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Lecciones aprendidas de  las marchas del orgullo LGBTIQ+

Miles nos movilizamos por las calles de Colombia y millones se solidarizaron con estados en redes sociales y portando la bandera arcoíris. Ojala esto se traduzca en condiciones reales para dignificar la vida de las personas LGBTIQ+ en Colombia todos los días, en todos los lugares.

En razón a la movilización en Colombia, que permitió la realización de más de 60 acciones colectivas a lo largo y ancho del país, es importante reconocer que la vocación de procesos colectivos, sobre todo en asuntos culturales, ha sido un espacio que abrió las puertas  para poner en la agenda pública la exigibilidad de derechos de las personas sexo-género diversas, que no da lugar a la historia decir que son fruto de Stonewall, o del estallido propiciado en New York por la valiente lucha de Sylvia y Marscha. Estos actos, que son muy significativos para la región, lo que hicieron fue poner en evidencia una forma de resistencia que, desde décadas atrás, promovía el movimiento social: apropiarse del espacio público para  llamar la atención de la invisibilidad como mecanismo de violencia. Esto, hacerlo desde acciones de insurrección que cuestionan el mismo status quo que en las sociedades modernas se han hecho de los espacios públicos, incluso antes de la tradicional Marcha del Orgullo, como lo fueron las manifestaciones obreras con presencia de personas LGBTIQ+ en Inglaterra, las expresiones públicas de afecto en Buenos Aires, los clubes de lectura erótica de mujeres lesbianas en las universidades de California o las fiestas clandestinas de hombres en México. 

En el caso de Colombia, si bien la marcha ocurrida el 28 de junio de 1983 —que partió del Planetario distrital hasta el parque de las Nieves en la carrera séptima de Bogotá, hace 40 años— se nombra como el inicio de la movilización, también, se encuentran acciones colectivas en varias ciudades y espacios del país que, con formas autóctonas y sin el influjo estadounidense, promovieron las movilizaciones LGBTIQ+. Allí se destacan, entre muchos, cuatro antecedentes claves: 1. En el año 1976, la marcha del 1 de mayo en Cartagena contó con la aparición de un colectivo de personas gais y trans que, de forma sorpresiva y como un acto de solidaridad, se movilizaron al lado de los trabajadores; 2. En el Carnaval de Barranquilla hay datos de reinados populares en el barrio Lucero en año 1977, donde se coronó a la primera persona trans e hizo una marcha con ella por el barrio. Justo un año después le dieron impulso a la primera Guacherna LGBTIQ+ de la ciudad, que se constituye como el acto de movilización social más antiguo de Colombia de personas sexo-género diversas; 3. En la mitad de los años 80 un grupo de personas trans participó en las fiestas del Caimán de Ciénaga, promoviendo una comparsa del caimán cienaguero LGBTIQ+, que se mantiene hasta el día de hoy; y, además, 4. En muchos pueblos del interior, como el caso de Chaparral, Tolima, se juntaban las personas sexo-género diversas —sobre todo trans— a celebrar reinados para desafiar el patriarcado opresor y como muestra de resistencia en  los albores de mayor confrontación del conflicto armado.

Es importante señalar que en casi todas las fiestas y festejos de las regiones del país, se han dado prácticas similares que fueron la antesala a las marchas del orgullo. Para el caso de la región     Caribe, tal cómo las tenemos hoy, tuvieron su primera versión en las fiestas novembrinas en Cartagena, en 2009, y siguieron luego en las fiestas del 20 de enero de Sincelejo, ese mismo año. Ya para el 2010, iniciado por Barranquilla y Santa Marta, se empezó a realizar en junio la Marcha del Orgullo LGBTIQ+, unido a las marchas de todo el mundo. En este 2023, hay 53 marchas en todo el país; de ellas, 21 en la región. Todas ellas, desde la particularidad de cada territorio, han estado fuertemente relacionadas con la cultura Caribe, que se expresa particularmente en el Carnaval de Barranquilla y en otras fiestas claves del territorio. Allí se destacan cinco valores sociales, que se consolidan en la movilización y que, para el caso de todas las regiones del país, construyen un vínculo entre cultura y movilización. 

Esto ha permitido que el movimiento se enriquezca con: a. La acción colectiva que permite unificar varios procesos sociales y culturales del movimiento en la ciudad; b. El reconocer en las expresiones culturales y artísticas del territorio un espacio de memoria colectiva en el que participan las personas LGBTIQ+ y aportan a la tradición de cada región; c. El papel de la movilización y la toma del espacio público para expresar unas demandas de cambio, tanto al gobierno, como a la sociedad; d. La fiesta y la alegría, a diferencia de las marchas sindicales o de los años 70, han consolidado una forma propia de exigir derechos y pedir respeto a las libertades sexuales e identitarias; y, también, e. Resignificar el cuerpo y el papel de los cuerpos en el espacio público con la pedagogía de que esos cuerpos, que son afectados, violentados y negados en la vida cotidiana, piden reconocimiento y respeto.

Si bien las movilizaciones en particular y las acciones del movimiento en general han tenido un rostro más de orden masculino, liderado por hombres gais, es una deuda pendiente del movimiento social dar mayores espacios a la visibilidad y a la potencia de las mujeres LBT que, históricamente, han liderado procesos de transformación del movimiento que se resumen en tres puntos principales. Primero, en Colombia y en el mundo entero, han sido las personas trans las que han liderado las marchas del orgullo, pues fueron sus causas las que convocaron la movilización y su valentía; las que han desafiado las dificultades que aún tenemos para ocupar el espacio público. Segundo, las mujeres lesbianas y bisexuales desde el feminismo han llenado de contenido las movilizaciones, siendo vigilantes de que la festividad no olvide los mensajes políticos y reivindicativos de exigir derechos y llamar la atención sobre la urgencia de superar las prácticas de opresión. Y tercero, han sido garantes de la memoria cultural y artística propia de la región, evitando que la globalización imponga sus formas celebrativas y nos separe de las expresiones culturales propias, que no solo tiene memoria LGBTIQ+, sino que conecten nuestras luchas con el territorio.

En Barranquilla, como caso concreto, los hitos que el carnaval delegan al movimiento LGBTIQ+ para sus marchas —que este año sumaron ya trece— son fundamentalmente dos; en primera instancia, al ser el ejercicio pionero de movilización sexo–género diversa en la región y el país, cuando llegó la Marcha del Orgullo, permitió ponerla en diálogo con las prácticas propias del carnaval y no aparecer como una expresión impuesta de fuera, sino enraizada en la expresión más propia de la ciudad, que es el carnaval. Ello hizo que, de entrada, la ciudad respaldara el proceso y, desde las acciones de carnaval al inicio del año, hasta las celebraciones del orgullo en junio y julio, se genera toda una pedagogía de la importancia de la movilización social, el espacio público y los cuerpos diversos en la ciudad. Eso ha aportado a la cultura ciudadana de Barranquilla que, por estos días, es más solidaria con las personas lesbianas, gais, bisexuales, trans, intersex, queer y no binarias, pues por su impronta de carnaval desarrolla una vocación cultural de la ciudad que transforma realidades. 

El telón se ha bajado ya, las marchas culminaron, junio pasó y, con él, el orgullo. Se desmontaron las decenas de banderas arcoíris que este mes nos hicieron sentir en espacios públicos y privados que  estas tierras reconocen la diversidad; se cambiaron las imágenes en las redes sociales de solidaridad y sororidad con las personas LGBTIQ+; se desmontaron de las vitrinas muchos objetos multicolores que, con su comercialización, se pretendía insinuar que se estaba en la onda del orgullo y la diversidad. Pero estos meses se oyeron, y por fortuna, cada vez más muchas voces disidentes, exigieron vida digna, pidieron compromiso con los derechos y la vida digna, denunciaron la indiferencia de muchos gobiernos y sectores que marcharon. Muchos de estos pusieron la bandera en su perfil y oficina, pero no solo el resto del año invisibilizan las vidas sexo-genero diversas, sino que sus acciones u omisiones son responsables de la violencia que no permite a las personas ser felices desde la diversidad sexual y de género. Ojala estas voces y estos pasos de resistencia —que sumaron kilómetros en estas marchas, por los miles que nos movilizamos— se traduzcan en  garantías de vida bien vivida para las personas LGBTIQ+ en este país tan violento y prejuicioso con la diversidad sexual y de género.

Wilson Castañeda Castro

Director

Caribe Afirmativo