Hace poco convencí a mi novio de participar junto a mí en una popular agrupación folclórica de la ciudad. Esta sería la primera vez que él bailaría en una comparsa y, más aún, en un desfile de Carnaval. El domingo pasado, en medio del ensayo, noté que no estaba muy conectado con la coreografía (bailar no es su fuerte), así que me moví de mi lugar para preguntarle cómo se sentía, si estaba bien, si necesitaba tomarse un descanso; ante esto su respuesta fue tan entusiasta como suele serlo él mismo: “no, para nada, me siento súper bien”.
Ahí mismo le planté un beso en la boca y le di un abrazo, ante las miradas de asombro de los demás bailarines. En Barranquilla parecemos olvidar convenientemente que, en nuestra fiesta más representativa, una importante porción de la gestión cultural la hacen personas LGTBI: el hombre gay que es coreógrafo, la mujer trans que funge como maquilladora, la mujer lesbiana que construye carrozas o pinta máscaras, y así muchísimas más plazas.
El ensayo paró unos minutos para que quienes participábamos tuviéramos chance de respirar. En ese espacio muerto uno de los encargados nos llamó a mi novio y a mí a un costado y nos dijo que, aunque él nos respetaba y nos admiraba, “porque el ser humano sin amor no es nada”, nos pedía que por favor evitáramos las manifestaciones de afecto en ese lugar, “porque hay menores de edad”. Como si lo anterior no hubiese sido suficiente, remató todo el discurso con un “aquí hay más personas de su clase, no es nada contra ustedes”.
¿De “nuestra clase”? En este punto, mi cara ya había cambiado de una sonrisa políticamente correcta a una mueca de profunda decepción. A partir de ahí, el cuerpo no me dio para bailar más. Terminado el ensayo, mi novio y yo decidimos no participar de la comparsa.
En pleno 2019, el discurso de “te respeto, pero” no convence. Aunque algunos allegados han debatido con nosotros sobre la verdadera trascendencia del llamado de atención, es claro que un discurso de falso respeto y condescendencia no hace sino perpetuar la censura y la invisibilización.
Aunque aparentemente no hubo violencia en el acto concreto, sabemos que lo dicho sí tiene un trasfondo violento pues con él se pretendía controlarnos. Parece que, aún hoy, persiste el miedo irracional a que las orientaciones sexuales e identidades de género diversas se contagien como si se tratase de una enfermedad. Al usar la excusa de “hay menores de edad” se nos dijo entre líneas que le hacemos mal a los niños, que no debemos ser quienes somos cerca de ellos, no vaya a ser que se les pegue lo marica.
Una de las razones por las que no se ha “normalizado” el ver a dos hombres o dos mujeres de la mano es porque sencillamente no es algo que veamos mientras caminamos por la calle. Se nos ha dicho que el espacio público no es para nosotros y menos para mostrarnos afecto de forma física. (A falta de un mejor término) “normalizar” una conducta implica asimilarla como un hecho común, que sucede todos los días y que puede ocurrir en cualquier periodo de tiempo. Entre más besos entre personas LGBTI tomen lugar en las calles, menos trascendental será en el futuro. Para que la gente no reaccione de formas reacias nos urgen más besos.
Otros episodios como este han tenido eco en redes sociales. Cuando la youtuber Kika Nieto utilizó la frase “tengo muchos amigos gais, los tolero”, el internet se vino abajo. Acto seguido casi 46 de sus pares se pronunciaban en video-respuestas sobre lo paradójicamente intolerante del mensaje que entregaba la creadora de contenidos audiovisuales. En la introducción de video, Nieto suspira y dice estar metiéndose “en la boca del lobo”; por lo menos en eso no se equivocaba.
El acto político de no participar, de renunciar a integrarse en un colectivo que te oculta es una respuesta por demás válida. Ya lo decía la cantante pop Rihanna cuando hablaba de por qué nunca sería el acto central del medio tiempo del Super Bowl: “no podría participar en algo así ¿Para que gane quién? Desde luego, no mi gente. Simplemente no podría venderme así. Hay cosas en esa organización con las que no estoy de acuerdo. No iba a ir allí a servirlos de ninguna manera”.
En Barranquilla y en el Caribe el closet es impuesto, no importa que tan fuera estés, eres obligado a entrar nuevamente una y otra vez para mantener el statu quo, la comodidad de quienes sienten amenazado su obsoleto sistema. El mismo sistema que te asesina, que te pega un balazo en la cabeza y huye, que te baja el sueldo por ser menor de 25 años para “hacerte un favor” y “engancharte en el mundo laboral”.
“Casos más graves se han visto”, dicen. Quizá sea cierto, pero es nuestra responsabilidad trabajar para que cada vez sean menos. Por eso, la invitación de hoy es al amor, a los besos y los abrazos. En la calle, en la esquina, de noche y de día, en lugares atiborrados de gente en donde el cielo sea el testigo inequívoco de que no hay nada malo con nosotras y nosotros.
Nota: esta columna no representa las visiones de Caribe Afirmativo, únicamente las de su autor,
Atentamente,
El gato negro.