Crónicas Afirmativas

“¡No voy a permitir que el miedo me gane!”

18 de abril de 2021. Eran las tres de la tarde, García llevaba la pelota, el público de la vereda seguía con su mirada el partido del campeonato de fútbol femenino de San Vicente del Caguán. Sus compañeras le hicieron señas ¡era su oportunidad! Con tan solo una patada podía hacer gol y asegurarle el triunfo a su equipo. En efecto, su poderoso talento hizo que pateara el balón y la arquera no alcanzara a taparlo, todos cantaron ¡Gol! pero por muy poco tiempo.

El rechinar de las botas con el pasto se escuchó a lo lejos, un grupo de hombres armados encapuchados se acercó e irrumpió el partido. La comunidad retrocedió pero ninguno fue capaz de darse a la huida por el miedo, Alejandra[i] se quedó paralizada, ella y las otras niñas se quedaron expectantes, unas corrieron a buscar a sus padres o amigos. Alejandra se quedo ahí. Los hombres miraban a todos lados, como buscando a algo, señalaban a algunos chicos, un tipo con pasamontañas, botas de caucho y vestido con traje militar que cargaba una escopeta se acercó a ella y la señaló delante de todos los demás.

Alejandra tenía doce años cuando miró a los ojos la cara del conflicto armado en su municipio, afortunadamente ese día no se llevaron a nadie y su presencia e intento de reclutamiento forzado a menores de edad solo fue un susto. No obstante, ni ella ni sus padres o personas que fueron testigos de este hostigamiento denunciaron este hecho por miedo a que tomaran represalias contra alguien de la comunidad. Actualmente ella tiene veintiocho años y es una mujer lesbiana que se dedica a ser jefe de seguridad de un supermercado en su región

San Vicente del Caguán es un municipio del departamento del Caquetá, que para comienzos de 2000 se convirtió en zona de despeje[ii], luego de que no se concluyeran los procesos de paz iniciados por el presidente Andrés Pastrana. De ahí que la retoma del Caguán se consideraba una campaña militar llevada a cabo el 21 de octubre de 2002, porque para entonces las FARC-EP concentraban sus integrantes en varios territorios y tenían gran incidencia en los factores políticos, económicos y sociales de la región, sin embargo tres años después de que este grupo insurgente fuese la única fuerza militar en el Caguán, el 20 de febrero del 2002 culmina el acuerdo que se había pactado entre el gobierno y las FARC, generando así el retorno de la fuerza pública.

Alejandra creció en este ambiente de tensión, en un panorama de conflicto en el que veía truncado su proyecto de vida, sus espacios de recreación y amor por el deporte. Era tan sólo una niña que poco a poco descubría su orientación sexual, descubrió que se sentía atraída por las mujeres y si antes de “salir del armario” no tenía tranquilidad por el contexto de la guerra, comunicar a su familia o que las personas de su barrio notaran su orientación sexual le significó una sensación de zozobra constante.

Actualmente vive con su pareja y aunque sus padres ya aceptaron su orientación sexual y respetan sus decisiones cuando de amor se trata, sus suegros, es decir, los padres de su compañera de vida siguen incómodos con esta decisión.

Alejandra García fue juzgada por la sociedad desde muy niña, por manifestar interés en asuntos asociados a lo masculino, como jugar fútbol e incluso su contextura física según las demás personas no eran de una “niña” si no de una chica ruda, porque tiempo después del intento de reclutamiento por parte de la guerrilla muchos dijeron que la señalaron por eso.

Si ya era difícil ser una mujer lesbiana en su entorno inmediato, serlo en un municipio que todo el tiempo se encontraba entre enfrentamientos por distintos actores armados, era aún peor. Alejandra no podía tomar de la mano a su pareja en los espacios públicos, no podía reunirse con otras personas LGBT, porque ellos vigilaban, detenían y buscaban eliminar estos espacios, así sólo fuesen con la intención de generar lazos de confianza y amistad

“Era como si nos trataran de imponer su ideología” señala Alejandra, cuando recuerda el miedo con el que vivía en esos años. Sin embargo, la discriminación hacia personas LGBT no sólo era cuestión de grupos armados, si no de la sociedad en general, incluyendo la institucionalidad y las entidades del Estado, como también centros de salud. Por ejemplo, una de las formas de violencia más comunes era la conocida como “limpieza social”, ella dice que es como “si quisieran limpiar el pueblo de nosotros”.

Cuando los actores armados distribuyen estos panfletos, generalmente en el que amenazan a “ladrones, viciosos y homosexuales” hacen referencia a ese control de los cuerpos que deben cumplir los estándares de heteronormatividad impuestos por ellos, haciendo una especie de vigilancia y sanción a quienes incumplan estás normas[iii] y así sucedió con un conocido de la vereda, un chico de 17 años abiertamente gay que fue desaparecido por las FARC.

Según Alejandra eso fue en el año 2012 que desaparecieron a su compañero, lo cuál aumentó el miedo entre las personas LGBT del territorio y fortaleció ese ocultamiento al que sometían vivir su homosexualidad. “Es como si nuestra condición sexual fuese un gran enemigo para ellos”, recuerda Alejandra reflexionando lo mucho que le ha costado a ella y a otras personas diversas ser aceptadas en sus territorios, pues la discriminación es constante, porque rechaza a quienes son diferentes.

Alejandra por un momento de su vida pensó que su homosexualidad le cerraría muchas puertas: el afecto de su familia, oportunidades laborales y académicas y ella intentó muchas veces llevar una vida normal, pero cuando se animó a contarle a sus seres cercanos de su orientación todo cambió. Sin embargo, su valentía y coraje, valores que la caracterizaron desde niña fueron más fuertes, como triunfaba en los campeonatos veredales triunfó en su vida y no dejó que el miedo le ganará la jugada.

Algo que ella destaca es como el conflicto, sumado al temor frecuente y la presencia de actores armados y de estar viviendo una especie de fuego cruzado entre militares y grupos al margen de la ley quebró sus proyectos de vida y desdibujó su adolescencia, siendo una etapa propicia para fabricar buenos recuerdos, el conflicto opacó toda posibilidad de seguir los campeonatos, de visitar veredas y de eliminar todo espacio que permitiera un intercambio entre la comunidad y seguir compartiendo entre amigos, amigas y vecinos.

“Ellos nos veían como una abominación, como algo bochornoso y solían ser violentos, no teníamos la libertad de tomarnos la mano y muchos menos darnos un beso”, reflexiona Alejandra. Especialmente la libertad fue uno de los derechos que ella sintió que le fueron vulnerados, la libertad de amar, de ser, de compartir, de vivir una vida tranquila y armónica, por supuesto esto retrasó los procesos políticos de organización de colectivas LGBT.

Cuando a Alejandra le preguntan por las consecuencias que dejó el conflicto armado en ella no duda en hablar de salud mental, porque recuerda como la pérdida de uno de sus primos dejo un vacío profundo en su familia, aún no se sabe nada de él, se sabe que lo intentaron reclutar forzosamente y que lo asesinaron pero que su familia nunca  pudo darle una sepultura digna y no se sabe el paradero de sus restos. Ella se sentía deprimida, rechazada y no tenía interés en compartir con nadie, o relacionarse con los demás.

“No voy a permitir que el miedo me gane, voy a seguir con mi vida adelante, voy a seguir mis proyectos independientemente de la situación que viva”, enuncia Alejandra muy segura y convencida que pase lo que pase nadie le va arrebatar el deseo de seguir en pie de lucha, puede que en el pasado se haya deprimido pero son más fuertes las ganas de conformar un hogar, de seguir compartiendo su vida con su pareja, por eso como mujer lesbiana que vivió el conflicto desde muy niña hace énfasis que es necesario que las políticas públicas para personas LGBT no sólo se queden en el papel, si no que existan más oportunidades, más seguridad y más acompañamiento de la institucionalidad, que de acuerdo con su experiencia son quienes más indiferentes han sido a los testimonios de violencias que vivió la población LGBT en el marco del conflicto armado.

Ella lamenta la pérdida de personas LGBT de su territorio que pudieron haber dado grandes aportes a la sociedad, condena esas desapariciones forzadas que cometieron actores armados contra ellos y ellas, en particular cuando estas atrocidades atentaron contra la vida de menores de edad abiertamente homosexuales. Hasta el momento, luego de la firma del acuerdo de paz en 2016 y los procesos de reparación y construcción de memoria histórica que se han dado y las audiencias a las que han citado a excombatienes, ante la Jurisdicción Especial para la Paz, JEP, Alejandra no ha tenido conocimiento del primero que sea juzgado por crímenes contra personas LGBT.

“La vida no es fácil, la vida tiene una serie de obstacúlos hay personas que nos quieren hacer el bien,  como otras que solo hacen el mal”, esa es la gran conclusión de Alejandra García, que justo ahora sueña con forjar una economía, intentar hacer una carrera profesional y poder formar un hogar. Pese a que ella siente que la sociedad ha evolucionado y que ser una persona LGBT no implica el mismo tabú y temor de antes, siente que todavía queda mucho trabajo por hacer, sueña con el día de que a ninguna persona LGBT se le nieguen sus derechos, que sean tenidos en cuenta como cualquier otro ser humano. Mientras tanto cree en la sensibilización y en que poco a poco la sociedad va estar más abierta a la diversidad.

[i] Nombre cambiado por seguridad de la persona.

[ii] Tomado de https://repository.urosario.edu.co/bitstream/handle/10336/8347/ArizaArias-Diego-2014.pdf?sequence=12&isAllowed=y

[iii] Tomado de https://repository.urosario.edu.co/bitstream/handle/10336/12911/MonografiaLuisaMaya.pdf?isAllowed