Editorial

LGBTIQ+ en política para radicalizar la democracia y profundizar la igualdad

24 de octubre de 2021. Por estos días, cientos de personas de las Américas y el Caribe países se dan cita en el 5to Encuentro de Liderazgos Políticos LGBTIQ+; entre ellas, quienes están en cargos electos, partidos o movimientos políticos, así como también aquellas que hacen parte de procesos colectivos y de resistencia en diferentes sistemas y desde diferentes orillas. Todas ellas comparten algo en común: son abiertamente LGBTIQ+; y su propósito es: compartir experiencias y proponer acciones en la que, quizás, es la agenda actual más contundente del movimiento social: contribuir a la reducción y eventual terminación de la opresión y, de este modo, limitar los discursos de odio como práctica social. Por eso, los procesos colectivos y activistas de la diversidad sexual y de género se han propuesto ocupar la política para profundizar la democracia y consolidar su vocación de ser garante de igualdad; como decía Aristóteles, “es el ejercicio innato que tienen todas las personas de procurar el bien común” y debe ser concebido como un proyecto colectivo que permita a la gente vivir mejor; para ello, quienes sirven en su implementación, más que una profesión, están llamadas a asumirlo como un compromiso con el bienestar. Lastimosamente, lejos de su interés, hoy la política es de las expresiones más desesperanzadoras de la sociedad, parece que incluirse en su práctica es un asunto más de vicio que de virtud; por eso, la tarea desde los movimientos emergentes, cuya precariedad está dada precisamente por la despolitización de la vida, es reinventar la política y darle su lugar de transformación.

En la sociedad actual, la práctica de la política se convirtió en un ejercicio privado y privilegiado de unos cuantos que procuran su interés sin transformar el entorno social que hoy reclama disputar el sentido común para pasar de la rabia, luego por la precarización, y finalmente, a la acción de la esperanza; pero para ello hay que romper con el mayor obstáculo de la participación: el individualismo. Esto se logrará solo conectando los intereses personales a las prácticas colectivas, trazando lazos de solidaridad y sororidad con otros grupos poblacionales que, como en el caso de las personas lesbianas, gais, bisexuales, trans e intersex, sufren la ausencia de bien común, la cooptación del progreso, el fascismo en la vida cotidiana, la empresarización de los recursos y la ausencia de derechos; acciones ancladas en prácticas heterosexistas, patriarcales, machistas, clasistas y misóginas.

Se requiere que los grupos excluidos e históricamente olvidados ocupen la política como resultado de un proceso previo de empoderamiento, construcción de agendas y consolidación de procesos. Dichos grupos no piensan solo en la particularidad del colectivo sino en la estructura territorial que debe ser transformada para desusar las prácticas de desprecio y desde allí, proponer una política que se construya desde el feminismo y que 1) promueva comunidades horizontales; 2) reconozca la diversidad como el mayor bien humano; 3) se empeñe en el bienestar colectivo y libertario, que es puesto a prueba en el momento en que  cada persona experimenta el goce de la vida buena, contra la carrera frenética del capitalismo; 4) consolide la existencia desde la dignidad; y 5) que denuncie retrocesos, promoviendo una política que no se olvide del mundo, sino que cambie el mundo.

¡Llevamos años preocupados, pero llegó el momento de ocuparnos!, el mandato que tienen las personas de los grupos subrepresentados es levantarse, movilizarse, apropiarse de la política, hacer de ella una herramienta de la vida cotidiana; pero para ello hay que ser inventoras de nuevas formas de relacionamiento político, proponiendo una política interseccional, que ponga fin a los discursos del odio y polarización; que por el contrario, promueva narraciones y praxis sociales que reconozcan la diversidad, que reivindiquen nuevos saberes y prácticas que sea un referente de seducción, que como narran los griegos, enamoren cotidianamente al procurar el bienestar colectivo donde es tan importante la otra como yo.

El movimiento LGBTIQ+, que busca incidir en la democracia para profundizar la igualdad, tiene tres retos:  a) el crecimiento de la inequidad, la pobreza y la recapitulación del miedo que dan cuenta de un vaciamiento democrático que exige que transfórmenos profundamente sus instituciones para que sean consecuentes con su propósito; b) el devenir fascista del neoliberalismo que hoy se escampa en el populismo y que pone en riesgo la subjetividad y la relación con las y los otros, lo cual no busca tanto paralizar la resistencia, sino detener los efectos de nuestra construcción de ciudadanía y c) la consolidación de la “sociedad del miedo”, miedo al “otro”, a la diversidad. Esta institucionalización del miedo activa nuevas y más agudas formas de odio, colectivizándolo con gran rapidez y estableciéndolo como herramienta de relación con la diversidad.

Todo esto es fruto de un nuevo proceso colonial, racista y racializado de tintes patriarcales, homofóbicos y sexistas, en el cual, una “supremacía” humana agudiza la inequidad social. Por ello, apostar por la política desde el movimiento LGBTIQ+ significa: construir procesos colectivos; combinar visibilidad con actividad política; tener agendas amplias que transformen realidades; generar reflexión social que cuestione al electorado; asumir la política con integralidad; romper imaginarios cosificantes sobre la participación; ser coherentes con las apuestas políticas; discutir sobre representatividad y legitimidad como resultado de un proceso participativo; ser creativos en las formas políticas; no olvidar que la esencia para transformar la sociedad es la resistencia; y, sobre todo, narrar, en la política, el papel de los cuerpos a (de)construirse desde las identidades.

Wilson Castañeda Castro

Director Caribe Afirmativo