Editorial

Pensar el género en términos de resistencia y performatividad: Butler y la apuesta feminista para vivir el 8M

6 de marzo de 2021. Cuando el mundo entero, en medio de las restricciones de la pandemia, acompaña de forma sorora el estallido feminista de este 2021, que hoy más que nunca encuentra un sentido de exigibilidad ante una crisis de salud pública que expresa sus efectos más desproporcionados y perversos en las vidas de las mujeres, haciéndolas más vulnerables a la pobreza, limitando su acceso a la salud, aumentando sus riesgos en materia de seguridad, recargándolas de responsabilidades no remuneradas y promoviendo acciones y decisiones siempre en desventaja para ellas, desde la matriz caduca de la masculinidad hegemónica. Esta situación moviliza a la sociedad en este 8M a pensar una acción feminista y radical que permita poner límite al avance feroz de la desigualdad y convoque a las ciudadanas y ciudadanos a tomar conciencia de la alienación naturalizada en la que vivimos y romper con las prácticas cotidianas del dominio opresor del patriarcado, asumiendo de una vez por todas el potencial transformador de las acciones políticas, sociales y culturales que resisten en la vida social.

El panorama desolador que el machismo ha sembrado en la sociedad se evidencia en la asimetría social, y fechas como el 8M, conmemorativamente, nos convocan a manifestar la insatisfacción contra este sistema opresor y activar la autoconciencia individual y colectiva. Ella nos obliga a desarrollar el mecanismo de la convicción de lograr aquello que queremos para transitar de la conciencia de los límites y las acciones predeterminadas a la experiencia de la realización a partir de la autonomía, asumiéndolo como algo constitutivo de nuestro ser, que tiene la capacidad de generar cambios muy profundos y necesarios para pasar de la rigidez de la vida predeterminada a la que nos han acostumbrado, a la reflexividad como motor de desarrollo y es allí donde reside el potencial trasformador del feminismo como teoría social: despertar en la búsqueda, no de acomodarnos a lo que nos limitan ser, sino a construir lo que queremos ser.

Esta asimetría que hoy denuncian las mujeres en su resistencia feminista ha sido posesionada por la dualidad perversa de las relaciones de género donde el privilegio masculino ha desplazado y reducido las expresiones disidentes y cualquier cuestionamiento que estas expresen a su sistema jerárquico; por ello, propuestas como la de Butler aparecen como un ejercicio teórico para la movilización social que construye un punto medio en el feminismo para empoderar a las sujetas y sujetos políticos entre el historicismo que agudiza su reflexión desde el orden cultural y la racionalidad de orden crítico, para superar el ejercicio dicotómico entre el sexo y género; como si uno fuese consecuencia de otro y posicionar una forma performática que hace el sujeto consigo mismo, en relación con su corporalidad y su enunciación (género y sexualidad) en el mundo, en la cual se ve permeado tanto por anhelos culturales, como por demandas racionales.

Esta posición propuesta por el feminismo termina cuestionando el género como categoría rectora del análisis en la sociedad, pues este poder dominante le da un estatus y romper con dicho nivel de estabilidad conduce a una sensación de inestabilidad que para quien la experimenta se traduce en miedo (a la reacción de los externos), y odio o resistencia para los espectadores (como rechazo a lo que el otro de construye o construye) por no “perder el lugar”.

Es que el género como algo impuesto esperado y no construido o moldeado se plantea en la sociedad como una posición moralista, reduciendo sus demandas a situaciones sexistas, donde se propone imponerlo como roles y vigilar su ejecución como una forma de afirmar la heterosexualidad obligatoria y normativa, que por su carácter jerárquico se expresa casi siempre de forma violenta, que no permite lo descriptivo, lo que quiere narrar el cuerpo, que no se le permite ser a partir de su posición en el mundo y sino desde el lugar que se le ha asignado, asignación que es naturalizada por la pretensión enfermiza de juridizar toda la vida del sujeto poniéndole de forma cotidiana entre lo legitimo y lo excluyente, donde el deseo no tiene cabida o será siempre marginal.

A este punto la teoría butleriana nos ofrece un abordaje diferente del cuerpo, no como el lugar de la determinación, sino del abordaje, no el que ocupa un lugar, sino el que es depositario del ejercicio performativo. No se puede definir como un asunto totalizador o generador per se de poder – masculino- o condenado a padecerlo –femenino-, sino como el intersticio dotado de una posibilidad identitaria que articula sus dinámicas o formas de ocupar su lugar en el mundo. Así, las identidades, que son la expresión performática asumida por el cuerpo, se instauran en las prácticas sociales de la forma como el sujeto asume su relación con el género; allí, lo performativo, es donde el género asume la identidad que desea ser, como bien lo afirma ella: “no existe una identidad de género detrás de las expresiones de género, es la identidad la que se construye performativamente por las mismas expresiones que, al parecer, son resultado de esta”.

Así, Butler quiere tomar distancia de la percepción normativa de la identidad, que ha asumido como lugar común del sujeto que busca representación y propone para ello desafiar la relación bimodal propuesta por el ejercicio lingüístico que instala el sujeto para ser reconocido, entre la identidad jurídica (tener derechos) que siempre será impuesta y excluyente y la identidad política (de ser representado). Para ella, más bien, la identidad es una construcción y funciona como un recurso metodológico y normativo y en las sociedades actuales. Por ello, en su planteamiento al feminismo advierte que la identidad del sujeto feminista no debería ser la base de la política feminista, debe ir más allá, por los riesgos que tiene esta de reducirse a una disputa de poder y no a un plan de realización.

La novedad de su propuesta para nuestro ejercicio activista plantea una nueva forma de debatir la opresión: propone no singularizarla en la lucha contra el patriarcado en sí, pues la colonización, que es su máxima expresión, no es solo masculina, ni es la lucha de un sujeto contra otro, para ella hay un asunto más estructural y de contexto y es la asimetría de géneros, legitimada por su binarismo de situar el sexo en el campo pre discursivo y el género en la construcción cultural, cuando ambas realidades son simultáneas, no construidas sino performáticas en sí mismas y se dan en el cuerpo que sirve como instrumentos para su realización.

Este acercamiento a la identidad y al género nos llevan a proponer una ruptura con la dicotomía sexo-género, dejando claro que ni el sexo es un fenómeno natural que el sujeto asume, ni el género una aproximación cultural que devela; por el contrario, el género es una realidad más allá del sexo, pero que involucra el sexo y la sexualidad del sujeto que reacciona a la subordinación y recrea la identidad y allí radica su poder movilizador.

Ahora queda un gran interrogante que invita seguir leyendo su propuesta: si entendemos bien la relación identidad (construida) y sexo-género (performático) en términos relacionales, si afirmamos que el cuerpo es un instrumento donde acontece el ejercicio de construcción y performativo de estos… ¿Cuál es el significado del cuerpo en términos políticos?

Wilson Castañeda Castro

Director

Caribe Afirmativo