La naturalización de las opresiones basadas en la jerarquía binaria del género puede ser el escenario teórico ideal para entender las causas de por qué existen prejuicios hacia las personas LGBTIQ+ que validan la exclusión y aniquilan sus proyectos de vida.
Esta recepción de violencia naturalizada y desprecio que amplios sectores de la sociedad experimentan y expresan hacia las personas sexo-género diversas es y será siempre un obstáculo para que se puedan desarrollar proyectos de vida dignos. Ni siquiera las mal llamadas y aparentes políticas de “inclusión” garantizarán desarrollos de proyectos de vida de las personas LGBTIQ+, si no se erradica de raíz la violencia estructural en escenarios sociales, culturales, económicos y políticos que restringen sus derechos. Todo ello porque hay un patriarcado exacerbado que impone unos roles de género, dotando de privilegios la cis-heteronorma, condenando a la periferia y a los derechos subsidiados a las mujeres cisgénero y violentando a las personas que se salen de ese binarismo injusto e impuesto. Por eso, es importante echar mano de las teorías que hoy denuncian la violencia basada en género y ese iceberg que promueve una sistemática expresión de desprecio a todo lo que no esté en la hegemonía masculina y repasar con las teorías feministas la urgencia de denunciar, resistir y liberar a la sociedad actual de las prácticas de opresión que nos imponen.
Los argumentos machistas, misóginos y patriarcales que se han encargado no solo de narrar la historia, sino de determinar los cargos de poder, con un alto componente de clasismos, cisgenerismo y racialización, se han orquestado en un escenario que por siglos construyó el binarismo, no como un ejercicio de corresponsabilidad, sino como la expresión más naturalizada de dotar de poder al hombre blanco, cisgénero y heterosexual, dejando todo lo que no le represente en una periferia que se compagina con el desprecio y la ausencia de derechos; por ello, buscar hoy resolver estas inequidades enquistadas en la vida social obliga a pensar en el ejercicio teórico y político propuesto por Judith Butler de “deshacer el género” como una reflexión que impulsa un cambio en la matriz de la sociedad que permita entender cómo la legitimación del poder desde la masculinidad hegemónica y en contra de la feminidad es un arma de doble filo entre la inteligibilidad de unas prácticas de opresión —que aparentemente no se ven— y la urgencia de complejizar desde la teoría crítica el binarismo que lo sostiene. Por eso, pensar la violencia de género como ejercicio analítico para entender la exclusión hacia las personas LGBTIQ+ promovida por el prejuicio hacia su diversidad sexual y de género, sufrido sobre todo por mujeres lesbianas, bisexuales, trans, queer e intersex y los hombres trans y sus apuestas de feminidad o masculinidad diversa, o por hombres gay que no asumen el rol patriarcal dominante, es un buen camino no solo para documentar estas violencias, sino, y sobre todo, para entender por qué ocurren y poder prevenirlas. Aquí propongo cinco vías:
En primer lugar, es importante quitarle al género la percepción de que es un asunto de orden biológico-cultural, o que es fruto de una sociedad o un proceso hormonal y, por tanto, debe ser asumido como tal. Esta definición ha permitido validar violencia y negación de derechos a personas trans. El género no es una imposición, tampoco es un ejercicio de desarrollo determinado por la creación; es una construcción que no parte desde cero, sino del contexto donde se desarrolla el proyecto de vida y, como un ejercicio dinámico, tiene que luchar contra los roles que se proponen asumir a partir de su designación. Por eso, romper con ese determinismo y asumirlo como un ejercicio en construcción se propone como una experiencia de ser “deshecho” que conduce de forma permanente a una relación entre deshabitar su vida cuando se es víctima de opresión o hacerla más habitable. Allí el activismo es fundamental porque busca romper los límites de la coerción frente al desarrollo de la autonomía y el libre desarrollo de la personalidad.
En segundo lugar, dicho proceso, en cualquiera de sus dos vertientes —deshabitar o hacer más habitable— se da en relación a otro que convoca a hacerse o deshacerse; “soy en la medida en que me reconocen”. Allí la esencia de la identidad se rechaza o reafirma en la sociabilidad, en las dinámicas de las personas y sus demandas por el reconocimiento del género desde el cual se enuncia con libertad. Estas implican tomar conciencia de la existencia o exigir respuesta a demandas, incluso de contracultura, que son necesarias para el proyecto de vida de cada quien, donde cuando no se reconocen ciertas expresiones humanas como parte de lo humanamente reconocible, se está advirtiendo que en realidad ya han sido reconocidas y lo que se busca es negar lo que, de una manera u otra, ya se ha comprendido. Allí, el reconocimiento se convierte en un esfuerzo por negar lo que existe y, así, se convierte en instrumento para negar la identidad de la otra persona, llamándole equivoco o erróneo y declarando unos cuerpos abyectos por su dislocación con el género impuesto o esperado por la sociedad que limita su reconocimiento.
En tercer lugar, la principal herramienta del deshacerse o hacerse del género es su vocación de deseo, que es lo que activa de forma permanente en las personas el cuestionamiento si su proyecto de vida es viable o este camino a la frustración. El deseo de ser reconocido imprime dos claridades en el sujeto: que dicho reconocimiento buscado se articula en lo social y no es estático o definitivo, sino variable pero a la vez constitutivo, ya que su ausencia hace inviable la vida. Por ello, incluso cuando hay experiencias de un falso reconocimiento o un reconocimiento fallido, es necesario alejarse de él, pues son contrarias sus afirmaciones a las aspiraciones del sujeto, pues el reconocimiento tiene como función primordial no la acción de legitimar, sino de producir y reproducir la noción de lo humano.
En cuarto lugar, el riesgo de llevar el reconocimiento solo a prácticas de legalización o legitimidad se convierte, como indica Butler, en un arma de doble filo, pues de un lado da visibilidad a unas demandas, pero de otro lado las limita, situación que se constata en la lucha de gais y lesbianas por la validez de sus uniones, pero que se desdibuja en la demanda de personas intersex y trans, que exigen un recibo de sus demandas desde la lógica de la asignación o elección, pero sin la coerción que es lo que en la mayoría de los casos instaura la ley. Esta situación deja entrever los riesgos de la política de identidad pues busca categorizar las acciones y expresiones del ser humano, cuando estas no son objetivables.
En quinto lugar, entrar en un diálogo con el Estado desde los debates del género no puede ser desde la regularización legal, sino desde las expresiones de normalización social, donde las vidas se viven no a partir de parámetros establecidos y limitados, sino en el espacio que posibilite la vida habitable de quien lo ocupa. Allí el género como un dispositivo histórico hace las veces de una forma cultural para configurar el cuerpo. Los cuerpos son depositarios del deseo, pero su exposición pública les conduce a un escenario de vulnerabilidad social que delimita su vida entre poseer o ser desposeído. Allí dichas normas operan como ejercicios simbólicos que conducen a lo que, para quien está en el ejercicio de hacerse-deshacerse, significa su enunciación, pues la norma solo persiste como norma en la medida en que se representa en la práctica social y se re-idealiza y se reinstituye a través de los rituales sociales diarios de la vida corporal.
Las violencias basadas en género son la expresión de la frustración y el agotamiento del proyecto político de sociedad que hoy tenemos, pues legitima la violencia como mecanismo de relación y legaliza las desigualdades con su capitalismo neoliberal. Aquí es urgente poner freno a estas prácticas sistemáticas de violencia, activando las propuestas de resistencia, cuidado, autonomía y protección que nos propone la teoría feminista. Pensar en prevenir las violencias de género es asumir un compromiso serio y urgente de transformar la sociedad y la matriz de relación binaria que permite que estas violencias se reproduzcan de forma casi espontánea. Butler afirma que las discusiones y asunciones en torno al género nos trasladan fuera de nosotros mismos, que es una manera de transportar significados culturales tanto a través de la operación de las normas como los modelos periféricos mediante los cuales son desechadas; siendo así, cómo entender su premisa de que: “la sexualidad no es consecuencia del género, así que el género que tú eres determina el tipo de sexualidad que tendrás”.
Wilson Castañeda Castro
Corporación Caribe Afirmativo