16 de mayo de 2021. En estos días de movilización y resistencia las personas han reclamado su puesto en el espacio público y exigido se le devuelva a este el sentido de lugar para la transformación, que por ordenamiento territorial y limitaciones para la circulación venía siendo expropiado y privatizado; hoy, gracias a la apuesta reivindicativa del movimiento social a pesar de la adversidad, se posesiona como espacio legítimo para la lucha por la igualdad y la justicia social y nuestra visibilidad de ciudadanía performática, desde la diversidad sexual y de género, reactualiza el sentido disidente a un sistema opresor.
Ha sido la calle el espacio del origen, consolidación y refundación de los movimientos sociales: en sus recovecos reuniones clandestinas tomaron conciencia de la injusticia social, en sus explanadas acciones colectivas y encuentros espontáneos entre pares dieron origen a procesos organizativos y volver a ellos cuando se experimenta crisis de identidad, ha permitido que se refunden allí mismo las razones de la lucha social. Ciclo que han vivido sindicatos, grupos indígenas, afros, el movimiento de mujeres, comunales, jóvenes, víctimas del conflicto armado y defensoras de derechos humanos. Esos mismos espacios se han convertido en lugares adversos a las luchas en los momentos mas sórdidos de las políticas neoliberales y han sido, a la vez, epicentros de rituales esperanzadores en los grandes manifiestos modernos como la exigibilidad de los derechos sexuales y reproductivos, la denuncia del racismo y la siempre necesaria irrupción al orden establecido con concepciones estéticas excluyentes que cultivan expresiones de aporofobia.
El proceso LGBT, que opera como un movimiento en construcción, no es ajeno a esta realidad, a pesar del afianzamiento racional y capitalista que acecha sus solicitudes y la presión de hacer de su lucha por el reconocimiento una agenda meramente de legalización de la igualdad. Muchas generaciones, particularmente las más jóvenes, mujeres y personas trans han liderado acciones enmarcadas en resistir a ser encerradas en tribunales, centros de pensamiento y guetos sociales que buscan responder con discursos políticamente correctos y formulas aplicables de inclusión, que en crisis estructurales como la que hoy vivimos se diluyen y muestran su poca efectividad, evidenciando que aún no hay ciudadanía plena y que son muchas las limitantes para el desarrollo de la vida buena que perviven en la sociedad.
Es que el avance vertiginoso de las agendas de diversidad sexual y de género no coincide con el reconocimiento pleno de derechos. Se ha consolidado una práctica global de diversidad corporativa en un ambiente clasista y patriarcal, que del potencial movilizador de hitos fundacionales como Stonewall, los grupos de liberación homosexual, círculos de debates de lesbianas en universidades, grupos de gays afrolatinos o procesos comunitarios de prevención y atención de VIH/SIDA ubicados en las década de los 70 y 80, todavía no se lee, interpreta y reinventa en ellos la explosión movilizadora que en su momento motivó su insurrección, como eje de la transformación social y política que se encuentra aún hoy en la estructura de la búsqueda de igualdad.
Este olvido histórico creó en el movimiento una narrativa mayoritaria anclada en el lobby político, la transformación legislativa, la búsqueda de aprobación social y una cultura de la diversidad en los parámetros del capitalismo, que rápidamente se globalizó por sus alianzas con la internet creando un prototipo mundial de la agenda LGBT que sin dudas ha permitido avances significativos que hoy disfrutamos en materia legal y política. Sin embargo, sigue siendo tarea pendiente y urgente promover una cultura ciudadana que en la vida cotidiana desmonte los prejuicios contra la diversidad sexual y de género y transforme los escenarios de pobreza, inequidad, limitación de derechos y restricción de libertades que perviven en sociedades donde se implanta la bandera arcoíris, pero no se transforma la realidad, y que exigen ser convertidos en sitios seguros con acceso y sin restricción a bienes y servicios, garantes de derechos y promotores de la autonomía que rompa con el continuo de que muchas con esa vidas deben ser vividas desde la precarización.
Ello es el motor que impulsa en las calles colmadas de ciudadanía que exige unas nuevas narrativas de país, la presencia, cada vez más, de banderas arcoíris que marchan junto a los cuerpos obreros por derechos económicos, sociales y culturales, la irrupción de las personas trans y drag en las movilizaciones con actos preformativos que resignifican la apuesta por la calle y el cuerpo como escenario político, la vocería de jóvenes del movimiento LGBT cuestionando el statu quo y construyendo propuestas de vida digna, colectivas lésbico trans feministas liderando consensos en la construcción y el posicionamiento de una agenda de la no violencia y la promoción de pactos colectivos para proteger el campo y promover la solidaridad social. Acciones todas que nos conectan con los orígenes del movimiento y consolidan un proceso de refundación.
Esta conexión permite, además, una relectura del activismo sindical de León Zuleta, acoger el feminismo revolucionario de Piedad Moraleso y leernos en la poesía erótica de Raúl Gómez Jattin, quienes desde diversas latitudes y en múltiples momentos fueron construyendo un manifiesto marica y lésbico para la resistencia colombiana. Como decía Pedro Lemebel, lo nuestro es la revolución, hemos venido a poner el culo para transformar la realidad, nuestra visibilidad es el mayor compromiso con la vida desde la diversidad para que esta, nuestra revolución, a muchas personas que no resisten más la opresión, “les dé un pedazo de cielo rojo para que puedan volar”.
La primavera movilizadora nos permite conjurar el riesgo de ser inteligibles y hacer de la visibilidad una estrategia política. Contribuir para que las sociedades contemporáneas asuman el reconocimiento desde el poder de los cuerpos reunidos en la protesta social que se asume en performatividad es el mayor aporte para que estas protestas sean la oportunidad de mirarnos adentro como movimiento en construcción, reconciliarnos con el territorio tanto espacial como corporal, asumir un compromiso con la memoria viva para dotar de sentido los procesos, recuperar el valor de lo público como escenario de resistencia y hacer de la calle el lugar de incidencia donde los cuerpos reorganizan el espacio de aparición con el fin de impugnar y anulas las formas existentes de legitimidad política, convirtiéndonos en parte de la propia acción y reformulando la historia.
Por eso como decía Lemebel: “No soy un marica disfrazado de poeta, no necesito disfraz, aquí está mi cara, hablo por mi diferencia, defiendo lo que soy y no soy tan raro. Me apesta la injusticia y sospecho de esta cueca democrática. Pero no me hable del proletariado porque ser pobre y maricón es peor, hay que ser ácido para soportarlo. Es darle un rodeo a los machitos de la esquina, es un padre que te odia porque al hijo se le dobla la patita”.
Wilson Castañeda Castro
Director Caribe Afirmativo