Urge que las agendas LGBTIQ+ den visibilidad a las demandas de las personas bisexuales, lideradas por ellas mismas.
El determinismo frente a la sexualidad y el género en la sociedad actual es tal que hace imposible la vida digna de las personas que rechazan dicho binarismo, pues no solamente la moralidad pública ha encasillado la experiencia sexual en roles y estereotipos de acuerdo con el sexo asignado al nacer, sino que, además, ha calado, incluso en el relacionamiento de hombres, mujeres y otras identidades, replicando esta heterosexualidad hegemónica desde la diversidad sexual; obligando a que la homosexualidad -asumida como proyecto de vida-, sea parte del discurso binario con el que hoy se trata de explicar la sexualidad: una matriz cultural con solo dos posibilidades: heterosexual u homosexual, lo demás es camino inconcluso.
Allí, lo que se refiere a la bisexualidad o a las orientaciones sexuales que se definen por la atracción a más de un género o ninguno de ellos, es asumida desde una mirada reduccionista relacionada con la indecisión, falta de concreción o ausencia de identidad, que hace no solo que estas orientaciones sean invisibilizadas, sino que quienes, en los últimos años han activado desde allí una lucha por el reconocimiento, sean doblemente excluidas: por un lado, la exclusión cotidiana que viven todas las personas que están bajo la sombrilla de la diversidad sexual y de género en una sociedad que privilegia la heterosexualidad como norma de vida. Y por el otro lado, por esa demanda binarista de la sociedad que rechaza todo aquello que no esté dentro del hombre-mujer, leyendo la diversidad sexual desde el binarismo y asumiendo que, lo que no esté en uno de estos dos lados, es ausencia de decisión y por ello no puede posesionarse como proyecto de vida.
La bisexualidad como expresión de la sexualidad humana, no solo es un ejercicio legítimo de quien construye desde allí su proyecto de vida, sino que además, permite a la sociedad en su conjunto, pensar la experiencia de la sexualidad desde un campo libre de esquemas dominantes de relación y asumir el significado transformador del placer como expresión más legítima de la sexualidad, la cual pertenece a la esencia de cada ser humano y no en correspondencia a un fin, como la procreación o a un rol como los estereotipos de género, incluso dentro del movimiento LGBTIQ+, la sexualidad debe dejar de ser tan monolítica: pensar que la sigla habla de personas lesbianas, gais, bisexuales, trans e intersex por igual o pretendiendo que lo homosexual masculino define todo. Con este cambio de paradigma, se podría reactualizar el significado de su agenda colectiva, recordando que la lucha no es solamente contra los prejuicios en razón a la diversidad sexual y de género, sino también contra la normalización de la sexualidad y el control de los cuerpos dictado por el monosexismo, como práctica de vida que se quiere imponer en la sociedad.
Muchas personas y teorías han tratado de definir la bisexualidad. Elisa Coll, propone un acercamiento desde lo personal y lo político denominado como lo más propio de la bisexualidad su capacidad de disidencia más allá del deseo y en abierta resistencia a la violencia estructural, Robyn Ochs, le ve como un potencial de sentir atracción sin determinismos, en plural, -de forma romántica o sexual- por gente de más de un sexo o género, no necesariamente al mismo tiempo, no necesariamente en la misma forma y no necesariamente en el mismo grado. Alemka Tomicic, llama la atención sobre sus niveles de invisibilidad, indicando que, ha sido históricamente menos visible y entendida y, en ese sentido, ha sido objeto de una particular discriminación. Coincidiendo las tres en que, reconocerse bisexual en esta cultura, que tiende a lo binario y que solo reconoce lo homosexual y lésbico, es muy difícil de comprenderle como proyecto de vida y por ello, termina generando discriminaciones.
Pero este no es un ejercicio solo por fuera del movimiento, es recurrente encontrar dentro de los colectivos LGBTIQ+, acciones de invisibilización o ridiculización de la vida bisexual; lo que obliga al proceso colectivo a estar atento para que no se invisibilice la particularidad, ni se promuevan hegemonías, luchando contra el relativismo, lo peyorativo y el negacionismo a reconocer la sexualidad y en género más allá de los binarismos impuestos por la sociedad, que ha llevado incluso a que los proyectos organizativos de la diversidad sexual y de género vean en la bisexualidad un proceso de transición y no un ejercicio identitario y un proyecto de vida sexual.
Ignorancia social e invisibilidad colectiva que han sido el caldo de cultivo para la ausencia de acciones afirmativas y enfoques diferenciados en los sistemas creados para garantizar derechos de vida digna a las personas bisexuales. Por el contrario, es común encontrar en el sistema de salud, en los procesos laborales o de inserción académica un desprecio a la vida de las personas bisexuales, tildándoles como promiscuas, infieles, indecisas, obligándolas, a tomar postura heterosexual u homosexual frente a su orientación sexual, acción que incluso es avalada en ocasiones por el movimiento LGBTIQ+, desconociendo otras formas de sexualidad que van más allá de ser gais o lesbianas.
Esta situación ha hecho que, para muchas personas bisexuales, el movimiento LGBTIQ+ no sea un espacio seguro, por lo que sus demandas se han visto históricamente excluidas por un colectivo predominantemente gay. De hecho, son recurrentes expresiones endofóbicas al interior de sus filas, ocasionando que, en algunos casos, las personas bisexuales prefieran no mostrarse tal cual y pasar como lesbianas o gais como mecanismo de sobrevivencia; pues no solo la agenda de diversidad sexual y de género se ha concentrado mayoritariamente en las acciones de reconocimiento de la homosexualidad, sino que no ha dado el salto cualitativo en el ensanchamiento de la sigla: que las luchas emancipatorias de la sexualidad tengan en cuenta todos los espectros desde los cuales los seres humanos, haciendo uso de su libertad, pueden construir su proyecto de vida en dignidad.
Si bien la violencia desproporcionada que viven las personas LGBTIQ+ y las prácticas de exclusión ha afectado a las personas bisexuales, es quizás, desde la atención psicosocial, donde más se han encendido las alarmas sobre la urgencia de acoger sus agendas en el movimiento, pues la invisibilidad a la que están siendo sometidas, las está llevando a vivir proyectos de vida no plenos: su forma de sexualidad es recibida de manera despectiva, como si fuese un asunto de ausencia de madurez, reduciendo su orientación sexual a un asunto de gusto temporal o atracción genital. Así, creen que acercarse a los uno de los dos extremos es traicionar al otro: si eres una mujer y en la etapa equis de tu vida estas con otra mujer, entonces eres lesbiana y si, por el contrario, estás con un hombre es que entonces en realidad eres heterosexual y estabas confundida.
Un informe de la Universidad Abierta de Inglaterra en 2021, encontró que las tasas de depresión, ansiedad, autolesiones y suicidio eran más altas entre los bisexuales que en los grupos de heterosexuales y homosexuales, y un 27% de las bisexuales y 18% de los bisexuales han experimentado bifobia dentro de su comunidad LGTBIQ+. Por otra parte, casi una de cada dos mujeres bisexuales en los Estados Unidos ha sido víctima de violación, lo que representa el triple de la tasa de las víctimas que son mujeres heterosexuales y lesbianas. Además, el 75% de las mujeres bisexuales han sido víctimas de otras formas de violencia sexual. Asimismo, las probabilidades que tienen las mujeres bisexuales de ser objeto de violaciones, violencia física o acoso criminal cometidos por su pareja se duplican frente a estos mismos hechos cuando se habla de una mujer heterosexual.
Es importante que el movimiento LGBTIQ+ le dé a la agenda de la bisexualidad el espacio que requiere para transformar imaginarios, tanto dentro del movimiento, como en la sociedad, logrando que las personas bisexuales encuentren lugares seguros para el desarrollo de sus proyectos de vida. Debemos abogar por una movilización donde los determinismos no tengan cabida, una sociedad en la que no existan roles impuestos y la polarización no sea el único camino que se pueda transitar. Es una lucha que tenderemos que librar para cambiar los parámetros machistas, sexistas y dualistas con los que ha sido construida la orientación sexual; situación que ha sido responsable de la reproducción de la violencia física, verbal y simbólica que hoy asiste a una sociedad que prefiere normalizarla en lugar de reconocer a la diversidad como su mayor valor social.
Wilson Castañeda Castro
Director Corporación Caribe Afirmativo