En el Día Internacional por la Despatologización Trans, invitamos a todas las experiencias de vida trans, travestis, trans masculinidades, no binaries, disidentes y transgresorxs del género, a apropiarse de esta fecha de resistencia.
Los discursos de odio, trans-excluyentes e históricamente replicados por la cis-heteronorma, han recaído sobre nuestras experiencias de vida. Sin embargo, es importante cuestionarnos ¿Cómo los procesos de patologización forzada propuestos por la medicina, psiquiatría y psicología han afectado nuestras identidades de género y construcciones identitarias?
¿Acaso nuestra salud mental no importa? o, por el contrario, debemos tramitar con normalidad las veces que fuimos rotulados y diagnosticados de manera obligatoria, por el mero derecho a asumir nuestras identidades de género.
¿Acaso ese tipo de argumentos patologizantes, no han limitado nuestra capacidad de poder habitar espacios laborales y académicos? Por el contrario, debemos normalizar que el 4% de las personas trans que logra acceder a educación superior en Colombia, deba tolerar situaciones de violencia y cuestionamientos hacia su identidad de género, por el mero hecho de existir en un espacio que, históricamente ha sido negado para las personas trans.
¿Acaso no somos personas que puedan decidir sobre la autonomía de sus cuerpo/as? o, por el contrario, debemos permitir que sigan decidiendo sobre nuestras corporalidades, bajo su lógica cis-sexista; donde no existen las mujeres con pene y los hombres con vulva. Una lógica binaria, que no entiende que las trans masculinidades también gestan y abortan; que las mujeres trans, tenemos capacidad reproductiva y que no todas romantizamos la castración, como el paso “siguiente a ser mujer”.
Una lógica médica, cisgénero y PATOLOGIZANTE, que por cierto se atreve a instrumentalizar nuestras identidades, expresiones y construcciones frente al género; sin subjetivar o tener en cuenta nuestras realidades, experiencias y sentires.
Pero nada de esto es nuevo, la patologización de nuestras experiencias inicia desde la inclusión de la categoría “transexualismo” en el Manual Diagnóstico y Estadistico de los trastornos mentales en su tercera versión (DSM III) en 1980, para que luego en 1994 se sustituya por la categoría “trastorno de identidad de género”, que “… supone una cierta ampliación de las personas incluidas ya que no es necesario querer transformarse el cuerpo para ser diagnosticable”. Paralelamente, la clasificación internacional de enfermedades (CIE), publicada por la Organización de la Salud: en su novena versión en 1975 aparece la categoría de “transexualismo”. Siguiendo así hasta que los Principios de Yogyakarta (2007), la declaración de la Asamblea de la Organización de los Estados Americanos (2008), la Declaración de la Asamblea General de la ONU sobre identidad de género y derechos humanos (2008) y el Informe Derechos Humanos e Identidad de Género de Thomas Hammarberg, comisario de Derechos Humanos del Consejo de Europa, publicado en julio de 2009, afirman el carácter universal del derecho a la libre expresión de la identidad de género sin discriminaciones como un derecho humano básico.
Aunque esto no ha sido suficiente para erradicar la patologización lo hemos transformado junto con los esfuerzos de al menos 250 de grupos y redes de diferentes regiones del mundo han participado desde octubre de 2009 hasta la fecha en muchas acciones y eventos por la transformación de diferentes asuntos como la inclusión de nuevas y diferentes perspectivas, la ampliación de las voces y necesidades de las personas Trans, la remoción de la categoría de “transexualidad” y “disforia de género” en los manuales y la crítica a la instrumentalización y enajenación de las personas Trans sobre la autonomía y soberanía de sus vidas, redes de apoyo y ciudadanía.
Desde una perspectiva de ciclo vital, no sólo hablamos desde el adultocentrismo sino desde la infancia, donde se exhorta a pensar en las infancias trans y preguntarse si las categorías de infancia o niñez son capaces de dar cuenta de las posibles infancias existentes, entre ellas las infancias trans, históricamente invisibilizadas. Si bien la respuesta al interrogante anterior está lejos de responderse, resulta evidente que la infancia trans pone en contraposición la concepción moderna de infancia, y nos obliga a abandonar las categorías con que en otro tiempo la pensábamos. En ese sentido, hay que rescatar el movimiento de ciertos activistas que han visibilizado esta singular manera de transitar la infancia, así como lo que implica para sus familias, redes de apoyo y contextos primarios como la escuela y la familia. Anudado a lo anterior, de la mano de la construcción de la infancia fueron apareciendo, también, los llamados procesos de patologización de la niñez, procesos que implican (e implican) transformar características comunes de los, las y les niñes en patologías, pues como se menciona controversa la noción de infancia y lo que se espera para la sociedad que ocurra con las infancias.
Finalmente, debemos mencionar que la patologización de las identidades trans es contradictorio con la perspectiva de Derechos Humanos, que sostiene la libre expresión de las identidades de género como derecho humano. Si bien la patologización ha sido una de las lógicas por excelencia que los discursos médicos e institucionales han tenido como sello distintivo desde sus orígenes, cobra, ante las identidades de género no hegemónicas, signos particulares. Concebir las identidades de género no hegemónicas como una enfermedad es una forma particular de violencia de género, que podría incluirse en la llamada transfobia y en ello afecta la garantía de nuestros derechos y ciudadanías.