Hacer memoria de las personas trans es reconocer que sus luchas fueron el inicio de nuestra movilización y el déficit de derechos al que hoy se ven sometidas nos obliga a rodearlas y exigir para ellas condiciones de vida digna.
Los procesos de construcción colectiva están cimentados necesariamente en la memoria, entendida esta como una acción dinámica que permite una conexión entre los antecedentes o quienes dieron origen a los procesos, quienes hoy enarbolan las agendas y el legado que entregarán a las generaciones venideras: pasado, presente y futuro en un continuum de dinámicas no lineales que recrean en cada momento los proyectos de vida. Esa construcción colectiva, está reforzada por las narrativas que, en asuntos como el movimiento LGBTIQ+, están signadas por la violencia, invisibilidad y hechos traumáticos que, en el pasado, impidieron el reconocimiento de derechos; en el presente, siguen haciendo vigente la movilización para que la dignidad sea costumbre y buscan, en el futuro, que la vida digna desde la diversidad sexual y de género sea motivo de integración y no de desprecio.
Ese ejercicio de la memoria —en un proceso de construcción de movimiento que, mediáticamente, es gay céntrico, clase media y urbano— exige develar una realidad de visibilidad y valentía, que ha estado encarnada en las personas trans, quienes, con sus apuestas políticas interiorizadas en sus cuerpos y en la lucha por su identidad como un asunto político, desafiaron un estatus que no necesariamente cuestiona la vida gay-lésbica. Por tanto, fueron mayormente depositarias de violencia que buscaban silenciar sus cuerpos, impedir su acceso a espacios de derechos, que son tramitados como de privilegio masculino, o castigar su afrenta de renunciar al patriarcado. Las prácticas que acompañan esta acción negacionista son violentas y buscan borrar su presencia, liderazgo y legado; el mismo que hoy se pone en riesgo ante discursos de odio y expresiones directas contra los derechos de las personas trans. Estas prácticas son responsables de que siga siendo su expectativa de vida altamente reducida, condenadas a la pobreza y marginalidad y que, en escenarios como el trabajo decente, la educación integral, salud, derechos y el disfrute del espacio público, sea limitado.
Hoy, 20 de noviembre, el movimiento social en el mundo entero lo dedica a la memoria de las personas trans que han sido asesinadas o que, por esas vidas precarias, hoy no están con nosotros, llamando la atención del altísimo índice de feminicidios que les asiste en países como Brasil, México, Honduras y Colombia. Estas condiciones hacen que muchas de esas lideresas y de esos líderes trans hayan sorteado con tantas dificultades para tratar de consolidar su proyecto de vida y que hayan sido asesinados en los albores del activismo con expresiones de sevicia y altísima crueldad, que da cuenta del desprecio al que les somete la sociedad. Además de la complicidad institucional —que lejos de proteger sus derechos, les somete a prácticas de violencia sistemática y revictimización— estas personas enfrentan marginación y trato hostil por parte de los cuerpos policiales, autoridades en salud, educación y gobiernos, que construyen procesos ignorando su existencia y prefieren reducir sus acciones en materia de diversidad sexual y de género, a la agenda gay-lésbica.
Pero hay en la historia reciente del movimiento LGBTIQ+ siete acciones de movilización y resistencia trans que no solo marcaron el derrotero de la agenda, sino que permitieron avanzar de modo significativo en una agenda de derechos, que hoy, con ocasión de la Memoria Trans, nos debe llevar —además de rechazar la violencia y hacer actos rituales para traerlas al presentes y recordar su legado— a reconocer que la “furia trans” ha sido transformadora de realidades prejuiciosas. Estas, hoy requieren un gran ejercicio de solidaridad y sororidad de todo el movimiento en conjunto, con el fin de rechazar la violencia de la siguen siendo objeto y exigir el fin de discursos —algunos nuevos y desde un mal llamado feminismo— que, con tufo intelectual y progresista, busca el borramiento de sus ideales de género, tanto mujeres, como hombres en la integralidad de su significado:
- El ejercicio político de mayo de 1968, que enarboló una lucha pacifista desde las identidades y el valor libertario de los cuerpos, tuvo una conexión con el movimiento de las disidencias sexuales y de género. En él, también conectó con el cuerpo de las personas trans, que recibían el repudio de la sociedad y la invisibilización por parte de un movimiento gay céntrico que, en su interior, ridiculizaba la feminización de los cuerpos, reproduciendo prácticas patriarcales y misóginas. Por ello, en los estallidos de movilización que, rápidamente, se extendieron por el mundo, empezaron a verse movilizaciones encabezadas con audacia y valentía por personas trans que, desde la disidencia de sus cuerpos, dejaron constancia que la diversidad encontraba un lugar político en las luchas pacifistas.
- El hito fundacional de Stonewall, en 1969, —si bien tiene una signatura gay-lésbiaca en las expresiones que anteceden los hechos de violencia policial y que, luego de ellos, lograron agendas de incidencia política recopiladas por las ya existentes organizaciones gays y lésbicas (como Matachines y Safo), muy cercanas la primera a los poderes culturales y la segunda a la academia— da cuenta de que quienes, en el acto, recibieron violencia, quienes fueron golpeadas por la policía y resistieron hasta que la represión se convirtió en movilización, fueron las mujeres trans (particularmente afro y latina), como Silvia Rivera o Marsha P. Johnson. Ellas, con una apuesta callejera e irruptiva, dieron origen a una modernización de la agenda en perspectiva de transformar paradigmas, que aún continúa enarbolada, pero que ha sido eclipsada por un festival gay con halo capitalista y ha olvidado su verdadero referente trans, migrante, racializado y resistente.
- La violencia sistemática y la negación de derechos con la que Estados y sociedades de la región han respondido al reconocimiento de derechos, han tenido en las personas trans las mayores depositarias de este desprecio: expectativa de vida de 35 años, carencia de escolaridad, precariedad en el trabajo, ausencia de espacios seguros y violencia simbólica. Esto ocurre en países que parece que avanzan con celeridad en materia de reconocimiento de derechos LGBTIQ+ —porque crean normas y leyes de igualdad legislativa o jurisprudencial— pero dicho avance se queda muy limitado porque no ha logrado trascender en reconocer la vida digna de las personas trans, ni romper la violencia que les asiste. Por ello, hoy debe ser una exigibilidad poner en primer lugar sus agendas, priorizando condiciones de vida digna, la urgencia de un sistema de sanidad que reconozca el poder político de sus cuerpos y darle lugar a su papel, en primera persona, en la transformación de una región empobrecida, transfobica y violenta, recogiendo legados tan significativos como el de Johana Belkis y Diana Sacayán en Argentina.
- La movilidad humana de personas LGBTIQ+, que ha llamado la atención de América y el Caribe por la huida de miles de personas sexo-género diversas buscando paraísos de la igualdad, tiene en las personas trans sus mayores desafíos; de un lado, centenares huyen de las violencias sistemáticas que les persigue y, de otro, cientos de ellas, son captadas por redes de tráfico de personas, sometiéndolas a prácticas de trata, esclavitud sexual y trabajos forzados en las narices de gobiernos y ante un turismo cosificante que les excluye y, a la vez, les utiliza. Por ello, si hoy la agenda emergente es la movilidad humana, este abordaje debe ser desde una perspectiva trans, que son quienes hoy, en las rutas migratorias, —tanto en las fronteras de Venezuela con Colombia, Brasil y Guyana, como en la ruta del Tapón del Darién, así como en la frontera de Haití con República Dominicana, en los pasos selváticos de Centroamérica a México o a Costa Rica y, desde allí, a EE.UU— buscando vida digna, deben llamar la atención de agendas y exigir protección de sus vidas, como lo vienen planteando el colectivo Comcavis Trans, de El Salvador.
- En materia de participación política de personas LGBTQ+, buscando profundizar la democracia que permite que hoy tengamos cargos electos, es el resultado de caminos que fueron forjando, como en el caso de Colombia, las personas trans con candidaturas inéditas en los 90, como Jennifer Alexis, en Villavicencio, o Erika del Río, en Popayán. Ellas cuestionaron en su momento —y aún hoy— un sistema electoral binario, hasta la transformación partidista de procesos como el Polo Democrático, al haber tenido en sus directivas a Diana Navarro, una activista negra, puta y trans. En los países vecinos, la oposición venezolana logró llegar a la Asamblea con una diputada trans como Tamara Adrián; en Brasil, en los últimos años, las mujeres trans afro han logrado obtener cargos de elección popular y, por su parte, Uruguay, vio en Michelle Suárez la primera Senadora trans de la Región. Además de ello, en México, Colombia y Perú se han construido protocolos para garantizar la participación electoral de personas trans y se están exigiendo que la democracia, como máximo valor del bien común, tenga espacio para ellas.
- La construcción de conocimiento desde la academia y la sociedad civil, han permitido que la región, desde la acción participativa, la teoría crítica y los procesos decoloniales, elaboren propuestas teóricas para la transformación social, lideradas por personas trans que transforman realidades. En Colombia, algunas de estas acciones participativas están en la Red Popular Trans, Hombres en desorden, el Grupo de Apoyo a Personas Trans y Santamaría Fundación. En el caso de Chile, destacan Franco Fucsia y su lectura reflexiva desde la movilización social. En México, resalta el trabajo de Amaranta Gómez y sus reflexiones indígenas. Por otro lado, es importante mencionar el trabajo de académicas destacadas, como Andrea, en la universidad Javeriana, y sus reflexiones sobre cuerpo y ruralidad; Brigitte Baptiste y su defensa del medio ambiente; Analú Laferal y su trabajo discursivo y pedagógico sobre memoria y cuerpos trans en la Universidad de Antioquia, y las personas trans latinas y caribeñas en la diáspora, promoviendo discusiones, narrativas y literatura para transformar el mundo como, Camila Sosa Villada.
- Este proceso en el Caribe ha tenido un sinnúmero de personas trans que lo han inspirado, sostenido y hoy lo enarbolan. La profundización del trabajo comunitario y la movilización social, la vida de Madonna, Tatiana y Diana, trans caribeñas que hoy no están, pero siguen siendo referentes del activismo en la región. También ha sido importante el desafío irruptivo desde los años 70 de las mujeres trans del Carnaval de Barranquilla —que es pionero en procesos de movilización LGBTIQ+ en Colombia— así como las artes y las tradiciones que se han conservado gracias a procesos colectivos, como las Caimanas de Ciénaga, los compañeros de Transgarte en Barranquilla, el colectivo de teatro Transformado de Cartagena y, recientemente, las Faisanas, dejan constancia que la memoria no solo es recuerdo y gratitud, sino también disposición por una nueva era de activismo de la diversidad sexual y de género, liderado por agendas y personas trans.
Bienvenida hoy y siempre la Memoria Trans al movimiento social y a la sociedad en su conjunto, no solo para recordar a las que ya no están, sino para dignificar la vida de las que luchan entre nosotras, porque solo cuando sus vidas puedan ser vividas, sus demandas reconocidas y sus cuerpos encuentren un lugar en el espacio social, cultural, político y económico en libertad y autonomía, podremos decir, en memoria de las que han sido asesinadas y las que la precariedad cortó a temprana edad sus vida, que este es un mundo donde las vidas trans importan.
Wilson Castañeda castro
Director Caribe Afirmativo