Crónicas Afirmativas

Las huellas de la violencia en el cuerpo de una mujer lesbiana y su deseo constante de reafirmación

19 de diciembre de 2020. “La parte fea, como le digo yo: la parte oscura, la enterré desde el momento en que ya yo reconozco que voy a ser mamá, que tengo un niño conmigo (…) yo le pedí perdón a él desde que estaba en la barriga, desde antes de nacer y me dedique fue a él”, así narra Sonia* de una manera genuina y esperanzadora la forma en la que Alexander*, su hijo, transformó su vida y le devolvió las ganas de luchar y le dio un motivo para seguir sobreviviendo. Sin embargo, ella nunca se imaginó que él llegaría a acompañarla en tantas etapas marcadas por el dolor. Alexander fue, entonces, la luz que alumbró el camino que parecía tener únicamente un sino tenebroso.

Sonia es una mujer que se identifica como “orgullosamente lesbiana” desde que nació y que, a partir de su identidad de género ha sido fuertemente violentada desde que era tan solo una niña. Su vida ha estado marcada por la violencia machista que no solo la apartó de su entorno familiar, sino de sus espacios sociales más próximos. Estas formas de agresión la convirtieron desde muy joven en una nómada que se vio obligada a huirle a la violencia, esa que va dejando heridas en el cuerpo y que poco a poco se va escondiendo en lo más profundo del alma. A raíz de los vejámenes que sufrió, Sonia se tuvo que desplazar forzosamente en varias ocasiones por diferentes municipios de su departamento, Bolívar, e incluso, en algún momento tuvo que escapar de allí para tratar de cortar los lazos del maltrato.

Desde que tenía nueve años esta mujer, que no ha dejado de enfrentar una sola de sus batallas con valentía, le manifestó a su familia que era lesbiana. Allí, desde el núcleo más próximo de su vida, empezó a tejerse el entramado más certero de sus percepciones sobre la violencia: “eso fueron unas peleas grandísimas en la casa porque me llevaban a psicólogos, me llevaban con psiquiatras, con sacerdotes porque decían que yo tenía espíritus metidos”, así describe Sonia llena de tristeza la violencia psicológica que tuvo que enfrentar en el seno de una familia cristiana.

Este tipo de violencia contra las mujeres por su orientación sexual e identidad de género suele ser un tipo de maltrato correctivo en el que los familiares buscan de manera forzosa que las conductas de las afectadas se ajusten a los patrones heteronormativos. Según un informe de 2011, publicado por la Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, las mujeres con identidades de género y orientaciones sexuales diversas son más proclives a sufrir agresiones en entornos íntimos y familiares que los hombres homosexuales o bisexuales. Sin embargo, no siempre se tiene registro de estas situaciones. Al respecto Human Rights Watch, en un informe sobre violencia contra personas LGBTI en Centroamérica y el Caribe afirma lo siguiente: “Es posible que esa violencia ocurrida en la esfera ‘privada’, sea ejercida por familiares y parejas íntimas y no se denuncia nunca a la policía ni a organizaciones de derechos humanos”. Este diagnóstico lleva a pensar que, si bien los entornos familiares pueden ser el principal riesgo para las mujeres diversas, la dificultad para denunciar los hechos ha contribuido a que la problemática sea invisible.

Quizá la violencia que recibió Sonia por parte de su entorno más íntimo no tenía su punto más álgido en su orientación sexual, sino en su expresión de género. Es como si ese mundo patriarcal viera su enemigo más grande en los miedos de lo evidente, en eso que más allá de ser, generara repulsión por su parecer y que, al costo que sea, se debe corregir: “las mujeres heteros o que no son declaradas lesbianas siempre son como más femeninas y son como más delicaditas. En cambio, las que sí somos ya declaradas, como por lo menos yo nos gusta vestirnos muy al estilo masculino y entonces las personas lo juzgan demasiado a uno por el vestir, por el actuar, por el hablar”, con tono de profunda impotencia reflexiona Sonia sobre lo que para ella es el origen de esta forma de discriminación.

Entre los nueve y los 16 años la vida de Sonia pasó entre sesiones de exorcismo con sacerdotes de la comunidad y psiquiatras a donde su familia acudía con la creencia de que la ayuda externa iba a revertir algo que simplemente hacía parte de su identidad. Estas acciones provocaron un profundo daño emocional en ella: “yo me sentía demasiado herida porque no podía ser yo misma por satisfacer a los demás (…) me encerraba en mi cuarto y lloraba, no hablaba con nadie” recuerda Sonia con profunda tristeza.

A partir de estas situaciones que ya estaban rebosando el límite de lo que esta mujer paciente podía aguantar, Sonia a sus 16 años toma la decisión de abandonar su hogar en Turbaco, Bolívar, para desaparecer un poco de esa realidad que constriñe las convicciones más íntimas de la conciencia: “Conocí una persona que me dijo: ‘¡vámonos!’. Nos fuimos para Sogamoso, de donde soy yo”, asegura Sonia mientras va reconstruyendo sus caminos a través de los recuerdos. Sin embargo, su familia que durante tantos le impidió ser, también se negó a dejarla huir: “se presentaron inconvenientes. Mi mamá fue a buscarme allá y todo, me trajeron para acá porque todavía era menor de edad y la persona con la que estaba tenía 32 años y le hicieron la vida imposible”, recuerda Sonia con resignación.

Volver a Turbaco significó para esta mujer llena de fortalezas, pero también de miedos y heridas, volver a encontrarse con esas formas de violencia estructural que, siendo más adulta le seguían quitando su autonomía y le desnudarían la complejidad de sus vulnerabilidades: ser mujer, ser lesbiana y carecer de recursos económicos para sostenerse. El primer salto a la independencia de Sonia fue un intento por desligarse de la discriminación familiar y, al tiempo encontrar solvencia económica: “en ese momento yo empecé a trabajar y no permitía que mi mamá me obligara a hacer lo que ella quería. (…) Yo casi siempre he sido mototaxista, después hice un curso como técnico en computadores y los arreglaba o a veces me llamaban para albañilería y yo iba a tirar mezcla, repellar, pintar casas…a hacer cosas así”, recuerda Sonia con la convicción de quien sabe que sus logros han sido únicamente producto de sus méritos.

Sin embargo, haber encontrado en los oficios un camino para la independencia no la hizo inmune a los señalamientos de las personas de su comunidad, la cual cada vez estiraba más su dedo índice en contra de ella para recordarle que no podía pertenecer si era lesbiana: “Hay mujeres que dicen ‘ay no, no. Yo no me subo con ella porque me da miedo que me venga a hacer algo’ o ‘nos vamos a estrellar’. O a veces nos gritan ‘Machorra, arepera’, es lo que más le dicen los de la competencia a uno”, así cuenta Sonia las dificultades que enfrenta desde lo social y lo laboral en desarrollo de su oficio como mototaxista.

Este tipo de acciones discriminatorias en los entornos sociales son la antesala para las acciones violentas más letales. Caribe Afirmativo, a través de su informe Enterezas, documentó que únicamente durante el primer semestre de 2020 se reportaron seis casos de asesinatos a mujeres lesbianas. A pesar de que las cifras resultan ser desalentadoras, es importante tener presente que alrededor de ellas pueden existir casos no registrados alrededor de otro tipo de ataques por los temores que genera la violencia, por la falta de garantías para el acceso a la justicia o por la dificultad emocional que pueden enfrentar muchas personas LGBTI para exponer su situación.

Estas últimas tres razones pueden ser, quizá, una motivación suficiente para que Sonia no haya puesto en conocimiento de las autoridades las peores acciones violencia de las que ha sido víctima y de las cuales aún intenta recuperarse. Estos hechos le demostraron los alcances que puede tener esa violencia correctiva en medio de sociedades patriarcales donde el cuerpo de las mujeres se concibe erróneamente como un territorio más de disputa, de coerción y de espacio de terror donde los actores armados dejan vestigios de aquello que se debe aprender a la fuerza.

Con el único interés de encontrar un poco más de tranquilad en medio de escenarios tan hostiles como los que ha tenido que enfrentar Sonia en su departamento, esta mujer valiente ha intentado encontrar refugio en diferentes regiones de Bolívar. En febrero de 2010, Sonia estaba viviendo con su pareja en Clemencia, un municipio ubicado al norte del departamento, muy cerca a Cartagena y que se caracteriza por ser una zona propicia para la agricultura, la ganadería vacuna y el comercio informal.

Lejos de encontrar tranquilidad, Sonia sin saberlo entró en un laberinto de violencia del cual no ha podido escapar del todo. Cuenta que un paramilitar se fijó en ella desde finales de 2009 y empezó a hostigarla y a amedrentarla por ser una mujer lesbiana: “él decía que yo no podía ser así porque nosotras las lesbianas en este mundo no podíamos ser así, que había que enseñarnos a ser mujeres de verdad. Entonces él me obligaba a trabajar con ellos y a llevar y traer una que otra mercancía de Luruaco, Atlántico”. Poco a poco este hombre se fue apoderando de los espacios personales de Sonia y le arrebató de forma definitiva su tranquilidad: “él decía que yo tenía que ser de él y que él me iba a hacer cambiar a mí de como yo era. No me podía ver con la persona que yo vivía en el momento porque entonces empezaba a hacer disparos para matarla a ella o si yo salía con ella al parque, me mandaba a buscar con alguien”, recuerda Sonia con la angustia de quien expone sus recuerdos más dolorosos.

La obsesión de este hombre por Sonia se materializaría días después en las expresiones más violentas del machismo y que recaen directamente sobre el cuerpo de las mujeres lesbianas: la posesión, la corrección y el abuso. “él me decía: ‘si tú no estás conmigo, yo te mato a ti, o la mato a ella, o mato a tu familia’. (…) llegó un día en el que me dijo ‘vamos a hacer un trabajo’ y yo tenía que ir con él porque me tenía amenazada. En el camino empezamos a tomar y él le echó algo al trago porque llegó un momento en que no me pertenecí más, hasta el día siguiente que yo me levanté en un cuarto amarrada. Yo duré ahí como 15 días en los que no veía la luz del sol”, recuerda Sonia llena de dolor.

Sonia asegura que durante los días en que la tuvo secuestrada este hombre abusó sexualmente de ella en repetidas ocasiones e incluso la torturó y la maltrató físicamente: “a veces me quemaba los cigarrillos así encima, a veces me pagaba duro, yo sentía porque yo tenía moretones en el cuerpo, me mantenía drogada”, agrega Sonia mientras recuerda aquello que todavía cuesta materializarlo con palabras. Al cabo de unos días, con las pocas fuerzas que le quedaban, esta mujer, que se niega a dejarse vencer por la violencia sistemática que la ha perseguido, logró escapar de este lugar y encontró en su amiga Luz Dary, una de las personas más importantes de su vida, el refugio para volver a Turbaco y la mano incondicional que la puso a salvo.

Luz Dary no solo le salvó la vida a Sonia en su momento más crítico, sino que desde ese momento se convirtió casi en una persona imprescindible. Luego de varias semanas, Sonia se dio cuenta que, producto de los constantes abusos, se encontraba en estado de embarazo. Esta situación creó en ella bastantes conflictos porque, además de que en su memoria todavía retumbaban los recuerdos de aquellos días fatídicos de la violencia, también entraba en una contradicción constante. Siendo muy niña, mientras entendía su orientación sexual y construía su identidad como lesbiana, en los planes de Sonia nunca estuvo ser mamá ni crear una familia alrededor de este rol. Ahora enfrentaba un cambio más a sus planes de vida: “yo me daba golpes en la barriga, pasaba todo el tiempo sola, quería estar era sola, encerrada en mi cuarto, no salía, no comía porque yo decía que si no comía ni hacía nada yo me tenía que morir”, cuenta Sonia con una sensación de arrepentimiento que aún la embarga.

En medio de esta situación, fue Luz Dary la que le regaló la paciencia que años después le iba a ayudar encontrar un sentido para vivir: “cuando Luz Dary se enteró, me dijo: ‘vamos a tener el niño y yo lo crío como si fuera mío y las dos salimos adelante, entonces fue cuando ella va y habla con mi familia; habla con mi mamá, con mi tía y les cuenta la situación por la que estaba pasando”, agrega Sonia llena de gratitud. Al tiempo que Luz Dary ha apoyado a Sonia con la crianza de Alexander, su familia ha insistido en disputar la custodia: “eso ha sido una pelea legal cada ratito, voy me lo traigo a la fuerza, vive conmigo un tiempo y después mi mamá me lo quita. Como yo no tengo trabajo estable, yo no tengo una economía fija para decir ‘yo voy, hago un mercado y al niño no le va a faltar nada’ o ‘lo voy a colocar en un colegio para que él tenga su nivel estudiantil, entonces esos son como los conflictos con ella’”, cuenta Sonia con la incomodidad que le produce seguir resolviendo las disputas familiares.

La prioridad en este momento para Sonia es mantener la ilusión de encontrar un camino que le genere paz a ella y a su hijo. A pesar de que ha recibido amenazas por parte del hombre que ejerció tantas acciones violentas contra ella y su familia, en este momento no está interesada en buscar justicia, en parte porque no quiere revivir ese pasado tan doloroso y en parte porque sabe que la institucionalidad no le proporcionará garantías: “si denuncio termina siendo peor para mí porque apenas salga, él obviamente me va a buscar y me pega mi pepazo o mata a mi hijo, ese es el miedo que hay ahí. Las leyes en Colombia son para el que tiene plata o el que puede, pero uno que es pobre no, nunca lo van a favorecer”, reflexiona Sonia con la impotencia de reconocer la injustica en medio de su dolor.

En este punto, la mujer valiente, que ha enfrentado la violencia únicamente con la fortaleza que le han regalado los años, tiene otras prioridades que se traducen en sueños para lo que le queda de vida a ella y a su hijo: “ahora mismo como que el hogar que quiero, mi sueño -como tú me hiciste la pregunta-, es vivir con mi pareja y con mi hijo en una casa, tener mi trabajo o un negocio propio con el cual yo poder sacar a mi hijo adelante”, explica Sonia llena de ilusión.

También considera que un paso importante en su vida es transformar su dolor en el servicio a los demás: “quiero servir de apoyo y ejemplo a otras personas en mi comunidad que se identifican con su género y que están pasando por la misma situación que pasé yo. Porque el gobierno tiene apartada a la comunidad LGBTI, allá no existimos, nosotros no somos. Yo voy a pelear por mi gente y yo ya me hecho visible para nosotras las lesbianas”, agrega Sonia. En medio de este proceso Sonia ha trabajado en la movilización de espacios de participación para personas LGBTI. Sabe que como ella otras personas de la comunidad han sido blanco predilecto de las acciones violentas y tiene la certeza de que estas historias no se pueden repetir, de que es injusto y que lo único que necesitan es poder reclamar sus derechos para expresarse libremente en medio de la diversidad.

*Los nombres de los personajes han sido modificados por razones de seguridad.