Las prácticas colonialistas lideradas por iglesias y Estados han exportado acciones de desprecio a la diversidad sexual y de género por todo el mundo, siendo responsables de la violencia que esta política patriarcal y heterosexista ha naturalizado en la sociedad.

Nuevamente, un acto de odio, que pretenden justificar, enmarca el mes del orgullo LGBTIQ+. Por estos días, como un ejercicio de reconocimiento, se izan banderas y se realizan eventos públicos que tratan de pintar un mundo más respetuoso de la diversidad sexual y de género. Sin embargo, tal como ocurrió en 2009 en Medellín, un grupo de hombres que enarbolan lo peor del patriarcado, con la justificación de que están en el lado correcto de la historia, destruyó con violencia en la Ciudad de México, en la sede de INFONAVIT, una bandera colocada en sus instalaciones, que se suele poner cada año por esta época. Estos individuos afirman que no les representa y que seguirán destruyendo cualquier símbolo de diversidad que vean en el espacio público, pues solo se sienten representados por los símbolos patrios. Este acto nos recordó la barbarie de un hombre en el Pueblito Paisa de Medellín que, con cuchillo en mano, hace 5 años, descolgó y destrozó una bandera arcoíris. Aunque son dos ciudades diferentes con un margen de tiempo distinto, comparten el hecho de que estos líderes de grupos de hombres naturalizan el odio y usan la violencia para contrarrestar la diversidad, todo ello motivado por un falso imperativo de superioridad moral.

En la sociedad actual, se ha promovido en todas las latitudes y por múltiples sectores sociales y políticos la idea de que la diversidad sexual y de género es una amenaza al orden cisgénero y patriarcal. Se ha graduado esta diversidad como el nuevo “enemigo interno” del Estado y la sociedad. Lo que antes era invisibilidad e indiferencia, en los últimos años se ha convertido en un problema que, según ellos, hay que erradicar de raíz, como si no se tratase de la vida de la gente y sus proyectos de realización no tuviesen vigencia en la humanidad. En este contexto bélico en el que se formulan sus vidas, las personas LGBTIQ+ han sido equiparadas con promotores de violencia y sus pretensiones de realización son vistas como acciones ideológicas que buscan desestabilizar el “status quo”. Así, las personas LGBTIQ+ en la actualidad están siendo expuestas por muchos sistemas políticos y sociales como “peligrosas” y se lideran proyectos públicos y privados para truncar sus vidas, con la máxima moral de que la única manera de salvar la humanidad de sus prácticas despreciables sea aniquilar la diferencia.

Propugnan por un proyecto social regresivo que, bajo los parámetros del capitalismo, requiere mantener la hegemonía masculina, la sumisión femenina, el binarismo como un uso cosificante del sexo biologicista que no se permea por el contexto, entre el hombre que domina y controla la vida y la mujer que es receptora de órdenes y debe hacer del cuidado una práctica de control y no de libertad. Todo esto, en una sociedad alejada de la crítica y la capacidad de inventiva, que está entretenida en los espacios de la familia como un escenario dogmático y bajo la conducción de normas religiosas que, por su estatuto de irracionalidad, no pueden ser discutidas sino acatadas, permite controlar cualquier asomo de cuestionamiento o desacomodo de un sistema que hizo de la opresión su forma de vida.

Pensar el género en la modernidad ha sido el resultado de un proceso crítico del pensamiento individual y colectivo para definir la dignidad y consolidar la libertad. No somos simplemente hombres y mujeres, somos seres en contexto, y esto nos lleva a entender que, más allá de nuestra asignación biológica al nacer, somos el resultado de nuestra interacción, del contexto y de nuestras decisiones. Todo esto hace que seamos más bien el resultado de cada día que la predestinación de una vida. Sin embargo, parece que este ejercicio crítico que conduce a la realización sea motivo de incomodidad para algunos sectores sociales que, coincidentemente, están en el poder. Bien lo señala Judith Butler en su último libro “¿Quién le teme al género?”, una reflexión más que necesaria para espantar los fantasmas que, frente al género femenino, la homosexualidad y la vida de las personas trans y queer, se viene generando en el mundo. Butler señala: “Circulan la idea del poder destructivo del género, promoviendo un miedo existencial que luego es explotado por quienes quieren reforzar los poderes del Estado para volver el orden patriarcal seguro. Avivar el miedo supone que quienes prometen aliviarlo irrumpan con fuerza en la redención y restauración, generarlo y explotarlo provoca que la gente se movilice para apoyar la destrucción de diferentes movimientos sociales y políticas públicas que se entienden que están organizadas alrededor del género”.

La reacción de estos grupos a esta demanda de reconocimiento, lejos de permearles y llevarles a un cuestionamiento en primera persona de sus privilegios, ha sido el trámite violento, que combina acciones políticas y sociales que conducen a despojar derechos a los más vulnerables; niegan realidades que están claras y evidentes, restringen libertades bajo el sofisma del bien colectivo contra la realización personal, caricaturizan las apuestas políticas y criminalizan las prácticas de diversidad y las acciones de disidencia sexual, de género y políticas. Todo ello bajo el mandato de la rectitud moral que crea una dinámica social donde ellos, en su mayoría machos, son los que tienen la razón y el control, y los demás son sus enemigos, no solo de ellos como líderes, sino del proyecto de nación que dicen representar. En suma, tildan a la diversidad sexual y de género de colonizadora, siendo ellos mismos adalides del colonialismo. La califican de ideológica, otorgándole el poder de transformar realidades de forma inconsciente, cuando eso es lo que padecen y acusan a la diversidad de ser destructora del nacionalismo que mueve sus intereses.

Este proyecto de sociedad basado en el odio, para preservar un orden opresor que se resiste a extinguirse, quiere frenar el interés de avance de la sociedad en términos socioculturales y regresar a un pasado de ausencia de sujeto político como ideal social. Levanta pasiones inexistentes para que el reclamo de diversidad sea visto como una amenaza a la vida y promueve, en un mundo cansado de las guerras y agotado por las confrontaciones, escenarios de mayores confrontaciones que hacen imposible un mundo donde todas las personas quepamos. Su nivel de beligerancia es tal que logra aglutinar poderes religiosos de diferentes vertientes, como los católicos y neo-pentecostales, proyectos políticos de todos los espectros, y pone a su servicio miles de millones de dólares que permean medios de comunicación y condicionan servicios. Veamos unos ejemplos:

En la década de los 90, el Pontificio Consejo para la Familia del Vaticano, liderado por el no grato recordado Cardenal Colombiano Alfonso López Trujillo, cuando el VIH crecía en propagación en el continente africano, lideró una campaña para que no llegaran ni se distribuyeran preservativos, prohibió hablar de prevención de infecciones de transmisión sexual y convenció a los Estados de que era mejor hablar de abstinencia y vida sexual en el matrimonio que promover campañas de salud sexual y reproductiva. Esta política es responsable no solo de la propagación del virus, sino de la muerte de muchas personas.

Las iglesias neo-pentecostales estadounidenses, con recursos del Estado en el gobierno de George Bush, condicionaron la cooperación a muchos países africanos, particularmente a Uganda, Kenia y Tanzania, con la determinación de que crearan leyes que sancionaran la homosexualidad y condenaran cualquier acción de organización o conversación sobre asuntos LGBTIQ+. Indicaban en sus proyectos de evangelización en este continente que estas eran las causas mayores de la descomposición social. Así, no solo erradicaron sus prácticas religiosas propias, sino que hicieron ver de la noche a la mañana a miembros de sus comunidades como peligrosos, situación que llevó a crear leyes incluso de penalización y condenas a muerte, y prohibió las asociaciones al respecto.

La derecha en el poder político de Alemania, en la reforma educativa de la federación, ha venido impulsando, animada por los grupos de mujeres trans odiantes, el desfinanciamiento de las universidades para los estudios de género, ha prohibido cátedras sobre género y diversidad sexual y ha vuelto a nominar todo bajo el binarismo de hombres y mujeres, motivados por tres ideas falsas: a) que el género y sus estudios están borrando a las mujeres de la escena académica; b) porque se está prestando para que la universidad construya teorías que desestabilizan la sociedad; y c) que separa a los estudiantes de los verdaderos campos del conocimiento. Además, se ha satanizado el discurso queer y las críticas al binarismo, tachándolas de destructoras de los sistemas científicos y de verificación de las teorías sociales, olvidando el sentido crítico y transformador de los estudios.

La resistencia a las migraciones en Italia por un falso nacionalismo donde no caben las personas LGBTIQ+, racializadas y empobrecidas. El fenómeno mundial de la movilidad humana, que corresponde a la concentración de la riqueza y las inequidades sociales, sumado al cambio climático y a la ausencia de libertades, ha traído experiencias dolorosas de personas que arriesgan su vida pasando por lugares

 de alto peligro para llegar a un lugar seguro, como el Mediterráneo. Ante esto, gobiernos como el de Meloni, lejos de ofrecer acogida y servicios de salud pública, les condenan a una situación de precariedad, criminalizan su existencia y permiten que acciones les lleven a prácticas delictivas como formas de subsistencia. Así, las comunidades en frontera se convierten en las mayores expresiones de odio y resistencia para los migrantes, pues su presencia pone en riesgo su bien más preciado, que es el nacionalismo exacerbado.

Echar para atrás la norma de baños mixtos y el acompañamiento a jóvenes trans en EEUU, luego de conquistas de grupos sociales, particularmente en los Estados del sur del país, donde grupos evangélicos han generado una barrera de derechos para las personas con experiencia de vida trans, donde se documentan altos niveles de depresión y suicidios. Se logró en la primera década del 2000 que los gobiernos y los legislativos construyeran leyes y normas que protegieran sus derechos, sobre todo en el uso de baños públicos que el binarismo les tenía condenados a una práctica naturalizada de discriminación y en promover espacios de formación para que las familias con miembros trans les den un acompañamiento efectivo. Sin embargo, en las últimas campañas y gobiernos republicanos se han tildado estos avances como ideológicos, se han derogado normas y se ha llegado al prohibicionismo de los asuntos de diversidad sexual y de género en los espacios escolares.

El proceso de paz en Colombia, que en su plebiscito luego de firmar el acuerdo promovió el no, fue un retroceso validado en tres falacias, entre ellas el enfoque de género que, según detractores, convertiría a muchas personas, sobre todo en infancia, en homosexuales y le quitaría la tutoría de la educación a los padres y madres de familia. Si bien esto fue superado en el acuerdo del teatro Colón, dejó en el país una estela de odio frente a la diversidad sexual y de género y destacó en el sistema político y social unos liderazgos que empezaron a hacer política de forma frontal para desmontar derechos adquiridos y promover nuevas normativas que regresen prácticas patriarcales y misóginas.

Normas restrictivas en Hungría donde el judicial, ante solicitudes de protección y amparo a personas que denuncian delitos promovidos por su orientación sexual y de género, han tomado decisiones a la inversa: o niegan protección por considerar insuficiente determinar persecución motivada por orientación sexual y de género; o consideran que las víctimas son responsables de los hechos de violencia, pues sus conductas, proyectos de vida y acciones políticas, según conceptos judiciales, son determinantes de dichas acciones. Además de ello, han instado al legislativo y ejecutivo a restringir libertades, prohibir protección a migrantes LGBTIQ+ y limitar los espacios públicos y de concurrencia de personas sexo-género diversas.

La prohibición de asociación y propaganda en Rusia, liderada por el presidente Putin, que desde el mundial de 2008 restringió las manifestaciones de apoyo a los derechos LGBTIQ+ y que en los últimos años ha agudizado la persecución, prohibiendo la asociación y la propaganda de derechos, tildándola de promover el terrorismo y la violencia. Bajo su insistente llamado de que está en una agenda geoestratégica para imponerle al país asuntos externos, ha logrado que su electorado sea simpatizante de estas políticas y se aumenten las expresiones de violencia y odio callejero contra personas sexo-género diversas, sus familias y organizaciones. Además de ello, en su política bélica de ocupación, han hecho de las personas LGBTIQ+ objetivo de violencia de parte de su ejército.

Los buses del odio en España, Chile y Perú. La organización Citizen Go, liderada por fuerzas religiosas españolas, que ha usado de forma elemental y casi vulgar la descripción de los cuerpos y sus usos, desde el año 2017 viene promoviendo acciones propagandísticas con su famoso bus que en esos países viene propagando una campaña incendiaria contra las infancias trans, los proyectos de ley y las acciones de protección para las personas trans y no binarias y el matrimonio de parejas del mismo sexo. Mensajes como “con mis hijos no te metas” o “las niñas tienen vagina y los niños tienen pene” apelan a la sensibilidad para justificar el odio y el desprecio a la diversidad; todo ello además apelando y usando formas comunes de Hispanoamérica como la religión y la cultura, tanto en el espacio público como en los escenarios políticos.

Las alianzas políticas y religiosas en Brasil en el gobierno de Bolsonaro consolidaron una alianza entre iglesias evangélicas y poder político que funcionó en doble vía: de un lado entregando a las iglesias la educación, permeó la cultura ciudadana del odio como práctica educativa y llevó al legislativo iniciativas para frenar avances, retroceder derechos y limitar libertades, situaciones que aún hoy tienen consecuencias claras en las comunidades brasileñas, tanto en lo urbano como en lo rural, que han naturalizado la indiferencia contra las personas LGBTIQ+, han eliminado los programas sociales con enfoque diferencial y han hecho que muchas personas, como estrategia de sobrevivencia, oculten su orientación sexual o pongan límites a su expresión de género.

Todo ello atizado con la falsa teoría de que el odio es justo y que es menester de estos liderazgos poner orden a la casa. Luego dicen que la pretensión de vida buena de las personas que sufren estas consecuencias es resultado de una ideología moderna que busca colonizar y destruir las familias, cuando son ellos con su autoritarismo quienes impiden la vida buena. ¿Desde cuándo buscar la realización personal se volvió un asunto de colonización ideológica? Es más que eso: no son ideas, y no se pretenden imponer, es una demanda del buen vivir, que más que una idea para imponer es un proyecto para realizar en la cotidianidad. Vivir feliz lo suyo de odiar es la más recalcitrante forma de colonizar que además aniquila.

Wilson Castañeda Castro

Director Caribe Afirmativo