25 de marzo de 2023. En muchas ocasiones encuentro en mis recuerdos situaciones que he vivido desde pequeño. Aún no tenía una identidad de género u orientación sexual definida, pero sentía rechazo y exclusión por el simple hecho de que mi color de piel fuera diferente. No comprendí lo que significaba ser negro en ese momento y nunca pensé que iba a representar un problema para mí que mi piel tuviera un color diferente. Mis compañeros eran más claros que yo, les decían “trigueños”; a mí por pena, por miedo o por falta de reconocimiento, preferían llamarme de color “moreno” como si el solo hecho de decir que era negro fuese vulgar, poco convencional o incluso un pecado.

Fui creciendo con esas diferencias tan notorias. En mi curso destacaba por mis buenas notas, pero a pesar de ellas mi color de piel representaba una diferencia en el trato que me daban: a las personas con pieles más claras les creían si tenían una excusa para no traer sus tareas, pero conmigo no era posible; ellas podrían equivocarse, pero yo no; eran recibidas de mejor manera ante la coordinación, pero las personas negras debíamos esperar más tiempo. Al principio parecían simples coincidencias, pero mientras pasó el tiempo me di cuenta de que me trataban diferente no sólo en mi colegio, sino en todos los espacios: al entrar a un centro comercial, siempre había más posibilidades de que revisaran mi bolso, como si el hecho de ser negro fuera sinónimo de ser ladrón; les parecía raro que yo, un negro, tuviera mejores notas que mis compañeros de piel más clara; estar en sitios donde usualmente sólo hay personas blancas hacía que me vieran como un bicho raro; asumían que debía vivir al sur de la ciudad porque “era raro que un negro viviera en el norte”.

Y luego otro problema más se sumó a la lista, cuando descubrí mi atracción a los hombres. ¿Se imaginan un negro que sea maricón y quiera tener una relación con otro hombre? Aparte de que la homosexualidad era condenada en los pueblos, era mucho peor ver un hombre negro que fuera marica porque es que se salía de toda lógica, ya que “los negros se ven más machos y suelen ser más bruscos y puercos”. No fue fácil sobrevivir con el doble de los prejuicios, donde cada decisión que tomaba era criticada por mi color de piel y por quiénes me atraían. La represión que viví en ese momento me llevó a pensar que no debía ser parte de este mundo, que solo era un arte mal logrado y que debía desecharse, que no tenía oportunidad ni apertura a rodearme de personas porque “qué dirán si me ven con el negro marica”.

No fue hasta ser adulto que comprendí que yo nunca fui el problema, que lo que viví ha sido, y sigue siendo, culpa de una sociedad discriminante, clasista y heteronormada, en donde un negro que nace de un pueblo no vale nada, y mucho menos si es maricón, pero uno que cumple con los criterios de masculinidad es percibido como apto para existir. Sé que como yo hay muchas personas, niños y niñas que siguen creciendo en ambientes adversos hacia su libre desarrollo, donde los roles de género están tan definidos que cualquier cosa que se salga de esa línea es descartada para contribuir a la sociedad, donde ser negro o afro te condiciona a tener menos privilegios, donde querer amar libremente es condenado a castigo y en ocasiones hasta la muerte.

Esta semana reconozco que cargar dos pesos sociales que otros nos han impuesto, ha llevado a que tengamos un mayor grado de afectación, más inclinación a trastornos psicológicos y una autopercepción que muchas veces se encuentra distorsionada por la presión social que aún sigue vigente. Ser marica y negro es una lucha que suele volverse agotadora, pero resistimos porque la lucha de las negritudes y la lucha por el respeto de la diversidad sexual es necesaria para que podamos vivir, algún día, libres de discriminación y prejuicios.

Por: Jorge Suárez.