1 de mayo de 2022. Cada vez que Chantal y Selena salen a la calle una hilera de miradas morbosas las señalan. Ellas son dos mujeres trans venezolanas que viven en el barrio El Carmen y que cada día deben exponerse al prejuicio imperante en su barrio y a la doble discriminación, pues no sólo las vulneran por sus cuerpos feminizados si no por su nacionalidad, porque entre vecinos, taxistas y la misma policía las tratan como invasoras, como seres indeseables que atentan con la “moral y las buenas costumbres” y según ellos deberían irse del barrio solo por eso, por no adaptarse a la heteronorma. 

No es la primera vez que el acoso callejero y las prácticas discriminatorias de las personas contra las mujeres trans escalan en fuertes agresiones que terminan con el exilio de la víctima de su territorio. Chantal y Selena cuentan la historia de Esmeralda, una compañera trans que transitaba con frecuencia el barrio y una vecina no soportaba su presencia. A ella le enervaba la belleza de Esmeralda, su auténtica manera de caminar en tacones y prendas ajustadas al cuerpo de forma elegante, así que las agresiones contra Esmeralda empezaron siendo insultos y gritos cada vez que ella pasaba frente a su casa. Al principio a Esmeralda no le importaba, ya estaba acostumbrada a los insultos en la calle y pensaba que las acciones de su vecina no eran distintas a las demás, pero la violencia escala y en una ocasión le lanzó agua caliente y ácido para ahuyentarla del barrio. 

Esmeralda resistió a estas agresiones y aunque Chantal y Selena no precisan muy bien que le pasó a ella después, saben que Esmeralda se fue del barrio y que la vecina no recibió ningún tipo de sanción judicial al respecto. Es que los ataques con ácido son una modalidad de las violencias basadas en género y poco se habla de este tipo de violencia contra mujeres trans, pues estos ataques van directo a sus rostros, que generalmente son la primera parte del cuerpo feminizada y que en el maquillaje y estética representan la identidad y expresión de género de la persona. Sólo en el 2021 se registraron 43 ataques de ácido en Colombia contra mujeres, la mayoría jóvenes, sin embargo, la categoría de violencia por prejuicio y estos ataques contra mujeres trans es algo que aún no se ha profundizado como un fenómeno de violencia discriminatoria que busca atentar contra los cuerpos disidentes.

Chantal y Selena dicen que les da una sensación de angustia en el estómago cada vez que cuentan está historia y esto tiene que ver con que ellas podrían ser las próximas en sufrir un ataque de esta índole. Por ejemplo, una vez Chantal pidió un taxi y al subirse el conductor notó que es una mujer trans y él escandalizado le dijo que se bajara del carro, que es cristiano y que es inmoral para él llevar a una persona como ella en su vehículo. Chantal se sintió profundamente ofendida y discriminada y le pareció absurdo lo ocurrido, puesto que en el barrio hay una iglesia Católica y nunca han vivido algún tipo de discriminación por parte del sacerdote y personas que asisten a la iglesia, de hecho las mujeres trans que son de fe católica van a la iglesia a solicitar misas por sus familiares o el aniversario de algún ser querido que falleció, y no les ponen ningún problema. 

Lo le que ocurrió a Chantal en el taxi también le paso a otra compañera trans de ellas. A Sabrina, que un día tomo un bus de regreso a su casa en El Carmen y una persona con una biblia en mano que se sube a predicar en el transporte público la vio a ella y al reconocerla como mujer trans empezó a simular un exorcismo, a ultrajarla y forcejear con ella para que saliera “el demonio que la invade”, pues desde una mirada judeocristiana se ha creído que ser una persona trans y tener una orientación sexual diversa es cosa del demonio, como por muchos siglos lo condenó la iglesia católica en la inquisición. Para alivio de Sabrina los pasajeros del bus se dieron cuenta de la violencia que ejercía este personaje haciéndose pasar por pastor o sacerdote contra ella, y lograron disuadirlo y hacerlo bajar del bus. Sin embargo, esto da cuenta que el transporte público tanto buses, busetas, el transmetro y los taxis son espacios inseguros para personas LGBTI, pero sobre todo para la población trans. 

Por otro lado, Selena cuenta que además de los prejuicios de los vecinos, las miradas y violencias de los taxistas y mototaxistas, la policía es otro actor que las vulneran. Cuando salen en la noche ya sea a trabajar o a la zona rosa y establecimientos de comercio que hay en el barrio, ellos las requisan y les exigen sus documentos de identidad, cuando se dan cuenta que son venezolanas las insultan y por lo menos en el caso de Selena suelen llamarla con pronombres masculinos y el nombre que aparece en su documento de identidad. 

Geográficamente el barrio El Carmen se ubica cerca la vía La Cordialidad y esto da pie para que allí exista una amplia zona comercial entre billares, restaurantes y discotecas. Dos de éstas son discotecas LGBTI que representan espacios de diversión y ocio para las personas sexualmente diversas, estos escenarios se conocen como “La Roma internacional” y “Sucar” y cada fin de semana decenas de personas LGBTI se concentran allí para bailar y disfrutar de los espacios seguros que no tienen en el ámbito público. 

En este barrio habitan alrededor de 10 mil personas y de estás 10 mil se presume que hay una cantidad considerable de personas LGBTI que suelen reunirse en la calle o hacen reuniones en las casas de sus amigos y amigas como cualquiera, pero cuando esto pasa los vecinos suelen rechazarlo y en consecuencia resultan llamando a la policía, no porque se esté incumpliendo algún parámetro del código de policía si no como un genuino acto de discriminación. 

Así le paso a Raúl, un hombre gay que estaba celebrando su cumpleaños y de repente un grupo de patrulleros llegaron a su casa a exigirle que le bajara le volumen a la música que los vecinos se estaban quejando y que incumplía el Código de Policía, pero dicho código que habla de la convivencia, del buen trato y la protección de los derechos de las personas parece no ser interiorizado por el mismo cuerpo policial de la institución, pues los policías que llegaron a la casa de Raúl, lo hicieron de una manera amenazante y prepotente, les exigieron dinero a cambio de no seguirlos molestando, a lo que ellos se negaron pero cuando los vieron poniendo comparendos e imponiendo la autoridad tuvieron que darles 100 mil pesos para que los dejaran en paz. Pareciera que estos actos de discriminación ocurren en complicidad con los vecinos y la policía y que detrás hay un interés lucrativo e ilegal en dónde las personas que son víctimas de estos abusos policiales no tienen más remedio que ceder ante la violencia que impone quienes representan la autoridad. 

“Las personas LGBTI no deben pedir ser parte de la sociedad, porque realmente ya somos parte de la sociedad y lo que tenemos que promover es el respeto y la inclusión y además pedir garantías”, señala Larry, quien tiene el título de Rey Momo del Carnaval LGBTI de Barranquilla, quien en repetidas ocasiones ha sido víctima de discriminación por participar activamente en el carnaval LGBTI, aunque para él su gran preocupación son las mujeres trans y más las mujeres trans migrantes que se enfrentan a un doble discriminación en razón de su identidad de género, su nacionalidad y son frecuentemente señaladas como ladronas y consumidoras de droga, que según los habitantes del barrio que las violentan a menudo ellas “dañan la buena imagen del sector”. 

Las personas LGBTI que habitan El Carmen quisieran que el espacio público fuese más seguro y esto no solo incluye a parques, esquinas, plazas, iglesias, sino también al transporte público tanto de taxis como busetas, pues se basan en sus creencias morales y religiosas para justificar los ataques contra los cuerpos disidentes y que la policía representara su deber ser, una fuerza del estado que cuida y protege a las personas sin importar su orientación sexual o identidad de género y no la amenaza constante que significa.