16 de octubre de 2021. “Abandonar mi país fue un proceso confuso que acarreó mucha incertidumbre”, expresa Sumeire Alexandra Caballero, una mujer lesbiana migrante de Maracay, ciudad del Estado de Aragua (Venezuela) quien migró a Colombia ante la emergencia humanitaria del país vecino junto a centenares de personas que no tenían acceso a una atención de la salud básica ni a una alimentación adecuada.
Alexa, como le gusta ser llamada, vino sin tener ningún conocimiento de Colombia, y con poco dinero. Explica que sus primeras semanas en el país fueron muy difíciles porque estaba alejada de su familia: “acá en Colombia he sido discriminada y rechazada. He sufrido. Es difícil alejarte de tu hogar y saber que acá no estará tu familia ni tendrás un lugar seguro para dormir o pasar un día lluvioso. Aunque he encontrado a personas que me han brindado su apoyo para salir adelante. Me ha tocado trabajar duro”.
Como ella muchas mujeres venezolanas desean regresar a su país, pero, aunque no les guste su nueva vida en Colombia están ganando mejor dinero que en Venezuela, el cual, pueden compartir con sus familias para el sostenimiento de estas desde la distancia. Aunque es un arduo trabajo debido a que luchan y resisten bajo el triple estigma de ser mujeres, migrantes y personas diversas.
“Salí para ayudar a mi mamá y a mi abuela. Yo provengo de una familia humilde y ya no teníamos dinero para comprar alimentos y sobrevivir el día a día, así que tomé la decisión de cruzar la frontera y probar suerte en Colombia. Sin embargo, siempre decía que me iba a quedar en Venezuela luchando; es mi país. Pero llegó un punto en el que no podíamos más: salíamos de Venezuela o nos moríamos de hambre.”, expresa.
Migrar es más difícil para las mujeres, porque la mayoría se enfrentan a peligros que la mayoría no se alcanza a imaginar como “el abuso sexual, la extorsión, la trata y los accidentes durante sus viajes”, de acuerdo con Naciones Unidas. En el mundo hay 130 millones de mujeres migrantes, que representan el 48% de la migración internacional; la mayoría de ellas entre los 25 y 34 años. Trabajan en la informalidad, sin contrato y con una cobertura limitada de las leyes laborales.
“Tener un trabajo formal no fue posible. Así que me he desempeñado como vendedora informal siendo a veces víctima de maltrato por parte de algunas personas que pueden tirarte la puerta en la cara, cerrar los vidrios de los carros y hacer un mal gesto. Es fuerte porque uno enfrenta el rechazo, todo por tener algo para comer”, señala.
Actualmente se encuentra viviendo en Cartagena (Bolívar) y todos los días se levanta muy temprano para vender agua, gaseosas, cerveza, entre otros productos para poder sostenerse y pagar el arriendo de la pieza donde se encuentra viviendo con una amiga. “He conocido personas muy buenas que aprecio y adoro, ellas me han permitido encontrar en me dio de la oscuridad una luz para continuar y no desfallecer. Cada día me levanto temprano para trabajar y dar lo mejor de mí”, dice.
Finalmente, señala que estar alejada de su familia y dejar su país fue algo drástico. “No me he acostado sin comer, pero siempre tengo la preocupación de que llegue el día que no. Espero regresar algún día a Venezuela, ya que no puedo estar para siempre alejada de los que amo y aprecio. Pero yo me siento bien aquí, aunque todo sería mejor si tuviera una casa y un trabajo formal”.
Este artículo fue posible gracias al generoso apoyo del pueblo de Estados Unidos a través de USAID. Los contenidos son responsabilidad de Caribe Afirmativo y no necesariamente reflejan las opiniones de USAID o del gobierno de Estados Unidos.