22 de agosto de 2021. La sociedad no tiene modelos a seguir, esas son expresiones mediáticas de una sociedad jerárquica que busca incansablemente mitos fundacionales para validar proyectos políticos en tercera persona del singular. El poder transformador de las agendas no es en el fervor de seguir un líder o una lideresa, sino en construir causas comunes que aúnen experiencias colectivas y creo que ese es el mayor legado que León Zuleta dejó al movimiento de la diversidad sexual y de género, donde jugó un papel clave como articulador de reflexiones que detonaron acciones colectivas. Por ello hoy, 28 años después de su asesinato, aún en la impunidad, más allá de la figura de fundador y padre de un movimiento unidireccional que algunos en la historia le quieren dar, es una oportunidad de identificar su papel en los procesos que promovieron nuestra propia primavera revolucionaria.
Muchas de las actuales generaciones de activismo, que hoy dan continuidad a esa primavera revolucionaria con una alta presencia juvenil y transfeminista, conocen de León solo de oídas y en torno a la figura mítica de fundador. Activistas políticos LGBTI y espacios como el colectivo León Zuleta han logrado no solo mantener su memoria, sino también actualizar su legado en la agenda del movimiento en Colombia. Si hacemos una revisión historiográfica de la vida de León Zuleta a través del rescate oral de lo que significaron publicaciones lideradas por el como “El Otro” y “El Solar”, de la lectura de su obra póstuma “Semas y Plebes”, de la reflexión realizada por el activismo LGBTI de Medellín llamada “Leones y Mariposas” y si escudriñamos las pocas producciones audiovisuales de algunas de sus ponencias y diálogos, podemos identificar unos momentos en su vida que dan cuenta de sus apuestas por las acciones colectivas:
En sus años escolares en el Liceo Antioqueño, se propuso combinar la alegría y dinamismo propia de su juventud con la dedicación académica, y para ello participó activamente en grupos de estudio donde se cultivaba a la par la camaradería y el intelecto. Fue en este mismo espacio escolar donde se fogueó en su primer debate político; el colectivo juvenil del que hacía parte, preocupado por la inactividad en el espacio educativo frente a propuestas que respondieran a las necesidades sociales, se dio a la tarea de promover y vender el periódico “Vox Proletaria” y articular acciones pedagógicas para hablar de reformismo en la democracia, situación que los llevó a grandes debates con la juventud patriótica y el comunismo estudiantil, que veían imposible reformar algo considerado caduco. Allí su grupo de discusión se caracterizó por un diálogo abierto, pedagógico y sobre todo a la altura de las expectativas juveniles que lograron, desde una institución pública, confrontar la sociedad patriarcal y autoritaria.
León como estudiante de filosofía en la Universidad de Antioquia, se alió rápidamente con colectivas de mujeres y junto con ellas participó activamente de los procesos estudiantiles de la ciudad de Medellín en los años 70, donde se apostaba de forma permanente por la reconquista del espacio público y allí promover discusiones sobre la urgencia de desprivatizar la sexualidad y proponerlas en los debates políticos. Ahí su dedicación por los estudios marxistas y la fascinación que le genera el feminismo como teoría política, le permitieron hacer parte de espacios académicos y artísticos que promovían problematizar la opresión, debatir sobre el patriarcado y la norma heterosexual, y la urgencia de subvertir los cuerpos como primer principio revolucionario. De todos los espacios performáticos en los pasillos de la Universidad de Antioquia en los que él participaba, se recuerda una experiencia llamada: “SIGGAS”, que consistió en una puesta artística donde junto con otras mujeres lesbianas del movimiento estudiantil, hicieron un sendero con sillas universitarias que conducían de los pasillos a las zonas verdes de la ciudadela universitaria. En dicho camino las participantes se encontraban con un ejercicio de pedagogía de los derechos humanos desde un ejercicio de seducción, promovido por frases alusivas a el sexo politizado y a la política desde el sexo.
Un tercer escenario de construcción de sujeto colectivo en el que participó León fue en su primer trabajo largo como docente de la Universidad de Nariño en Pasto. Allí, como docente de semiología y de teoría filosófica, se propuso conducir a los estudiantes a ser conscientes de la Paranoia antihomosexual naturalizada en muchos hombres y mujeres que se sentían seducidos por personas del mismo sexo. Sus clases, que a pesar del frío pastuso las prefería realizar al aire libre y recorriendo la ciudad de las iglesias, las realizaba como toda una puesta en escena para confrontar el patriarcado en términos educativos, proponer la reinvención de la relación con el cuerpo desde una filosofía del goce y de entender la otredad desde la corporalidad en plano de la seducción. La acción que más recuerdan los estudiantes de León, y que le costó perder su trabajo (solo duró 5 semestres en la Universidad), fue un ejercicio de semiótica que tenía como prueba final pintar murales en la ciudad con mensajes alusivos a el poder excesivo y violento del obispo en su discurso religioso, que promovía la violencia y el odio, al tiempo que convocó a una pintada de penes por la ciudad buscado la reacción de la ciudadanía frente a lo que llamo la falociudad. Dicha operación no solo le valió grandes titulares de prensa en la capital de Nariño, sino la indisposición de la curia que exigió a la Universidad el despido del profesor.
Un cuarto espacio de fortalecimiento político de León fue su trabajo en la Escuela Nacional Sindical, lugar que junto con el Instituto Popular de Capacitación (IPC) sirvió como espacio para reivindicar y reconciliar a León con el movimiento de derechos humanos y académico de Medellín, ciudad que siempre le cerró las puertas para su desarrollo profesional, pues lo veían como un homosexual inteligente y agradable para la conversación, pero a la hora de él pedir espacio para tener un trabajo estable, les podía más el patriarcado heterosexual de dichos lugares de pensamiento que no permitían que hiciera parte de sus equipos. De ello da cuenta miles de convocatorias frustradas en la Universidad de Antioquia, la Universidad Nacional de Medellín y algunos centros de pensamiento. La ENS y el IPC no solo lo emplearon, sino que le dieron espacio para hablar y proponer sus teoría de deconstrucción de la sexualidad hegemónica entre obreros y sindicalistas, en el marco de las teorías marxistas y de derechos humanos, haciendo parte del grupo de nuevos activismos de derechos humanos que complejizaron la agenda más allá del derecho a la vida, preguntándose por derechos sociales, económicos y culturales. A su vez, propusieron hacer de la agenda de derechos una construcción comunitaria y colectiva con pedagogías aprendidas de la Teología de la Liberación y del posicionamiento performático del cuerpo y el papel de trasgresión que tiene el deseo con las prácticas de exclusión normalizadas que validan la violencia.
León siempre creía que las marchas eran espacios de ruptura social porque ponían al frente un nuevo actor social y, particularmente, creía que estos actores siempre vendrían de las nuevas generaciones, pues son quienes exigen los cambios estructurales de la sociedad, en un lugar donde las y los jóvenes tienen alta capacidad de riesgo y a la vez de adaptación. Creía también que solo se es revolucionario y resistente cuando se toma conciencia que estamos a destiempo y que vivir la cotidianidad sin asombro o cuestionamiento por las injusticias es ser insensible al dolor, por ello es necesario la ruptura y la transformación. Y, en tercer lugar, proponía el ejercicio creativo del activismo, con su frase célebre “más poesía y menos policía”, convocaba no tanto a una lucha contra las fuerzas represivas del Estado, de lo cual estaba convencido, sino y sobre todo a esos policías interiores que tenemos los seres humanos por nuestra formación judeo cristiana que nos autocontrolan, vigilan y promueven entre nosotros relaciones con otros de sanción y señalamiento, y no de goce y felicidad. Por ello promovía construir en colectivo para hacer de lo simbólico el motor del cambio y conducir una trasformación, aún necesaria, de la sociedad del simulacro a la sociedad del gozo, bajo la metodología de la seducción donde se cambie el poder por la libertad y la norma por el deseo.
En una de las pocas entrevistas que concedió a un grupo de estudiantes de filosofía y que se conserva en YouTube dice con profunda melancolía: “Me angustia vivir en una época tan opaca cuadriculada, pobre a pesar de todo lo técnico, sino se puede transformar nada es producir su propia verdad y vivir con la alegría permanente, porque la luz del día se ha agotado”. Pues hoy estamos aquí aún con la luz agotada, la de la violencia que se perpetúa, de los discursos de odio que desprecian vidas y del olvido de la dignidad humana de millones de personas, particularmente trans, que por su transgresión y política corporal de la seducción están siendo aniquiladas. Sin embargo, aquí resistimos desde la poética enamorada de los cuerpos, como lo decían sus colegas lesbianas Piedad y Miriam, y allí tomamos fuerza para no desfallecer en el empeño de que la movilización, resistencia y otras formas de hacer activismo, más feminista, radical y colectivo, nos conducirán a aclarar el día, de poder pasar del oscuro capullo a la espléndida mariposa.
Wilson Castañeda Castro
Director de Caribe Afirmativo