25 de julio de 2021. Recientemente fue traducida al español la novela “Noche y Niebla” del italiano Alesso Puleo, el desarrollo de una historia de amor en el marco de la segunda guerra mundial de dos hombres gais, uno de ellos judío y el otro hijo de un alto jefe militar del régimen. Ahí narra las prácticas de sanción moral y social a las que fueron sometidos que validó el trato violento en sus entornos sociales por su “conducta moral” y que hizo que un día desaparecieran, uno de su lugar de trabajo, que era una populosa panadería clandestina que producía alimentos para los más afectados por la guerra, y el otro, luego de negarse a un “tratamiento de conversión” y burlar el encierro en el que lo estaba sometido por su familia. Sus situaciones fueron denunciadas a autoridades nazis, quienes le condujeron a la reclusión en un campo de concentración, marcándoles con el triángulo rosa, donde fueron sometidos a otras violencias, tratos crueles, inhumanos y degradantes, hasta que, años después, se perdió el rastro de los dos. Tiempo después, la hermana de uno de ellos se dio a la tarea de buscarlos, uno de los dos fue hallado con vida y con él se dio a la tarea de reconstruir los efectos desproporcionados de la desaparición motivada por su orientación sexual y a denunciar como esta fue usada en la guerra para invisibilizar lo que sus vidas representaban.
Esta historia reconstruida en el marco de la segunda guerra mundial, nos permite hacer conciencia de uno de los delitos más atroces, como es la desaparición forzada, y la carga simbólica que este despliega por esa intención manifiesta de eliminar la vida de aquellas personas que son despreciadas por los sistemas opresores y como válida dicha eliminación en un argumento peligroso de que son vidas que no deben ser vividas, pero a las que tampoco asiste la memoria, los lazos de afecto y el duelo, por ser parte de grupos poblacionales históricamente excluidos. Es por eso que en cada territorio del mundo donde se da una confrontación armada la desaparición de quienes incomodan se convierte en una de las primeras acciones puestas en marcha con un potencial de guerra, sobre todo contra aquellas personas que en el imaginario de las campañas que conducen a la violencia no tienen cabida: defensoras de derechos humanos, grupos étnicos, liderazgos sociales y sindicales, defensores de tierras, mujeres y personas LGBTIQ.
La desaparición forzada frena en seco la vida de las personas que de un día para otro ya no están, salieron y no regresaron, o fueron citadas a un lugar del que nunca regresaron. Este crimen tiene la dolorosa expresión de romper proyectos de vida y lazos afectivos, entre la incertidumbre de no saber ¿dónde están? y ¿cómo están? conduciendo a quien busca a experiencias de angustias sin límite que, ante la ausencia de evidencias, reduce esperanzas y se instaura como estrategia de guerra para asegurar la invisibilidad, confirmando que se condena a la no existencia a quien construye una vida diferente a la que se quiere imponer y produciendo a su paso un despliegue de terror en los proyectos sociales, culturales y políticos que se separan de esos modelos opresores que dan combustible a conflictos fratricidas, instalando en la sociedad la guerra como una máquina para reproducir en la vida social, nuevas expresiones de miedo.
En Colombia hay una historia marcada por la violencia en todos sus sentidos, desde que inició su vida republicana. Las justas de independencia, la guerra de los 100 días, los conflictos fronterizos, las disputas políticas y el largo conflicto armado, han hecho que la desaparición forzada sea una realidad presente en la vida cotidiana. En ese contexto, formas de pensar diferentes confinadas con el anonimato, expresiones de vida desde la diversidad, denuncias de injusticias y prácticas corruptas son acalladas de un día para otro y el interés de imponer un proyecto político quita de en medio a personas y comunidades que estén en el marco de su interés expansionistas. Esto llevó a que múltiples familias y personas de grupos poblacionales históricamente excluidos, en los cuales se empezó a notar esta ausencia, desarrollaran estrategias para resistir a la invisibilidad y deshumanización de sus vidas, y con expresiones espirituales, solidarias, humanitarias y creativas han logrado mantener su memoria y exigir al Estado estrategias no solo judiciales para buscarlas, encontrarles vivos y restituir sus proyectos de vida.
Según el registro único de víctimas (RUV), creado por la ley 1448, en Colombia a la fecha hay más de 180 mil personas dadas por desaparecidas, ubicándose como el cuarto hecho de violencia más recurrente en el marco del conflicto armado. Además, dicho registro, por su compromiso con la aplicación del enfoque de género (la ley de víctimas fue el primer cuerpo legislativo en incluir personas LGBTIQ), da cuenta en su registro que en dicha cifra 62 corresponden a personas desaparecidas que son reconocidas como gais, lesbianas, bisexuales o trans. Efectivamente estos datos no son suficientes, no solo porque decenas de años de violencia han dejado miles de afectaciones que aún no logramos dimensionar, sino porque la doble invisibilidad que tienen las personas LGBTIQ y no binarias hace que seguramente muchas estén desaparecidas y simplemente el olvido las halla borrado.
En la vida cotidiana de las personas que asumen un ejercicio de la visibilidad de su diversidad sexual o de género en el marco del conflicto armado, desaparecer era lo habitual. Los señalamientos, amenazas y sanciones sociales hacían, y en algunos territorios aún lo hacen, imposible la vida, por lo que la única opción era irse o quedarse, pero dejar constancia que ya no se está ahí, que esa vida despreciada ha desaparecido, pues lo contrario significaba un desenlace violento, situación que los actores del conflicto decidieron implementar como táctica de guerra y hacer de la desaparición una respuesta de ellos a las apuestas de diversidad, mimetizándolas en la complicidad social que tenía el desaparecer de las personas sexo-género disidentes y que ellos la transformaban en forzada.
Por ello en momentos históricos como los que nos asisten con la puesta en marcha de la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas, su compromiso con el enfoque de género y su recién puesta en marcha de un plan de búsqueda de personas LGBT desaparecidas, es una oportunidad para que la sociedad colombiana no solo reconozca la gravedad del delito que borra vidas de tajo, sumiendo a familias a incertidumbres eternas y truncando proyectos de vida, sino que también lea entre líneas formas y prácticas soterradas que permitieron el incremento de este delito, como el desprecio social a las expresiones de género no hegemónicas, la marginalización de la vida sexual o la moralización de la disidencia. Es necesario buscarlas hasta encontrarlas y garantizar que encontrarán una sociedad que no solo resarcir su daño, sino que permitirá la construcción de su proyecto de vida.
La valentía y el amor de las familias ha logrado que las personas desaparecidas no estén en el olvido y hoy desde procesos de resistencia y movilización reclaman en agendas como la implementación del acuerdo de paz, acciones concretas para buscarlos y encontrarlos, ojalá con vida, y garantizar la reconstrucción de ese tejido social roto y el proyecto de vida truncado por el delito del que fueron víctimas. El movimiento LGBTIQ tiene la tarea de convertirse hoy en la familia social y extendida de muchas personas trans que fueron desaparecidas por su identidad o expresión de género, de mujeres lesbianas que al negarse a la opresión patriarcal y violenta de los señores de la guerra fueron alejadas de sus entornos sociales, hombres gais que al renunciar a la masculinidad hegemónica fueron invisibilizados y decenas de personas que por “sospecha” con su orientación sexual, fueron revictimizadas y finalmente retiradas por su obstrucción a los proyectos moralizantes de la guerra.
Trabajar por un mejor país para las personas LGBTIQ y no binarias, que es el empeño de muchas organizaciones y colectivas en Colombia, debe incluir a las personas desaparecidas, haciendo memoria de ellas, buscándolas con la pretensión de encontrarlas con vida y vincularlas a nuevas formas de ciudadanía que respeten, reconozcan y reconstruyan su dignidad, develando las tinieblas de nuestra propia noche para que amanezca un nuevo día donde el arcoíris sea para todas.
Wilson Castañeda Castro
Director Caribe Afirmativo.