6 de junio de 2021. Las palabras tienen un origen etimológico que las explican tanto en su composición, como en su evolución, pero es su uso social, cultural y político lo que hace que estas tengan vigencia, hagan parte de la vida cotidiana y se reinventen de acuerdo a los procesos de cada comunidad; así, el lenguaje como la forma más originaria de integración, no solo mantiene los vínculos de la memoria, sino que crea de manera permanente procesos y espacios de relacionamiento. Por eso es importante enunciar la realidad, a la hora de pensar o tener una experiencia, y es esa enunciación, de cómo llamamos o distinguimos cada cosa, lo que construye pertenencia colectiva.
Hoy quiero ocuparme de una palabra en particular: el orgullo, su uso, apropiación problemas y potencial de transformación que en el contexto de los procesos de diversidad sexual y de género la han postulado como sinónimo de junio, convirtiéndose así en la temporada de mayor visibilidad para las agendas LGBTI, por estar contenidas en él las conmemoraciones al estallido de Stonewall, lo que ha hecho de todos sus 30 días de calendario las temporadas denominadas coloquialmente “del orgullo” en todo el mundo.
Esta conmemoración se ha globalizado como casi todas las cosas de los procesos de diversidad sexual: marchas coloridas y multitudinarias en las principales ciudades, el uso de la bandera arcoíris (y por fortuna en los últimos años la trans) como símbolo emblemático en distintos edificios oficiales y en espacios públicos representativos, la marcación con mensajes de reconocimiento en sitios web y aplicaciones digitales, firmas de pactos, acuerdos y compromisos con las personas LGBTI por parte de autoridades políticas y culturales, y alto nivel de cobertura mediática que han hecho de estas fechas una revelación de la visión hipotética de una sociedad que vive, reconoce y garantiza los proyectos de vida de las personas gays, lesbianas, bisexuales, trans y no binarias.
En 2020 el aislamiento social y las normas de contención por la pandemia confinaron muchas de estas expresiones, sobre todo las callejeras, y consolidaron las virtuales y las de redes sociales, y si bien es un escenario con el cual está muy familiarizado el proceso social de la diversidad, se echaron de menos las calles arcoíris y los procesos de encuentro colectivo atiborrados de gente. Este año, algunas ciudades, donde las medidas se han relajado y avanza la vacunación contra el COVID-19, tendrán la oportunidad de volver al espacio público, otras seguirán en la virtualidad esperando tiempos mejores; pero lo que les es común a unas y otras es la urgente reflexión ¿qué nos hace personas orgullosas?, pues no solo la pandemia mostro los problemas estructurales que aquejan a la sociedad y que viven de manera más coyuntural muchas personas LGBTI por las expresiones de inequidad y el incremento de la violencia, la agudización de la violencia policial y los discursos de odio, lo que pone hoy en la palestra pública el cuestionamiento si tiene sentido sentirnos orgullosas en las sociedades actuales, o es el orgullo la estrategia política que debemos activar para agudizar la resistencia y transformar la realidad.
El orgullo, como expresión de uso social, ha tenido dos variantes: se lee como proceso de apropiación en una experiencia de autoestima o como un ejercicio de soberbia. En el idioma francófono su uso tiene relación con la primera aseveración, considerando que “el orgueil” es un asunto individual, la capacidad de valoración y estima que tiene cada uno de sí y de sus ideales; por su parte en el hebreo, “gâzôn” se expone como un ejercicio que le permite al entorno calificar una estima propia como exagerada, que ciega a su poseedor de las debilidades y peligros que le asisten. Este dualismo que buscaba confinar en el closet la certeza de quien consolidaba su autoestima y de validar como apropiados los señalamiento de los que buscan conducir la conducta moral, tuvo un proceso de reinvención a modo de síntesis en el uso transformativo que hizo del término la movilización de New York en mayo del 1969 y que quedó consignado en el idioma inglés: “Pride”, que asume el orgullo como una respuesta o actitud emocional positiva hacia sí mismo o hacia lo que lo rodea y que le impulsa a darse un lugar con convicción en la sociedad.
Hoy en todos los idiomas Orgullo parece sinónimo de movimiento LGBTI, de eso dan fe los buscadores de internet; sin embargo, es una expresión que estamos llamados a problematizar en términos conceptuales, sociales y políticos: a) transformar el concepto de su tono masculino y patriarcal que ha promovido agendas mayoritariamente gais, capitalistas y clasistas que hoy piden ser permeadas por prácticas más resistentes, como las que florecen en el feminismo; b) posicionarlo socialmente como un vehículo movilizador no de lo políticamente correcto, sino de canalización de toda la fuerza de la ciudadanía para empoderar un discurso que denuncie la violencia y exija poner fin a la opresión; y c) en términos políticos debe ser el motor que impulse a reconquistar las calles con las banderas arcoíris y trans, promoviendo gestos performativos y narrativas corporales, que construyan y deconstruyan agendas que promuevan cambios profundos e inmediatos en la cultura, la sociedad y las formas de hacer política.
El orgullo como estrategia política, es la fuerza y marca propia de este proceso de movimiento en construcción llamado de la diversidad sexual y de género, y será su uso cotidiano en los escenarios sociales lo que pondrá fin a señalamientos por su forma de amar y de sentir, que no permitirá una ciudadanía de segunda por el rechazo a sus expresión de género, exigirá parar la violencia como arma controladora del Estado y los actores de la guerra a sus proyectos de vida, y pondrá punto final a los prejuicios promovidos por proyectos políticos moralizantes que quieren imponer la heterosexualidad normativa y el binarismo de género. Es todo ese impulso que valida en el proceso colectivo el orgullo como estrategia política
En nuestro caso, reinventarnos en días de pandemia, responder al estallido social de las movilizaciones en Colombia, en las que participan las personas LGBTI, que al igual que muchas otros ciudadanos y ciudadanos exigen el fin de la opresión y frenar el escalamiento de los discursos de odio que quieren actualizar la política de la exclusión, deja constancia que hoy, más que nunca, lo nuestro es el orgullo y que no solo junio, sino todos los días del año, será el sentimiento que nos hará resistentes, nos sacará a las calles, impulsará la denuncia y, sobre todo, nos dará la convicción para construir de forma colectiva un mundo mejor que no da espera a cambios sociales, compromisos políticos y transformaciones culturales.
Wilson Castañeda Castro
Director de Caribe Afirmativo