
El Papa Francisco, sin ser un defensor de los derechos LGBTIQ+, logró, a diferencia de sus antecesores, no promover una persecución contra las personas LGBTIQ+. Aprovechando su liderazgo mundial y con base en un principio de humanidad, avanzó en respetar su dignidad, lo cual esperamos que la Iglesia católica no busque retroceder.
La llegada al primer puesto de la Iglesia católica de Bergoglio en 2013 no solo significó un hito de novedad por su origen latinoamericano, su procedencia jesuítica y su vida modesta que contrastaba con sus antecesores. El viaje, ya en funciones y llamado Francisco, a Brasil ese mismo año, en su vuelo de regreso a Roma, incluyó una rueda de prensa en la que, ante la pregunta sobre qué pensaba de la homosexualidad, dijo algo que marcó un punto de inflexión en la relación de esa iglesia con las personas LGBTIQ+: ¿Qué piensa el Papa Francisco sobre los LGBTQ? “Si una persona es gay y busca a Dios y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?”. Posición que, para un gran sector de las personas LGBTIQ+ que son creyentes, fue recibida con esperanza; y otros, que ya conocían su férrea oposición al matrimonio igualitario en Argentina cuando era arzobispo, creían que era solo una respuesta políticamente correcta, que no se solapaba con su indiferencia ante las demandas del movimiento social en su país.
En 2015, cuando un sector conservador de la Iglesia exigió cumplir el catecismo y, en él, la máxima de que la homosexualidad es un pecado, el Papa, al ser interrogado por esto, indicó que era una lectura errada de la doctrina de la Iglesia. Incluso señaló que la Iglesia católica debería disculparse con las personas LGBTIQ+ por la forma en que las había tratado: “El catecismo dice que no deben ser discriminados, todo lo contrario, deben ser respetados y acompañados pastoralmente”. Esta situación desató dos sectores altamente divididos en la Iglesia: el conservador, apostado sobre todo en África y América, que se negó a impartir esta enseñanza del Papa y dijo que era una interpretación errónea de su parte al magisterio de la Iglesia; y otros, más progresistas, que promovieron grupos de apoyo a las personas LGBTIQ+, bendiciones a sus parejas y su vinculación a servicios religiosos.
En otro momento, en 2020, en una alocución, el Papa llamó la atención de las familias que despreciaban a las personas LGBTIQ+. Ese año volvió a la luz pública con una nueva declaración sobre el tema, al defender las uniones civiles entre homosexuales: “Las personas homosexuales tienen derecho a estar en la familia. Son hijos de Dios, tienen derecho a tener una familia. No se puede echar de la familia a nadie, ni hacerle la vida imposible por ello”.
En 2023, el Papa Francisco criticó las leyes que criminalizan la homosexualidad como “injustas”, dijo que Dios ama a todos sus hijos tal y como son y pidió a los obispos católicos que apoyan esas leyes que acojan a las personas LGBTQ en la Iglesia. Asimismo, criticó que más de 67 países criminalicen a las personas LGBTIQ+; en esa ocasión advirtió que la Iglesia católica puede y debe trabajar para ponerles fin: “Tienen que hacerlo, tienen que hacerlo”. Francisco, en esa ocasión, como en 2019, citó el catecismo de la Iglesia católica para señalar que los homosexuales deben ser recibidos y respetados, y no deben verse marginados ni discriminados: “Somos todos hijos de Dios y Dios nos quiere como estamos y con la fuerza con la que luchamos cada uno por nuestra dignidad”.
Ese mismo año, Disney hizo el documental *Amén, Francisco responde*, en el que se proyectan varios diálogos de personas hablando con el Papa sobre asuntos cotidianos. Entre ellos, una joven no binarie, Celia, le interpela: le es muy difícil ser a la vez una persona diversa y cristiana por la discriminación, y le pregunta si él, como máximo representante de la Iglesia, cree que algún día en esa institución existan espacios para las personas trans y no binarias. Él respondió que todas las personas son hijas de Dios, que Dios no rechaza a nadie, que Dios es Padre, que él, como máximo responsable, no tiene derecho a echar a nadie de la Iglesia, que la Iglesia no puede cerrarle la puerta a nadie. También le interpeló por aquellos líderes espirituales que promueven el odio y utilizan la Biblia para sustentar los discursos de odio, y él respondió de forma graciosa: “Esas personas son infiltradas que aprovechan la ayuda de la Iglesia para sus pasiones personales, su estrechez mental; son ideologías que corrompen la Iglesia, son personas con dramas internos sin resolver, que viven para condenar a los demás sin la capacidad de pedir perdón por sus propias faltas”.
En sus 12 años de pontificado, también se supo de grupos LGBTIQ+ que se reunieron con él en Roma y en sus viajes apostólicos. Permitió, en algunos cargos cercanos en el Vaticano y en funciones de su pastoral, la presencia de personas sexo-género diversas, y sectores de personas trans de América Latina y Europa recibieron mensajes positivos de su parte ante solicitudes de reuniones y diálogos. Justo en el último encuentro de jóvenes en Marsella, Francia, tuvo palabras de acogida para personas sexo-género diversas asistentes y se preparaba para recibir en noviembre en Roma a un grupo de familias diversas que profesan el catolicismo.
También se conocieron en su periodo de líder religioso salidas que fueron un poco ambivalentes, como la de señalar que, pese a que no condenaba la homosexualidad, seguía siendo un pecado que había que curar; que era imposible servir a la Iglesia en el servicio pastoral siendo gay o lesbiana por la ausencia de compromiso con el celibato, pidiendo a los responsables crear mecanismos de selección que impidan su llegada a seminarios, conventos y servicios pastorales. En varias ocasiones llamó al activismo LGBTIQ+ “lobby gay”, que quiere imponer una ideología que pone en riesgo la familia. Cuando era interpelado por su contradicción, reiteraba una posición de que no es delito, por tanto no debe criminalizarse, pero sí es pecado y debe condenarse como práctica, llegando al extremo de pedir a las personas LGBTIQ+ vivir como si no lo fueran y asumir una castidad obligatoria.
En suma, el Papa Francisco pasó a la historia como el primero en proponer un diálogo con las personas LGBTIQ+ como sujetos de derechos, llamando al respeto, la empatía y la garantía de proyectos de vida. Y esto es un avance muy significativo en una institución que, por siglos, persiguió la homosexualidad, la llevó a la hoguera, impuso la heterosexualidad como norma de vida y validó la violencia contra las expresiones de sexualidad no hegemónicas que estaban en contra de la procreación. Esa posición de apertura pastoral contrasta con la inquisición a la que nos tenía acostumbrados la Iglesia, y es lo que esperamos que, una vez muerto el Papa Francisco, sea uno de los legados que no sufran retrocesos y que, sobre esta que ya es una posición histórica de cambio, se siga construyendo una institución en la que algún día exista un lugar digno para las personas sexo-género diversas que profesan esa fe.
Sin embargo, las cábalas del cónclave —que también existen— indican con preocupación que la misma estrategia política de los discursos de odio y de las políticas antiderechos que han venido coptando la democracia, promoviendo liderazgos autoritarios que desmontan derechos y bloquean proyectos de vida dignos, son los mismos vientos que soplan estos días por Roma. Están posicionando nombres como los del cardenal Robert Sarah, que es de los sectores más tradicionales del catolicismo y ha dicho: “Las personas trans son hombres que se disfrazan de mujeres para burlarse de ellas”; que el enfoque de género es un error ideológico más grave que el fascismo; que nadie debe migrar y no se debe acoger a quienes buscan refugio porque desestabilizan los países; y que no se puede bendecir a una persona homosexual porque es odiada por Dios. Fue relevante una campaña de desprestigio que promovió al interior de la curia romana en 2022, cuando el Papa postuló una declaración que invitaba a los jerarcas de la Iglesia a bendecir parejas homosexuales. No es solo él. Si bien el 72% de los electores fueron creados cardenales por Francisco y los conservadores ni son mayoría ni tienen gran poder de presión, los intríngulis políticos que definen esta práctica electoral harán que un par de purpurados retrógrados y promotores del odio vean en este “sede vacante” una oportunidad para hacer del Vaticano lo que han hecho de EE. UU., Argentina, Hungría y El Salvador: poderes puestos en función de negar derechos a las personas LGBTIQ+ y negar su dignidad humana.
Ojalá ese fervor bonito que se siente estos días por la memoria de Francisco —que, pese a sus errores, fue un líder que le hizo mucho bien a la Iglesia y a sus seguidores— dé la fuerza suficiente para no permitir que lo que hemos ganado en el terreno de la fe, como un lugar para la dignidad, dé un paso atrás. Y que no se asuman prácticas tan violentas y agresivas como las que hoy cultivan por el mundo las iglesias fundamentalistas que usan a Dios para promover la violencia. Son ellos los que el Papa fallecido llamaba infiltrados, estrechos de mente que promueven la corrupción de las ideas por la violencia.
Wilson Castañeda Castro
Director, Caribe Afirmativo
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