Por: Laura Terán Pugliese
5 de junio de 2022. Sentada en la playa, mientras la delicada arena oculta los dedos de sus pies, las decenas de palmeras protegen su piel del sol y algunas gotas de sudor se pasean desde su frente hasta sus ojos, recorriendo su nariz y otras partes de su cuerpo, Esmith Rivera Márquez, conocida en el mundo del arte y la cultura como La Poderosa, respira profundamente visualizando la tranquilidad de las aguas del mar, la fuente de su inspiración, energía, tesón y fuerza.
Con su mirada fija en las casi hipnóticas ondulaciones que producen las olas que vienen y van en una de las playas de San Juan de Urabá, reflexiona sobre cómo éstas viajan muchos kilómetros, a diferentes velocidades, por la superficie del mar y especula que la historia de ellas comienza muy lejos, en el sol, ese sol que ha sido un testigo silencioso de sus alegrías, tristezas, miedos, amarguras y actos violentos cometidos hacia ella, que la han llevado a estar entre la vida y la muerte, solo por el hecho de amar, pensar y sentir de manera diferente.
En un breve instante, a La Poderosa se le empaña la mirada y unas cuantas lágrimas comienzan a brotar de sus ojos; podría llegarse a pensar que está afligida por el recuerdo abrumador de aquellas personas que el odio y la guerra se llevó y apartó de su camino. Pero no, esas lágrimas están cargadas de felicidad porque sabe que dejará un legado a favor de la igualdad.
Al ritmo casi imperceptible de un tambor alegre, la totuma, las tablitas y un guacho, se levanta rápidamente y como si fuera a iniciar con algunos movimientos dancísticos representativos del bullerengue comienza a retirar la arena que se encontraba adherida a sus piernas, brazos y vestimenta. Segundos después canta una breve estrofa de Colombia me llora y camina hacia el mar para admirar de cerca su hermosura incomparable.
A casi unos cuantos centímetros de tocar el agua, cierra los ojos y comienza a relatar su historia, esa que le ha permitido ser reconocida en toda Colombia desde Punta Gallinas en La Guajira hasta la desembocadura de la quebrada de San Antonio en el río Amazonas, y desde cabo Manglares de la desembocadura del río Mira hasta la isla de San José en el río Negro.
Con las palabras “me crié a la orilla del mar, jugando con los niños” inicia su narración, aclarando que, desde muy pequeña, a causa del machismo latente en el municipio de San Juan de Urabá, tuvo que demostrar, a través de puños y comportamientos y conductas que son características del estereotipo de un hombre heteronormado, que no era “débil, que no era gay”, que ella también era igual a ellos, “me tocó aprender a nadar antes que caminar”, menciona entre risas.
Desde la infancia se dedicó a la pesca, un oficio que aprendió de su padre y le permitía obtener el sustento económico necesario para ayudar a su familia. “La pesca es un arte heredado de nuestros ancestros, como una manera de vivir bajo las bondades que nos brinda la madre naturaleza”, dice.
Sin embargo, en 1990, a sus nueve años, supo que su verdadera pasión se encontraba en la música; fue así como comenzó a bailar bullerengue, un baile cantado de la región afrocaribe que expresa identidad, cultura y resistencia. “Comencé como bailadora de bullerengue en la agrupación del maestro Emilsen Pacheco, pero a causa del fallecimiento de mi padre, mi madre y mis hermanos quedamos a la merced de mi abuela, mis primas y unas tías, con quienes viví un infierno ya que comencé a ser maltratado por ellas, en especial, por mi orientación y forma de ser”, recuerda mientras saluda a unos viejos conocidos que se encuentran en una pequeña embarcación que cruza esa playa donde rememora su pasado.
Tiempo después de vivir con aquellos familiares, se traslada en compañía de su hermano mayor a Guamocó, una vereda del municipio de Santa Rosa del Sur, situado al sur de Bolívar. En aquel territorio ya no se dedicaba a la pesca, ni a su querido bullerengue, aquí tuvo que dedicarse a la minería, “ya no estudiaba, tuve que enfrentarme al trabajo en las montañas cerca de los grupos armados, con el miedo de volver a mi verdadero hogar, pero necesitábamos dinero para comer y enviar a casa”, recuerdos estos humedecen sus ojos.
Seis años después, a sus 15 años, regresa a San Juan de Urabá con un nuevo aire y sentido de la vida, “aunque ya no me atemorizaba que las personas conocieran que mi orientación sexual era distinta, supe que debía ser precavida ya que el territorio que me vio nacer señalaba y lastimaba a quienes no eran parte de la concepción tradicional de hombre y mujer. Tuve que reprimirme porque no quería que mi familia se viera afectada y que la guerrilla me viera como algo que se debía aniquilar, ya que los gais, las lesbianas y las trans éramos consideradas como algo que se debía desaparecer. A pesar de ello, no todo fue malo, debido a que volví a estudiar y conocí a otros chicos que como yo eran gais y se convirtieron en mis primeros amigos, los cuales, aún lo siguen siendo. Ellos se convirtieron en mi apoyo”, comenta y en sus ojos se alcanza a ver un leve brillo de tranquilidad.
Los años siguientes los vivió en paz y sin miedo, siempre cautelosa ante su manera distinta de ser; no obstante, unos vecinos conocieron que Esmith había sostenido relaciones con un hombre, por lo cual, es amenazado por ellos, “me dijeron que le contarían a mi familia y que solo callarían si yo mantenía relaciones sexuales con ellos, así que me obligaron a estar con ellos. Esta situación empeoró con los meses y al no poder más decido huir a mis 19 años a San Pablo, en el departamento de Bolívar, donde, lamentablemente, fui violado por algunos miembros del ELN y las FARC; me dediqué a la prostitución y caí en la drogadicción”, indica, evidenciando un inmenso dolor en su rostro.
Entre 2001 y 2003, a sus 20 – 22 años, vuelve a San Juan de Urabá y comienza a estudiar la cultura de este territorio, al cual siempre volvía para conectarse con sus raíces por medio del bullerengue. “En aquel tiempo soy bautizada por mi amigo Lucho González como La Poderosa, porque siempre me destaqué por seguir adelante aun cuando el dolor y sufrimiento quebrantaran mi ser. Además, era Poderosa por mostrarme tal y como era y ser como la madre de otros hombres gais que habían enfrentado iguales o peores momentos que yo durante el recorrido de su vida. Yo defendí a mis amigos y a mi familia sin temor a nada y eso me valió el nombre de La Poderosa. Asimismo, salí del mundo de la droga gracias al mundo del arte y la cultura”, revela.
El bullerengue cambió la vida de La Poderosa ya que fue este género musical precisamente el que que le mostró que podía tener una mejor calidad de vida y aportar a la sociedad, “en aquel momento comienzo a pelear por los derechos de los jóvenes, de las mujeres, de gais, lesbianas, bisexuales y trans, de las personas de la tercera edad y de los míos. Comencé a decir: aquí estamos, nosotros somos seres humanos, ya basta de tanto maltrato, merecemos vivir”.
Los años la hicieron más valiente y aguerrida, por lo cual, pudo sanar poco a poco aquellas heridas que no se pueden ver a simple vista, aquellas heridas que estaban en lo más profundo de su ser y de cuya sanación hizo parte precisamente, la música.
“Nunca dejo de preguntarme ¿qué pasa con los niños? ¿qué pasa con mi sociedad? Por eso siempre me estoy preparando y aun cuando no pude estudiar en una universidad, no podía desanimarme; ¡hoy en día puedes obtener tanta información! y eso he hecho; prepararme de manera empírica, especialmente en lo relacionado con la música”, señala La Poderosa, quien actualmente es directora de la Agrupación Afrocultural de Bullerengue Eco de Tambó de San Juan de Urabá.
Con mucho orgullo destaca tener raíces musicales, ya que en su familia tuvo exponentes como Eloísa Garcés, tía lejana, quien fue un ejemplo musical y folclórico para las nuevas generaciones amantes del folclore necocliseño. “Hay muchos familiares que estuvieron dedicados a la danza y al canto, no los conocí, pero son parte de las raíces de nuestra familia y en mis venas viene ese talento. Hoy soy una maestra de canto y de danza y ambos están de la mano. Con relación a la danza, al principio fue difícil convencer a mí familia de que quería bailar, porque mi mamá decía que la danza interpretada bajo esos ritmos afrocaribeños era algo satánico, pero con el tiempo notó la alegría que causaba en mí el baile y me dejo asistir a ensayos en la Casa de la Cultura del municipio”.
Su disciplina y perseverancia la han llevado a aprender a tocar diversos instrumentos como el tambor alegre, el llamador, la guitarra y el piano; “me encanta la sonoridad que manejan y como logran despertar todos nuestros sentidos. La música va más allá de la combinación de diversos ritmos y melodías, es un medio de expresión al igual que la poesía; la música te permite canalizar los sentimientos y hacer que podamos olvidar nuestras penas o recordarnos qué nos hace felices”, asegura.
El camino a la felicidad ha sido pedregoso y, en ocasiones, ha tenido que detenerse para descansar, respirar profundamente, y seguir. La Poderosa es una persona que desborda talento, tanto así que no solo es bailarina, cantante, músico, sino que también es compositora, y es que desde sus 25 años se inició en la composición. “Recuerdo que mi primera composición estaba relacionada con el tema de que no teníamos agua en San Juan de Urabá, de hecho todavía bebemos un agua muy maluca ya que le falta tratamiento y lo más sorprendente es que esta problemática lleva más de 50 años sin que se visualice una solución, pero bueno… un día me dijeron que se necesitaba un tema para cantarlo el día que llegaba el Gobernador de Antioquia a decir que el agua era 100% potable y, entonces yo compuse la canción: Esto se tiene que beber, porque según la administración el agua estaba apta para beber, pero nosotros pensábamos lo contrario. Esta canción me llevó a ser reconocida en diferentes partes del país. La letra decía así: Esto se tiene que beber, señores yo tomo agua. Eso se tiene que beber, de verdad yo tomo aguardiente”.
Luego de ese fandango de lengua compuso un tema que dedicó a las maestras Eloisa Garcés y a su hija Darlina Sáenz Garcés. Seguidamente compuso, la canción “Yo me voy para la rueda”, y con mucha nostalgia una canción a su madre cuando se encontraba internada en el Hospital de Montería a pocos días de fallecer, “qué tiene mamita, qué está llorando, mi madre tiene un dolor ¡Ay ! llora, por qué está llorando. Óyeme, Dios mío, qué tiene mi madre, y fue justamente la melodía de esa canción la que utilicé para mi reciente composición titulada Colombia me llora, porque era muy diciente y guardaba mucho significado para mí; de ahí en adelante compuse otras canciones, como: el niño llorón, entre otras. Estas canciones las compongo en la playa, en el mar, en la calle, en cualquier lugar donde me llegue la inspiración porque el bullerengue está en lo cotidiano; le puedes cantar al amor, a los animales, hasta al despecho, como lo he hecho muchas veces”.
Resumir los 41 años de la historia de vida de la Poderosa, nunca será posible, siempre será un placer escucharla narrar su vida a orillas de la playa, mientras se disfruta de la brisa, el graznido de algunas aves y el inconfundible olor del mar, mientras cae la tarde y el sol se pierde en el horizonte, donde ella permanece con su mirada fija, majestuosa, elegante y orgullosa, mientras vemos que ni la oscuridad de la noche apaga su brillo el cual resalta con los vibrantes colores de sus turbantes y collares recordando sus orígenes y raíces africanas. “Me enorgullece saber que, sin necesidad de pelear, ni de dañar al otro o la otra como me dañaron a mí , hoy en día puedo celebrar la vida, la cultura y la paz”, puntualiza mientras mueve sus caderas y le envía un último beso al sol.