26 de septiembre de 2021. Para el movimiento LGBTIQ es memorable la fecha del 23 de septiembre de 1999, cuando en una reunión de la colectividad en New York, activistas y académicas discutían sobre el legado de la teoría freudiana de pensar la sexualidad y desmontar imaginarios prejuiciosos frente al sexo. Allí se presentó una saludable ruptura de una parte de las personas participantes que, como lo venían manifestando desde años atrás, no se sentían recogidas en las categorías de gais y lesbianas porque su orientación sexual era hacía más de un género, y tampoco permitirían que se les señalara como homosexuales encubiertas o heterosexuales que tenían interés ocasional por el mismo sexo, pues querían dejar constancia que sí existían y que lo suyo era una orientación sexual y no una moda. Este acto de resistencia y autocrítica dentro del mismo movimiento social dio origen a la agenda social y política de las personas bisexuales dentro de los procesos de la diversidad sexual y de género, estableciendo esta fecha como oportunidad para su visibilidad, enunciándoles no como una tendencia, sino como una orientación sexual que corresponde a la construcción del proyecto de vida de acuerdo con su identidad y su propia historia.
De esto han pasado ya 22 años y aún, tanto al interior del movimiento de la diversidad sexual y de género como en la sociedad en su conjunto, se cultivan estereotipos y prejuicios sobre la sexualidad, identidad y deseos de las personas bisexuales, que no solo han contribuido con la consolidación de imaginarios sociales que reproducen violencia, sino que además han sido caldo de cultivo de una represión errónea hacia las personas que buscan asumir su apuesta personal desde esta orientación sexual de no identidad o de un ejercicio que es pasajero. Por ello, el 2020 fue declarado por las Naciones Unidas como el año de la bisexualidad, activando campañas tendientes a promover espacios seguros y respetuosos de sus derechos, pues cada vez son más notorios los casos de violencia, agresiones, burlas, negación de derechos o auto desprecio de las personas bisexuales que sienten que, de forma física, verbal y simbólica, la sociedad promueve escenarios hostiles hacia su proyecto de vida.
Freud y los estudios freudianos promovieron una reflexión de orden político y contextual de la sexualidad que hoy sigue siendo oportuna. Carta a la madre de un joven homosexual, conocida en 1935, y escritos previos y posteriores, empezaron a poner en espacios académicos y culturales la discusión de que cada vez cobraba mayor valor la certeza de que las elecciones de los sujetos en materia de sexualidad no son determinadas ni deben responder a patrones binarios, pues son más bien el resultado únicamente de sus propias historias, de manera que solo garantías de libertad permitirán proteger su dignidad humana.
Desde 1940, el biólogo Alfred Kinsey postuló la sexualidad en los extremos opuestos de la heterosexualidad y la homosexualidad, pero dejó constancia que no son lugares exclusivos e indicó que, en el intermedio, hay un flujo que corresponde a una orientación como tal y que no se puede leer como carencia de uno u otro extremo, lo que dio pie a promover un acercamiento a la discusión desde un lugar de mayor movilidad y menos rigidez. La discusión y apropiación de la sexualidad como valor social, las apuestas por la descolonización de los proyectos de vida y el florecimiento de un movimiento de la diversidad sexual y de género, joven, movilizador, feminista y resistente, han permitido que en los últimos años muchas personas bisexuales le apuesten a la visibilidad y enunciación desde sus identidades, pero también, desafortunadamente, ha sido el caldo de cultivo para el aumento de prácticas excluyentes y de discursos de odio que descalifican y amenazan su vida, configurando toda un estrategia de violencia y negación de derechos que hemos denominado bifobia.
Los aportes de Freud y de Kinsey dieron herramientas de análisis que luego fueron permeadas y consolidadas por la sociología y la cotidianidad para mover la sexualidad de ese lugar estático en el que se ha puesto y apelar por su mayor cualidad: la fluidez entre la construcción y la deconstrucción donde hablar de asumir una orientación sexual es dar espacio a los relatos de la vida más allá del dualismo heterosexualidad – homosexualidad, y ello permite que surja como discurso y sobre todo como proyecto de vida la bisexualidad, que se posesionan desde el deseo y se consolidan como una base desde dónde autónomamente los seres humanos construyen su identidad. Como advierte Freud a la madre destinataria de la carta, la orientación sexual es “un piso básico desde donde avanzamos a la lógica de la sexualización”, por ello recalca que no puede existir una “cura” para algo que no es una enfermedad y confirma que las diversas elecciones de los sujetos son resultado únicamente de sus propias historias y no de imposición de la sociedad.
En todos estos años de reflexión y movilización, han sido muy significativos los aportes y las transformaciones que las personas bisexuales han entregado al movimiento LGBTIQ y sobre todo han permitido que la sociedad en su conjunto cuestione la monogamia y el binarismo extremo con los que hemos postulado la sexualidad. El enunciar su orientación sexual desde la atracción a más de un género, no de la misma forma, tiempo o grado de intensidad, cuestiona estructuralmente las dimensiones normativas que la sociedad ha impuesto a los sujetos, que desde la heterosexualidad y la homosexualidad se han consolidado dentro de una matriz fija del sistema sexo-género y contribuyen a promover una reflexión más que necesaria sobre otra forma de apropiarse y vivir la sexualidad, como un ejercicio móvil o performático, en palabras de Butler, y asumiendo la vida identitaria desde la apuesta de la construcción y deconstrucción y su acción fluida.
El activismo que propende por la visibilidad más allá del dualismo sexual ha dejado constancia que solo en proyectos de vida plurales de sexualidad que no imponen la monogamia, la bisexualidad aparece con toda claridad, de lo contrario, seguirá viéndose como algo ambiguo e indeterminado y las personas bisexuales se seguirán viendo conducidas a una clasificación en términos del binarismo de vida: “ahora eres gay”, “ahora eres hetero”…todo ello dependiendo de cuál sea tu pareja sexo afectiva, porque seguimos operando en formas monógamas las relaciones y esa miopía impide reconocer el potencial revolucionario de la bisexualidad para la búsqueda de la transformación de las relaciones jerárquicas en las que históricamente se ha apoyado tanto la heterosexualidad como gays y lesbianas, y que consolidan el sistema sexo género en el que también se suscribe la bisexualidad.
La polarización a la que nos han condenado para relacionarnos con la sexualidad es hoy un lugar de problematización moral, donde el ser humano es el sujeto de sexualidad y está sujetado a la sexualidad, y cualquier abordaje fuera de ese binarismo se aborda como un desgarramiento que naturaliza la violencia. La fuerza que una fecha como esta de la visibilidad bisexual le pone a la agenda LGBTIQ es entender la sexualidad como proyecto de vida, donde la práctica sexual no se suscribe solo a la genitalidad, el afecto a roles o el deseo a la unicidad de un cuerpo; esta deconstrucción de la sexualidad permitirá entender la cultura como un elemento central y su influencia en lo sexual y de la sexualidad en las formas de cultura, permitiendo pasar de la discursividad como fundamento de las orientaciones sexuales a la historicidad, y proyectos de vida como el lugar legítimo desde donde se construye y enuncia el sujeto. Es allí donde las personas bisexuales activan su visibilidad, aquella que exige más acciones y atenciones focalizadas a su propia experiencia de vida, la de amar y sentir placer por más de un género.
Wilson Castañeda Castro
Director
Caribe Afirmativo