Alejandro Márquez, un hombre gay migrante de 23 años, relató cómo a través del modelaje ha aprendido, junto a la ciudadanía de la Casa Caribe Afirmativo en Cartagena, a abrazar y reivindicar la diversidad de sus cuerpos.
A pesar de que en Venezuela cada día se escuchaban más noticias negativas y en las calles se sentía la incertidumbre sobre el rumbo del país, quienes teníamos nuestros proyectos académicos o personales en marcha, nos resistíamos ante la idea de tener que hacerlos a un lado. En mi caso, me estaba preparando como auxiliar clínico, carrera que elegí por mi vocación de servicio, pasión y ganas de ayudar a todo el que lo necesite. Logré culminar con éxito a mediados del 2014, me gradué y mis ganas de seguirme formando no pararon. Seguí trabajando hasta sacarme mi técnico superior en enfermería: soy enfermero.
Sin embargo, no soy solo eso. Las condiciones de mi país, los contextos y los retos que he enfrentado en la vida me han hecho mutar y aprender, siguiendo mis talentos, conociéndome a mí mismo y explorando otras versiones de mí. A partir de ahí, me empecé a reconocer como una persona multifacética, a la que también lo movía la cocina, las decoraciones, el baile y, sobre todo, la moda. Desde siempre me he sentido atraído por las pasarelas, los vestuarios y la manera en la que una persona puede transmitir muchas cosas a través de su cuerpo y sus movimientos en una puesta en escena como una pasarela, en sus diversos tipos de montajes y ambientaciones. Era una pasión que estaba ahí latente y que no sabía que llegaría a explorar fuera de mi país.
A mediados del 2016, empujado por la situación socioeconómica de Venezuela me vi obligado a dejar el estado de Zulia para emprender un nuevo camino; uno lleno de retos, donde tendría que empezar a construir desde cero mi proyecto de vida. En Cartagena, Colombia, a 675 kilómetros de mi hogar, en medio de las calles cálidas y permanentemente concurridas por propios y foráneos, inicié mi proceso de adaptación. A pesar de que había dejado a mis amigos, amigas, familiares y redes de apoyo en mi país de orígen, había algo de lo que decidí no desprenderme: mis ganas de cumplir mis sueños y, de alguna manera, sentar un precedente… dejarle algo a la humanidad, o a un pequeño grupo de personas, pero que, al ponerlo en práctica, sacara lo mejor de cada una.
No obstante, por más que mis sueños hablaran en voz alta y mantuvieran un lugar importante en mi mente y mi corazón, a veces mis inseguridades, que me habían acompañado durante mucho tiempo, hablaban más fuerte. Me sentía inconforme con mi cuerpo por el hecho de ser gordo. Anteriormente, era una persona de contextura gruesa y por eso me sentía afligido. Pese a que considero que no fue una etapa grave, en comparación con otras personas, debo mencionar que recibí bullying por mi físico y porque se juntaban dos cosas en mí que me ponían en una posición vulnerable. Era una persona gorda y, además, gay. Eso representó un reto muy grande con mi propio cuerpo. Hoy soy capaz de hablar de esto desde la compasión y la resistencia que me alentaban a mantenerme en píe, a pesar de que a veces me faltaran fuerzas.
Cuando llegué a Colombia me empecé a adaptar, enfrentando los estereotipos, estigmas y prejuicios que, de manera injusta e irracional, debemos cargar las personas migrantes. Todas las personas migrantes tenemos que afrontar retos y experiencias que quizá habíamos imaginado como cosas que le pasan a otras personas, pero que nunca antes habíamos dimensionado en nuestras vidas. Estar aquí me ha puesto en la posición de ver a las personas como yo, que vienen de otro país y sólo por eso son obligadas a habitar la calle o sobrevivir en condiciones precarias. En mi caso, además de llevar conmigo el estigma con el que cargamos las personas migrantes, también lidiaba con el rechazo de algunas personas por mi orientación sexual. Me tocó entender que ahora era un hombre gay migrante y que esto —sin encontrarle ninguna lógica— me dejaba en una posición vulnerable. Además de eso, la vocecita que me repetía mis complejos por mi físico no dejaba de hablarme al oído.
Tres meses después de haber llegado a Colombia llegó mi mamá, luego mi padrastro y mis hermanos. Me sentía más acompañado en esta experiencia compleja, pues ellos siempre me han aceptado como soy, entonces era como volver a tener parte de mi red de apoyo cerca. Los complejos por mi físico persistían en mí, pero empecé a trabajar en ellos cada día, motivado por encontrarme con la mejor versión de mí y abrazarla. No fue un camino fácil de transitar, pero tenía plena confianza en mí y en que llegaría el día en el que saldría a la calle sintiéndome seguro. Debo reconocer que esta fue una lucha interna que pocas veces se reflejaba en mi ser y en mi andar. A pesar de que empezamos a vivir en Turbaco, un municipio aledaño a Cartagena que apenas ha empezado a entender y aceptar a las personas sexualmente diversas, empecé a caminar por sus calles sintiéndome libre, sin miedo a ser señalado o juzgado por mi orientación sexual o mis complejos.
A medida que pasaba el tiempo, llegaban días con mejores amaneceres. Había tomado decisiones que me llevaron a transitar por el camino hacia la reconciliación con mi cuerpo, donde cada paso me hacía sentir un poco de seguridad y confianza en mi persona y en mi físico. Una de mis más grandes pasiones también había tocado a mi puerta y la dejé pasar; empecé a invertir tiempo y energías explorando mi creatividad en las pasarelas y el modelaje. Encontré en la moda algo de reivindicación, una energía que me hizo sentir mejor conmigo mismo, con más conciencia sobre mis habilidades, ganas de crecer y, nuevamente, la vocación de ayudar a quien lo necesite, a través de diferentes formas.
“Buena postura, paso firme, mirada al frente” fueron unas de las instrucciones que les daba a personas de todas las edades cuando me buscaban como tutor de pasarelas. Empecé a preparar a jóvenes, niñas y personas adultas para presentaciones en diferentes tipos de escenarios. A medida de que le ayudaba a algunas personas a liberarse del miedo y brillar por sí mismas delante de los ojos de muchos espectadores y espectadoras, yo también interiorizaba un poco de esa seguridad; me daba cuenta de que, si quería motivar a una persona a sentirse segura de sí misma y caminar con orgullo y valentía por cualquier lugar, ella también debían sentir que yo reflejaba esa confianza en mí. Entonces, esas herramientas que les iba a aportando a las personas para amarse y confiar en sí mismas en cualquier escenario, también las iba haciendo mías, interiorizando y poniéndo en práctica en mi cotidianidad. Del mismo modo, me iban haciendo abrazar más mi vocación, hasta el punto de que, con el pasar del tiempo, sentí que podría reencontrarme con mi mejor versión en ella.
En el proceso, a través de personas que conocía y con quien hoy mantengo buenas relaciones, llegué a un lugar en Cartagena en donde todo los cuerpos son válidos; un lugar repleto de caras diversas y en donde la orientación sexual, identidad o expresión de género no eran sinónimo de vergüenza o exclusión, sino más bien de orgullo y reivindicación. Fue en la Casa Caribe Afirmativo de Cartagena donde seguí explorando este camino del modelaje y las pasarelas. A medida de que iba relacionándome con más personas en la casa, iban conociendo un poco más de mí y de mis pasiones. Hablé de mi vocación por el modelaje y las pasarelas, y varias personas conectaron conmigo a través de sus intereses y ganas de aprender. Les compartí un poco de mi conocimiento y eso les gustó, entonces me otorgaron un espacio para dictar un taller en el cual, además de aprender a modelar, trabajamos por reencontrarnos con la seguridad y el amor hacia nuestros cuerpos.
Así empezamos a tener espacios en los que mirábamos a nuestros cuerpos con sus movimientos y le hablábamos con amor y agradecimiento. Nos reconocemos diversos y diversas, con historias de vida distintas y con las mismas ganas de sentar un precedente en el mundo. En cada taller les enseño referentes pasados en el modelaje y las pasarelas, realizando comparaciones con algunos avances en este contexto, enfatizando en que en estos escenarios estamos caminando hacia la eliminación de los prejuicios, estereotipos y reconociendo el valor de todos los cuerpos. En este camino, me he encontrado con personas que, al igual que yo, también se afligían por sus cuerpos, por ser negras, por su cabello o porque su contextura no es hegemónica; además, habían interiorizado los prejuicios que existen en la sociedad en contra de personas LGBTIQ+, que suelen encasillar a la diversidad en lo que está mal. Sin haberlo planeado, este sentimiento común se nos presentaba como una posibilidad de sanar a través del aprendizaje grupal. Me vi reflejado en estas personas y en sus inseguridades, entendiendo que por mi experiencia de vida y por mi conocimiento, podía ayudarles a sentirse bien con ellas mismas, de la misma manera en la que puedo sanar junto a ellas. Así, empezamos a salir de esas cajitas en las que estábamos encerrados y encerradas por temor a los juicios y señalamientos que habíamos recibido por parte de la sociedad.
Juntos fuimos venciendo nuestros miedos, desaprendiendo el rechazo hacia algunas partes de nosotros mismos y aprendiendo a hablarle a nuestro cuerpo con amor. Ahora recuerdo el temor que sentía al imaginar que alguien más podría ver mi cuerpo desnudo y juzgarlo; temor que vencí al llenarme de amor propio, aprendizajes y un diálogo diferente conmigo mismo. A pesar de que ese temor a veces puede tocar nuevamente a nuestra puerta, recuerdo siempre las ocasiones en las que he logrado sobreponerme y amarme. Uno de esos recuerdos felices y que es un gran logro que siempre tengo presente es que, en la Marcha del Orgullo del 2022, junto a mi red de apoyo y en medio de la multitud arcoíris que recorría las calles de Cartagena, fui vestido con prendas que nunca pensé que llegaría a usar en público, luciendo mi piel y mi cuerpo al descubierto. Por fin, me sentía orgulloso y libre al ostentar a mi mejor aliado en este camino de lucha y resistencia.