El copamiento que ha tenido la movilización social LGBTIQ+ por parte de la institucionalidad del Estado, ha limitado su expresión espontánea de resistencia y desdibujado el ejercicio de las marchas como actos de transformación social, convirtiéndolas en expresiones políticamente correctas.
Ha iniciado el mes de junio y, con él, las actividades de las colectivas LGBTIQ+, activistas y líderes del movimiento social para promover, reivindicar y exaltar el valor de la lucha por el reconocimiento de la diversidad sexual y las identidades de género. Si bien todo el año lo más recurrente es escuchar sobre actos de violencia y la réplica a prejuicios naturalizados, estas fechas —a pesar de la adversidad que sigue poniendo en riesgo a las personas sexo-genero diversas con actos de violencia sistemática y prácticas de invisibilidad— en términos metodológicos, se usa para hacer balances, dar cuenta de avances, triunfos y, sobre todo, del ensanchamiento de la igualdad como derecho que, por fortuna, cada vez más sigue arrinconando la exclusión como respuesta a la diversidad y proponiendo la posibilidad que otras formas de vida pueden ser plenamente vividas.
Desde finales de la década de los 60, con los estallidos de New York y durante los años 70, en pleno auge de las revoluciones sociales que la vieron emerger, esta fecha se ha resignificado junto a las prácticas de resistencia, con un enfoque de alegría y celebración, propia del movimiento, han logrado que pasemos de la revuelta policial de Stonewall —donde las personas trans eran correteadas por la Fuerza Pública— a las acciones poéticas de la resistencia que logra llamar la atención referente a que lo exigido son derechos. Con el correr del tiempo, este proceso que parecía un acto guetizante de unas personas que se movilizaban en bloque por una causa que solo a ellas les interesaba, que marchan coloridas por las calles ante la mirada indiferentes de quienes se les topaban, se ha llenado de aliadas que han apropiado esta exigencia como suya y marchan al unísono, haciendo de la liberación homosexual y de las reivindicaciones de género su causa. Universidades, colectivas feministas, grupos sindicales, jóvenes, defensores de derechos humanos, medios de comunicación y un sin número de actores sociales, culturales y políticos ya asumen esta fecha como parte de su proyecto político y social, ya que han entendido que este destello de colores es un llamado a la sociedad entera a entender el potencial transformador que tiene asumir la diversidad como la mayor expresión de la humanidad.
Paulatinamente, las calles de las grandes ciudades, pero también municipios medianos y pequeñas localidades, fueron llenando de arcoíris los días alrededor del 28 de junio y lo extendieron por días, semanas y hasta el mes entero, donde la marcha ha venido siendo antecedida por actos políticos, culturales y simbólicos, llenos de color y alegría, que exigen que todo el año, en todos los lugares y en todos los momentos sean garantes para los derechos de las personas LGBTIQ+. Estos ejercicios de acción colectiva han estado acompañados de arengas, manifestaciones y actos performáticos que han transformado el dolor en alegría y denuncian la exclusión, buscando promover garantías dignas para sus proyectos de vida. Los reclamos a los gobiernos por su acción prejuiciosa o por su omisión ante la invisibilidad, han sido quizás las consignas más constantes de todas las movilizaciones, pues se marcha en medio de un Estado homofóbico y transfóbico que, en su binarismo cotidiano, ha condenado a las personas LGBTIQ+ a vivir sin derechos. Por ello, ha sido puesto en la palestra pública en estos actos reivindicativos, exigiendo garantías de derechos y desenmascarar su estilo opresor.
Paradógicamente, con el pasar del tiempo este Estado opresor ha aparecido como patrocinador de muchos de estos actos reivindicativos y, por supuesto, es en parte algo de lo que se le reclama, pero no es suficiente. Es decir, en la mayoría de los casos, su aparición —lejos de garantizar derechos— está hecha para contener exigencias y sus acciones no reconocen los proyectos de vida sexo-genero diversas, sino que cosifican vidas. Así aparecen estos días izando la bandera arcoíris, abrazándose con activistas LGBTIQ+, asistiendo a la marcha como si fuera un caudal electoral, pero no transforman sus prácticas de gobierno sexista y patriarcal y no proponen acciones para que las personas LGBTIQ+ superen el déficit de derechos y vivan su vida con realización total. Proclaman orgullo por las personas LGBTIQ+ el día 28 de junio, pero el resto del año olvidan sus derechos. Dichas prácticas no solo son acción con daño, sino que han venido arrebatando lo más genuino de la sociedad civil, que es la movilización espontánea y la resistencia callejera, para volverla una expresión normativizada, con imposición estética de lo políticamente correcto y con un maquillaje de que el resto del año, al igual que ese día, nuestras ciudades son el paraíso de la diversidad sexual y de género.
Esas acciones son la antítesis del orgullo que nos reúne en estas fechas, que coinciden con el solsticio de verano. Además, se convierten en una expresión de no orgullo y lo ponen en peligro. Sustento esta afirmación en cinco razones:
- Una inversión concentrada en artefactos efímeros para engalanar de arcoíris los lugares estratégicos que le dan mayor visibilidad a los gobiernos, con el afán de presentar el consumo como el escenario ideal de las personas sexo genero-diversas, como si fueran objetos que solo interesan al mercado y a este para explotarles.
- La puesta en escena de los cuerpos y su cosificación con estéticas impuestas, concentrándose solo en los masculinos y el desprecio a la diversidad dentro de la diversidad, cuando se trata de cuerpos que quieren romper con esa presión hegemónica.
- Las apariencias para ocultar la realidad, con el maquillaje escénico que busca pormenorizar la exigibilidad de derechos y naturalizar las formas de exclusión.
- La frivolidad en el trato, apostándole por ser solidarios en lo festivo, ante el olvido estructural en la vida cotidiana de que las vidas diversas no importan.
- El ruido ensordecedor de una música impuesta que no permite escuchar el reclamo por una vida libre de violencias y un acceso real a derechos.
Todo eso envuelto en un afán de logos institucionales, lemas extensos que hablan de realidades que desconocen, himnos territoriales que replican frases excluyentes y saludos protocolarios que desconectan con los asistentes, se han tomado las movilizaciones, mesas de trabajo y comités de preparación, lideradas o controladas por los gobiernos que dicen cómo marchar (casi siempre de la forma menos reivindicativa), por dónde marchar (por las calles más deshabitadas que no interpelan a nadie) y libretean cómo reclamar (nada que reclamar, solo celebrar). Además, todo esto convertido evidencia en decenas de publicaciones en redes sociales de gobernantes, oficinas de comunicaciones y gestores sociales, que llenan de arcoíris sus biografías y muros posando como LGBTIQ+ friendly, pero que, al día siguiente, son bajadas de sus perfiles, así como olvidados los compromisos asumidos. Y la vida sigue igual, con ausencia de derechos, resistencia a los cambios y confirmación de las acciones de mitigación.
Está bien que los gobiernos asuman compromisos, pero la sociedad civil no puede permitir que estos copen sus agendas. Es necesario regresar a las bases de este junio diverso donde, con autonomía, los cuerpos diversos y no hegemónicos se tomaban el espacio público, sin ser silenciados por los gobiernos que cambian su apoyo porque no sancione en público la evidencia: es solo por un día y, en realidad, no tiene compromisos con la agenda LGBTIQ+.
Ojalá la respuesta precaria que han tenido los gobiernos después de pandemia con las movilizaciones sociales —de no contribuir a ellas porque, por un lado, las sienten revoltosas y, por otro, no puede invertir en ello porque materialmente no lo ven como lo quieren ver— permitan reaccionar y darle a junio el significado como tal, sea para tomar el espacio que nos han arrebatado y transformarlo desde nuestras lógicas en escenario para la libertad y no para la evidencia de un gobierno que se pinta de arcoíris un día, a veces un mes, y que marca con el olvido el resto del año la solicitud de las vidas diversas de ser felices.
Wilson de Jesús Castañeda Castro
Director Caribe Afirmativo