Editorial

Por un activismo joven, feminista y transformador

21 de noviembre de 2021. El 21 de noviembre de 2019, en Colombia asistíamos a una primavera movilizadora: las y los jóvenes cansadas de una situación política y social de pobreza, represión y ausencia de compromiso con la paz y los derechos humanos, salieron a las calles de forma pacífica a exigir cambios estructurales. La respuesta estatal fue represiva y policiva, y terminó con la vida de algunos de ellos, decenas de heridos y desaparecidos, pero no silenció su reclamo que incluso en pandemia y hasta el día de hoy, por el potencial creativo de sus líderes y lideresas, activa nuevos escenarios para llamar la atención de la urgencia que tenemos de construir un nuevo país, que no es una tarea de mañana sino de hoy, y no le pertenece solo a los políticos, sino, y sobre todo, a quienes desde múltiples formas cívicas y pacíficas activan acciones colectivas para el cambio social.

El activismo nos ha permitido romper paradigmas y juntarnos en acciones colectivas que buscan proponer un mundo mejor donde construir los proyectos de vida sea una realidad. La calle, la academia, los espacios sociales y culturales han sido los escenarios desde donde un numeroso y significativo grupo de personas de diferentes grupos poblacionales y liderando diferentes causas, que tienen como propósito en común exigir condiciones de vida digna desde la diversidad, para posicionar la igualdad y lograr frenar la arremetida de odio que hoy se enquista en todos los procesos democráticos de las américas.

Espacios tanto físicos como humanos, inspiran los mayores sentimientos de la democracia en la lucha por la igualdad. Muchas son las discusiones que se han levantado en estos escenarios y muchas las acciones transformativas que han surgido y le han permitido a nuestra generación ser protagonista de un sueño, una sociedad plural donde la diversidad no sea marginal, para que quienes siempre hemos estado en las márgenes y a quienes la sociedad durante muchos años ha señalado, por su diversidad, como ciudadanía de segunda categoría. A su vez, levanta un activismo que, como en un acto pedagógico, tiene una tarea muy clara de exigir condiciones para vivir en paz.

Ante la ausencia de compromiso político de muchos Estados, el activismo se convierte en el lugar ideal de dicha expresión, y es por eso por lo que celebramos no solo la renovación generacional que vienen teniendo en los últimos años los movimientos sociales con participación de más mujeres y personas jóvenes, sino también la consolidación desde el feminismo por aunar esfuerzos, incluso entre diferentes agendas para luchar contra la opresión, que hoy en su ejercicio político aportan argumentos contundentes en la búsqueda de la igualdad, pues requerimos seguir trabajando en esta vía para que nuestras demandas por la vida buena y la equidad desde la diversidad que representamos no sean reducidas, ocultas y silenciadas.

Por ello, es urgente apostar por que el activismo cuente con las garantías de acción y tenga como eje articulador la transformación estructural de realidades naturalizadas que reproducen expresiones de exclusión, incluso de formas sutiles, y que en una realidad como la colombiana, que justo hoy hace dos años el 21 de noviembre salió a las calles a exigir un cambio social, solicitud que aún es materia pendiente, vemos en este proceso movilizador una oportunidad invaluable para construir una nueva concepción de país. Una concepción donde la diversidad es su mayor riqueza, no su marginalidad, y donde los cuerpos sociales y políticos avancen de forma integral en construir un proyecto de país donde prime el reconocimiento de los derechos humanos, la garantía de la diversidad sea un principio inviolable y abramos el debate sobre qué implica vivir en un Estado pluralista, fundado en el respeto de las diferencias y la laicidad.

Nos ha tocado vivir a muchos y muchas de nosotras desde la orilla de la exclusión y la discriminación; de la negación a la diversidad, nos hemos aconstumbrado a los lenguajes reproductores de lógicas patriarcales y excluyentes, y acciones del Estado y los gobiernos ajenas a nuestra realidad. La exigencia legal no basta para transformar prácticas sociales o culturales, pero el reconocer explícitamente que existimos y que somos ciudadanos y ciudadanas permitirá llenar este vacío que ha existido hasta el momento, y que pueda abrir espacios en leyes, disposiciones administrativas y judiciales, respetuosas con los grupos poblacionales que desde la diversidad construimos ciudadanía.

Por lo anterior, requerimos hoy más que nunca una articulación entre el histórico movimiento social y el activismo joven y feminista que impulse luchas democráticas por exigir igualdad y que nos permitan:

  1. Romper con el creciente sentimiento de odio que se expande frentre a la diversidad, la autonomía y la pluralidad, y fortalecer la democracia en su valor más preciado: garantizar la igualdad.
  1. Pensar la seguridad desde una noción amplia, no sólo limitada a disminuir los homicidios y el control de las armas, sino a la creación de condiciones que permitan a todas las personas vivir una vida libre de violencias, amenazas y miedo.
  1. La creación de confianza, reconciliación y nuevas formas de relación social entre los diferentes sectores sociales, que implica un escenario de postconflicto, que nos permitan remover formas de discriminación, exclusión y marginación basadas en el género y la sexualidad.

Por todo esto, esa historia de activismo que en Colombia como resistencia a tantas expresiones de violencia ha pervivido y que hoy construye memoria y le apuesta a la paz, también tiene la tarea de conectarse con las nuevas generaciones que no solo renuevan el activismo, sino que en articulación con los activismos existentes, se convierte en una fuerza transformadora que lograra conducir al país a escenarios de paz y justicia social.

Wilson Castañeda Castro

Corporación Caribe Afirmativo