mamá que tiempo después falleció por el dolor tan insoportable que dejó el conflicto en su vida.
Elizabeth y Margarita huyeron a Bogotá y allí pasaron por situaciones complejas ante la inclemencia del frío, momentos en los que no tenían ingresos para su sostén diario y en especial el espectro del miedo, el rezago de un conflicto que hacía eco en su corazón luego de la pérdida y dolor que dejó el asesinato de su hermano mayor y la muerte de su madre. Sin embargo, ante la crudeza de esa realidad siempre se tuvieron la una a la otra, como un lazo inquebrantable, sororo y de protección.
Ellas regresaron a su pueblo en el año 2008 y aunque el dolor y el trauma a veces son fantasmas frecuentes, convencidas de que juntas podían empezar de nuevo volvieron a su tierra. No obstante, tanto Eli como Mar reflexionan que, aunque se esta viviendo un proceso de paz, el año 2020 parece devolverlas en el tiempo a lo que vivieron entre el 2000 y 2001, porque en los territorios sigue predominando las amenazas y asesinatos a líderes y lideresas sociales, a indígenas y sobre todo a personas LGBT.
“Queremos vivir sin temor, queremos una vida limpia, de amor y paz y no repetir lo que vivimos en 1985 y en el 2000 y 2001”, estas son las palabras que Eli se repite una y otra vez al ver ese miedo que regresa en las noches por la nueva reconfiguración de actores armados y la violencia desmedida que se vive en las regiones actualmente. Elizabeth tiene claro que las agresiones que ella y su hermana vivieron fueron con motivo de su identidad de género, por ser unas mujeres transgresoras en su tierra y por no cumplir con el sistema patriarcal exacerbado por los grupos armados legales e ilegales en los municipios, en especial porque en el pasado una mujer trans fue asesinada en su territorio por un miembro de un actor armado.
El amor fraterno que existe entre Eli y Mar es de admirar, es un lazo inquebrantable que se ve en la manera que se tratan y se cuidan como hermanas que son, porque han pasado por las verdes y las maduras, por todo tipo de experiencias malas y buenas, juntas han superado sus obstáculos y celebrado sus triunfos. Una de esas experiencias atroces ocurrió durante su desplazamiento forzado en el 2000, que de solo recordarlo a Eli y a Mar se les inundan los ojos y un nudo les amordaza la garganta, pero con la fuerza que Elizabeth tiene al contar su historia, toma de la mano a Margarita y con la mirada le pregunta si puede contarla, Margarita le responde con sus pupilas y Elizabeth describe como un grupo de hombres seguidores de quien sería jefe paramilitar en aquel entonces, violentaron sus cuerpos y abusaron sexualmente de ellas.
“A nosotras, por el hecho de ser personas trans, nos deben respetar la integridad como a cada ser humano. No nos deben agredir porque no le hacemos daño a nadie, ni perjudicamos a ninguno, no tenemos que ser asesinadas ni agredidas y mucho menos violadas”. Según los hombres que las atacaron el hecho sucedió porque las culpaban de algo, tiempo después ambas se dieron cuenta que las habían confundido o les habían dado información errónea a sus agresores y quien entonces era cabecilla de ese grupo armado les dio “permiso” de volver. Ellas esperaron casi una década para volver a pisar su tierra y aún así caminan en estado de alerta, tomadas de las manos y dándose fuerza mutuamente para enfrentar lo que sea que venga.
Eli hace una diferenciación entre las dinámicas de guerra de los actores armados en los distintos años que vivieron la violencia. Recuerda que en 1985 las FARC tenía continuos enfrentamientos por el control del territorio con la fuerza pública, sin embargo, solían ser combates a las afueras del pueblo y muy rara vez se metían con la población civil. Mientras que en el caso de los paramilitares existía un temor muy grande de que se meterían a las casas en cualquier momento, porque cometían actos de violencia sexual en reiteradas ocasiones contra niñas y adolescentes, y a su vez había una violencia desproporcionada y diferenciada contra personas LGBT.
“Discriminaban a las personas LGBT, no gustaban de nosotras y nos consideraban el peor desecho que estaba en la tierra, y sin darse cuenta que lo que ellos hacían como vender droga, matar, violar, amenazar y muchas otras cosas sí son cosas malas y nosotros nunca hemos hecho algo así”. Esa es la gran conclusión de Elizabeth Becerra, convencida que ser, sentir y amar diferente no implica ninguna sanción y que ser una persona LGBT no hace ningún daño a otra persona, mientras que las acciones delictivas de los actores armados constituyen un daño profundo y colateral en la historia del país y que han afectado directa o indirectamente casi todos los colombianos y colombianas.
Elizabeth y Margarita reflexionan que los paramilitares instrumentalizaban a la población, es decir, que analizaban a personas del pueblo que podrían servirles para sus crímenes o financiarlos bajo amenazas y agresiones, y quienes identificaran como personas LGBT significaban un “deshecho”. Por esta razón, Elizabeth afirma con vehemencia que si fuese una persona que cumpliera con los roles binarios de género al pie de la letra no le habrían hecho tanto daño o convertido en objetivo militar de una violencia exacerbada como la que vivió junto a su hermana.
“En la comunidad LGBT merecemos valor, derechos y respeto, que también seamos visibles para toda la comunidad y que no nos traten como “bichos raros” y no ser rechazados”. Elizabeth termina de contar su historia mira a su hermana a los ojos y en esa comunicación tan profunda, que solo ellas entienden, se evidencia el orgullo que sienten al identificarse como mujeres trans que encararon los horrores de la guerra y que hoy, a través del arte y el activismo, enfrentan la vida con la fortaleza y valentía que las une como hermanas.
[i] Nombres cambiados por seguridad de las personas.