Conmemorar esta fecha es un acto de reparación y llamado a la no repetición de las violencias en los países que están construyendo paz. Es necesario que estos sean un escenario ideal para que las experiencias de vida trans puedan ser vividas dignamente.

La memoria es un ejercicio individual, subjetivo y parcial. Está relacionada con el recuerdo y los ideales; con los primeros se construye un vínculo hacia el pasado, por nuestra esencia de seres históricos y, con el segundo, hacia el futuro para soñar lo que queremos de nuestra vida. Convocar la memoria es traer esas imágenes a modo de repaso de la vida de lo que ha sido nuestra existencia pero, en términos del humanismo kantiano, dicha memoria suele invocarse para tratar de entender los momentos difíciles que afrontamos los seres humanos o que ponen en riesgo nuestra vida y, en muchas ocasiones, explican los ideales por los cuales la memoria histórica suele ser para hacer conciencia de un sufrimiento que aniquila o limita el proyecto de vida.

Pueblos en conflicto armado, dictaduras o guerras, en sus procesos de posconflictos, acuerdos de paz y transitorios a la democracia, convocan como elemento principal de la narrativa de la reparación a la memoria que permite no solo que las personas encuentren su lugar en la paz, el acceso a la igualdad o el ejercicio de los derechos plenos, sino que también traigan a modo de ritual esos recuerdos que en ocasiones son traumáticos, pero que es necesario sanar para que no sean impedimento de realización personal y para que ello sea efectivo. Estos procesos de transición suelen invitar a las personas a que apuesten a la memoria de dos maneras: como una experiencia colectiva, es decir, que se hagan ejercicios de construcción entre aquellos pares que se vieron afectados por hechos similares y, desde sus subjetividades, encuentren puntos en común que expliquen la violencia sufrida y, en segundo lugar, una memoria histórica que pueda poner la experiencia personal en relación con el contexto y allí determinar los factores externos e internos que detonaron las violencias o impedimentos sufridos.

De esta manera, podríamos afirmar que la memoria, como estrategia política, es una oportunidad de que los grupos poblacionales que han sido depositarios de violencia puedan experimentar en su vida misma la pacificación porque se construyen los procesos de acuerdos y reconciliación desde las acciones que ellas mismas ponen sobre la mesa y que son reparadoras de los daños sufridos. De esa manera, eso de la memoria como un ejercicio parcial, subjetivo y fijo trasciende a una experiencia dinámica que al ponerse en circulación aporta a las estrategias de verdad, justicia, reparación y no repetición e incluso se expresa de múltiples formas, pues los recuerdos se actualizan con la oralidad, pero también con los símbolos, silencios y decisiones que a modo de sanación los sujetos van expresando. Y ellos con canales para construir la verdad como bien público.

La memoria en nuestro país, desafortunadamente, ha sido selectiva. No solo algunas personas tuvieron el privilegio de no sufrir los embates del conflicto armado, sino que ahora, desde su ilustración, buscan enarbolar la bandera de la memoria. Por fortuna, las organizaciones de víctimas y colectivos sociales se han movilizado para exigir que su voz sea escuchada y priorizada, y allí su primera tarea es darle voz desde la memoria a las voces que fueron silenciadas y que su recuerdo es necesario para las garantías de transformación. Hacer memoria de ellas, para sacarlas del anonimato; hacer memoria con ellas, para leer la realidad y sus contextos a partir de sus experiencias que entonces les costaron la vida. Esta expresión creativa y reivindicadora de la memoria es lo que explica porque dentro de las fechas conmemorativas del movimiento LGBTIQ+, cuando pensamos en las vidas de las personas trans, las más afectadas por las expresiones de desprecio en la sociedad por su identidad y expresión de género, espacios como la visibilidad trans, para su empoderamiento, se ven necesariamente obligadas a articularse con procesos como la memoria trans: recordar, construir y sanar para poder empoderarse y avanzar.

En un país como el nuestro, marcado por el conflicto armado, acciones tanto de la sociedad civil como del Estado han dado cuenta de que las expresiones de dicho conflicto hicieron más difícil la vida de las personas LGBTIQ+. Es por ello que el Informe Final de la Comisión de la Verdad en su volumen ‘Mi cuerpo es la verdad’ reconoce que la memoria para las personas LGBTIQ es catalizadora de su sufrimiento y a la vez, es la garante de transitar de la violencia a la ciudadanía plena bajo parámetros de transformación social. Esta memoria está identificada como una acción colectiva que se expresa en lo cultural y tiene la capacidad de transformar realidades del orden político y social. Por eso, en las recomendaciones que la Comisión entrega al Estado y la sociedad para que no se vuelvan a repetir los actos de violencia contra las personas sexo-género diversas, da a la memoria un papel tanto pasivo, como activo; pasivo, pues convoca a permitir que con la participación activa y desde los medios propios del movimiento LGBTIQ+ se abran los canales para que circule esa memoria que en sí misma, por su forma de expresarse y proponerse, tiene un papel transformador y activa, pues dicha memoria debe ser, como lo indican las recomendaciones del orden educativo y cultural, la que provea acciones específicas para la transformación de escenarios que han permitido ese tipo de violencias incluso más allá de las acciones del conflicto armado.

Este potencial transformador de la memoria trans ya lo identificó Francisco de Roux cuando, en un encuentro con personas LGBTIQ+ en el marco de la construcción del informe, indicó: “La comisión de la verdad honra la libertad de su espíritu que grita desde sus cuerpos pasados por la guerra. Una verdad incuestionable que vemos en la sinceridad de sus miradas, en la audacia de sus labios, en la energía de sus puños y en la caricia sufrida de sus manos (…)”. En esta ocasión y al acercarse los siete años de la implementación del acuerdo de paz y en el segundo año de la implementación de las recomendaciones del informe de la CEV, quiero recoger un hallazgo que, a mi modo de ver, es significativo para proponer hoy, en mi Reflexión Afirmativa, un acto público de memoria a la vida de las personas trans víctimas del conflicto armado colombiano. Dice el volumen de Hallazgos y Recomendaciones que la principal causa en este país de la violencia contra las personas LGBTIQ+ ha sido la complicidad social de sectores sociales, políticos y culturales que permitieron la agudización del desprecio contra las personas sexo-género diversas y hacia las personas trans promovió las acciones más desproporcionadas buscando aniquilar sus cuerpos. Por ello, sugiere la recomendación que acompaña dicho hallazgo, urge en Colombia un proceso de reparación transformadora que pueda erradicar de raíz esas prácticas estructurales de la sociedad que hacen más difícil la vida de las personas que en sus cuerpos expresan libertad.

Siendo así, quiero hacer cinco llamados a la memoria colectiva. En primer lugar, por hacer presente las decenas de vidas de personas trans olvidadas en el marco del conflicto armado, que fueron asesinadas, desaparecidas, violadas, desplazadas, por rechazo social, avalado y criminalizado por los grupos en conflicto para poner sus vidas en jaque dentro del territorio. En segundo lugar, quiero invocar la memoria de las muchas que resistieron, que enfrentaron a los violentos y, de forma muy creativa, a veces con riesgos al límite, dejaron constancia a los actores y a la sociedad de que su vida se respetaba. Algunas lo consiguieron, otras se inmolaron, pero hasta el final dejaron constancia de que lo hacían para generar precedente de vida digna. En tercer lugar, quiero traer la memoria de las personas trans que se vieron obligadas a ocultar su expresión de género o a limitar su autonomía como condición de supervivencia en el territorio, que por proteger a su familia o en un acto de supervivencia sortearon las presiones de los actores del conflicto y en silencio mantuvieron su identidad y expresión de género, no como un acto de cobardía sino de supervivencia. En cuarto lugar, invoco la memoria de las que se vieron obligadas a huir, cambiar de un momento a otro su proyecto de vida, a someterse a una vida urbana en soledad y en lugares que no tenían vínculos con su vida y asumieron prácticas de alta peligrosidad para sobrevivir ante la indiferencia social. Y, finalmente, invoco la memoria de las reclutadas y desaparecidas, las que no sabemos dónde están o que nadie reclama, que sus familias expulsaron de casa o decidieron olvidarse de ellas cuando asumieron su identidad de género diversa y que algunas de las muy pocas que son buscadas omitiendo dicha identidad. Sus ausencias reclaman hoy una narrativa distinta en el movimiento social.

Detrás de estos actos de memoria hay cifras que nos pueden escandalizar por lo altas o que pueden asombrar por el subregistro. No fueron una o diez las víctimas, fueron centenares. No fueron casos espontáneos, fueron sistemáticos, lo que explica por qué un conflicto armado como el nuestro tiene enfoque de género y asumió la responsabilidad ética de dar cuenta de los graves hechos que afectaron a las personas LGBTIQ+ y promover acciones para que esto no se repita. Pero más allá de las cifras, hay historias de vidas truncadas que la memoria de los liderazgos trans mantiene vivas, con expresiones como las Estrellas Fucsias de Cali, la Galería de la Memoria Trans del GAAT, los museos de la memoria de Caquetá Diversa, Arcoíris en Tumaco, Voces Diversas del Magdalena Medio y los informes de Caribe Afirmativo. También las que están hoy en los planes de reparación colectiva de los sujetos en Chaparral, San Rafael, El Carmen de Bolívar y Medellín.

Por eso, este 20 de noviembre y todos los días, este dinámico y en crecimiento movimiento LGBTIQ+ debe hacer una pausa en su activismo y releer los retos de las acciones sociales y políticas a la luz de la memoria de las personas trans en doble vía: con la actualización y haciendo presente cada una de esas vidas para que sean reparadas y en señal de gratitud al resistente movimiento trans. Como lo dijo en el mismo acto de la Comisión de la verdad Francisco de Roux, “Gracias a quienes tuvieron el coraje de poner en público los testimonios de su identidad pisoteada. Ustedes han hablado por encima de las prevenciones, del pudor del miedo y de la incertidumbre, gracias porque al arriesgarse a compartir en público su memoria que da cuenta del despojo sufrido de lo que les es más íntimo, nos ha mostrado al mismo tiempo, la voluntad de seguir adelante; porque la causa que nos mantiene unidos es más grande que nosotros mismos”. Es por eso que su memoria debe ser un hito inspirador para resignificar la lucha de disidencias sexuales y de género en estos procesos de posacuerdos.

Wilson Castañeda Castro 

Director Caribe Afirmativo