La Plaza de Bolívar y el Congreso de la República se vestirán de amarillo para recibir un proyecto de ley creativo, participativo, plural, colectivo y con acciones concretas para garantizar la vida digna de las personas trans y no binarias en Colombia.
En las últimas cuatro décadas, los países democráticos han visto el crecimiento y empoderamiento de los grupos poblacionales históricamente excluidos y discriminados, quienes, haciendo uso del derecho a la igualdad y no discriminación, así como de la exigibilidad del libre desarrollo de la personalidad consagradas en todas las constituciones modernas, reclaman garantías reales para el ejercicio de la ciudadanía plena en medio de la presión del neoconservadurismo que, tras la falsa idea de soberanía y bienestar, relativiza sus demandas, y del neoliberalismo que las recoge para capitalizarlas y cosificarlas.
Uno de los grupos que desde la acción colectiva y en el marco de estos riesgos ha surgido es el movimiento de la diversidad sexual y de género, que desde mediados del siglo pasado y comienzos de este, fue consolidando una demanda política de equidad y acceso a derechos, promoviendo acciones colectivas para transformar la invisibilidad en reclamos concretos por el reconocimiento. Estas luchas fueron enarboladas en su mayoría por las personas más vulnerables o en mayor estado de indefensión del grupo poblacional, como las personas trans, afrodescendientes, migrantes y mujeres, quienes al no estar en el radar de la masculinidad hegemónica no solo lograron librarse de esa rápida asunción que tuvo el consumismo en las acciones de liberación homosexual, que rápidamente se tradujeron en la marca, indeleble hoy, del orgullo LGBTIQ+.
Dicha acción fue traduciéndose en los espacios públicos y políticos, como la agenda de los derechos homosexuales, que no fue paritaria para las mujeres lesbianas y que estancó sus demandas rápidamente en la igualdad legislativa y el acceso al sistema capitalista, creando un nicho propio para los “hombres gay”. Si bien fue una lucha dura que en su camino tuvo efectos traumáticos como enfrentar la epidemia del VIH y los circuitos de violencia que cobraron centenares de vidas, no puso en cuestión el “status quo”; todo lo contrario, marcó una nueva tendencia —perversa— dentro de las acciones de la diversidad sexo-género y la convirtió en una agenda patriarcal, sexista, marchista y clasista, convirtiendo en virtudes y actos inofensivos las mismas acciones que las venían esclavizando. Esto permitió cultivar en el imaginario a ilustres hombres gais como modelos del movimiento que habían sido exitosos en los circuitos del capital y del consumo, por su facilidad de “normalización” y dejó fuera demandas estructurales como las lideradas por Marsha P. Johnson y Silvia Rivera, quienes posicionaron en Stonewall no un carnaval de alegría, sino una demanda contra el racismo, el patriarcado y la sexualidad hegemónica. También olvidó el debate académico de las feministas lesbianas que cuestionarían el binarismo y la visión utilitarista de la sexualidad, y de muchos liderazgos maricas, raros, desviados y discontinuos que en estas latitudes irrumpieron en la normalidad, no precisamente para que todo siguiera siendo normal.
El resultado fue rápidamente una agenda homosexual masculina de normalización y regularización que, para congraciarse con el poder capitalista, se llamó “gay” y se fue traduciendo en tímidas demandas de pedir permiso para visibilizarse. Luego, con un poco de audacia normativa, buscar leyes para regularse y fue dando concepciones a los Estados a través de ineficaces políticas públicas y acciones afirmativas, que si bien consiguieron cotidianidad en la nominación, poner fin a la criminalidad y dar la sensación de seguridad a quienes se autoreconocían desde allí, no significó la transformación de una sociedad. Hoy sumamos igualdad legal en materia de matrimonio igualitario o protección a las parejas homoparentales, espacios —que siguen siendo reducidos— de acceso a derechos y servicios, y algunas acciones afirmativas que abren espacios que históricamente venían siendo negados. Todo ello muy de la agenda homosexual masculina, pero con una deuda histórica con la agenda lésbica y ni se diga de las demandas trans y no binarias, que por su potencial disruptivo de transformación y cuestionar los orígenes estructurales del desprecio y la precariedad no solo han sido olvidadas, sino ridiculizadas, desconociendo que es allí donde está el verdadero reto para decir que la democracia garantiza la vida digna de las personas sexo-género diversas.
Es que la estela de violencia y desprecio que, como mayor frustración de la respuesta capitalista, recibimos en materia de las garantías de vida de las personas LGBTIQ+, ha hecho de las personas trans y no binarias las mayores depositarias de la violencia promovida por los prejuicios hacia su diversidad sexual y/o de género; sus cuerpos son atacados y reprimidos, sus demandas ignoradas y su presencia evitada en una sociedad que se niega a debatir la imposición del género. Esto ha traído indiferencia por parte de numerosos sectores sociales que cotidianamente expresan menosprecio por las vidas trans y no binarias, resistencia por parte de quienes dirigen el Estado a garantizar su trato como ciudadanía plena y ha promovido la violencia como mecanismo de aniquilamiento, la desposesión de derechos como respuesta institucional y la naturalización de la indignidad por parte de la opinión pública, conduciéndoles, como afirma en su teoría del reconocimiento Axel Honneth, a la invisibilización, pues logran recibir de parte de sus entornos esos sentimientos de inseguridad y ausencia de valoración. Vidas imposibles de ser vividas, que apelan no sólo a la mera acción epistémica de ser conocidas, sino a la interacción comunitaria que exige el involucramiento de la otra persona en mi vida, para que en la autonomía de ambas y del entorno tengan posibilidad de ser vividas.
Esta realidad demanda que hoy en el movimiento las vidas de las personas trans estén al centro, con sus liderazgos, narradas en sus voces y conducidas por sus demandas, y que los “gais”, que por años hemos tenido el acompañamiento, la solidaridad y la sonoridad de las personas trans y no binarias, demos un paso al costado y debamos emerger su furia trans en el trámite político de transformar la realidad, el fin del patriarcado, del binarismo, sexismo y clasismo que la lucha homosexual no pudo conseguir. Hoy es una demanda de primer orden en las agendas de identidad y expresión de género, que se recoge muy bien en expresiones colectivas como “yo, macho trans”, un cuestionamiento crítico a la capitalización del orgullo “gay”, en liderazgos de cuestionamientos radicales y estructurales como enarbolan hoy muchas personas trans en la academia, el movimiento social, la política y los escenarios públicos y en propuestas de pensar un estado diferente en su relación con la ciudadanía, como lo son los proyectos de ley de identidad trans.
Esto se traduce estos días en Colombia en la presentación ante el Congreso de la República por primera vez, como un acto de reparación, del proyecto de ley integral de identidad de género, parte de reconocer que en el país las personas trans y no binarias han sido históricamente vulnerables y una de las principales causas ha sido la estigmatización y consecuente criminalización de sus identidades, y que los desarrollos jurisprudenciales y normativos existentes son insuficientes para acceder a sus derechos. Por ello, se propone promover, garantizar y proteger los derechos de las personas con identidades de género diversas, permitiéndoles participar y vivir en igualdad en todos los ámbitos sociales, acciones que además se proponen desde un enfoque interseccional que reconozca las diversidades dentro de las personas, territorial que permita activar acciones cercanas a las realidades rurales y urbanas del país, que responda a situaciones especiales como la superación del conflicto armado o la acogida a las personas migrantes e integral que permita acceso a todos los derechos. Plantea disposiciones específicas para la garantía de derechos de personas trans y no binarias. Además de ello, el proyecto consagra rutas específicas para el acceso a la educación, garantías en los tratamientos de afirmación de género, acceso a trabajo decente, reconocimiento de las labores del cuidado y la eliminación de las barreras para la modificación de documentos y el reconocimiento pleno de las identidades de género diversas.
Este 31 de julio, luego de meses de un diálogo trans y no binario por todo el país y con diferentes sectores del movimiento, la Plaza de Bolívar de Bogotá y el Capitolio Nacional se teñirán de amarillo, símbolo de energía, transformación y alegría, portado por decenas de personas trans y no binarias procedentes de todas las regiones y las realidades sociales y poblacionales de Colombia, para exigir ley de identidad integral trans ya y radicar ante las y los congresistas un articulado que recoja las expectativas de cómo en lo cotidiano sus vidas pueden ser dignificadas y vividas, y que esperamos que senadores y representantes a la Cámara respondan con altura a este momento histórico para la igualdad.
Es en memoria de Diana Navarro y su lucha incansable de negra, puta y marica; de Laura Weinstein y su consagración por el cuidado de sus hermanas trans, de las trabajadoras sexuales, las que han dejado la piel en la calle, las que están condenadas a la periferia, las que diariamente se abren en una sociedad hostil, las personas trans campesinas, afro e indígenas, los hombres trans, las personas no binarias, las que promueven procesos organizativos, están en la academia, en la cultura y en la política, vidas aniquiladas, vidas mayores, vidas que exigen dignificarse, personas trans y no binarias que exigen un reconocimiento pleno de derechos. Por y con ustedes, será ley.
Wilson Castañeda Castro
Director Caribe Afirmativo