20 de febrero de 2022. Los países donde la violencia pasó de ser algo extraordinario a la cotidianidad, la impunidad se establece como una estrategia que extiende el dolor, amplia el sufrimiento y confirma el estado de indefensión en el que se encuentran las víctimas de los actos que ponen en riesgo la dignidad humana. Además con esa especialización perversa que tiene la violencia de generar vulnerabilidad, la mayoría de ciudadanas y ciudadanos que representar diversidad por su pertenencia a grupos poblacionales o ubicación periférica, están expuestas a mayores expresiones de crueldad y por el olvido al que están confinadas, terminan en estado de indefensión, donde su invisibilidad permite al perpetrador cometer el crimen con el falso convencimiento que la vida de la persona aniquilada por despreciable, es de menor valor.
Las personas con orientaciones sexuales, identidades y expresiones de género diversas en Colombia al igual que en muchos países de la región, hacen parte de las personas que por su alta vulnerabilidad, ante la violencia se encuentran en estado de indefensión y se ven sometidas a continuos de violencias, que hacen que sea toda una odisea desarrollar una vida tranquila: discursos de odio, discriminación sistemática, amenazas de muerte, intentos de homicidios y feminicidios, homicidios y feminicidios y violencia institucional, hacen parecer que lo que logran las personas LGBTI en esta sociedad es “sobrevivir” a un mundo que estructuralmente es hostil con quienes se enuncian desde la diversidad y responde a su exigibilidad de reconocimiento con prejuicios que aniquilan sus vidas.
El 23 de febrero del año 2007 en Cartagena, un migrante cubano, que busco construir su proyecto de vida en el caribe colombiano, combinando su cotidianidad entre la enseñanza del periodismo, la composición musical y la radio comunitaria, fue asesinado en su residencia del barrio Torices, con altos niveles de sevicia y con múltiples expresiones de crueldad sobre su cuerpo, que dejaban constancia del desprecio hacia su existencia sentido por el perpetrador. Rolando Perez, la vida que fue apagada cuando más brillaba en su proyecto de vida y que 15 años después su homicidio sigue sin esclarecerse, no solo es el mejor ejemplo de que la impunidad es la extensión del dolor de la muerte, sino que se manifiesta como señal inequívoca que en este mundo hay vidas que no importan, ausencia que no se nombran y victimas que no se reparan.
La escena de su crimen que se repite cada año en Colombia, con las noticias estridentes de asesinatos a personas LGBTI, es la clara muestra, que son un grupo poblacional, que a pesar de que se avance en materia formal, en la vida cotidiana están en altísima vulnerabilidad y en Estado de indefensión: son presentadas como víctimas anónimas que fueron rematadas por la combinación de múltiples formas de violencia, que su victimario ejercicio sobre ellas con el propósito de borrarles y a la vez de mandar un mensaje de terror a su alrededor y cuando las autoridades se ponen al frente de la situación, al enterarse que la víctima es una persona con orientación sexual o expresión de género diversa, de inmediato, bajo la lógica del prejuicio sexual, legitiman su muerte en una sociedad indiferente ante muchas vidas que se les prohíbe vivir.
La inoperancia de la Fiscalía que cada año cuando se convoca la memoria de Rolando, envía sus fiscales y policías judiciales, bajo el falso dilema se de reactivar la investigación, sometiendo a las personas testigas a repitir la tortuosa tarea de revivir los momentos de dolor en declaraciones que nuevamente son archivadas; La Policía con una autoridad uniformada de discriminación, que por más que se le discipline se niega a reconocer que sus expresiones patriarcales machistas, transfóbicas y homofóbicas validan la violencia y los gobiernos locales que se hacen de odios sordos, creyendo que poner una bandera arcoíris remedia la exclusión estructural con la que gobiernan y el resultado de este Estado indolente en el caso que nos ocupa es que: aun no sabemos quien mató a Rolando, desconocemos porque tanto odio en su corazón para impactarlo más de veinte veces con un arma contundente y alterar la escena del crimen para que distraer la atención. Todos los días estos quince largos años nos preguntamos. ¿Por qué lo hizo? ¿Qué motivo su altísima crueldad? ¿Por qué borrar su vida?
Ahora, tiempo después, siguen siendo igual de vigente ¿quién lo mato?, dato importante en la investigación criminal y que asuma el castiga indicado; pero esto no resuelve la impunidad, pues con los actuales mecanismos de beneficios que otorga la ley penal, decir que se es culpable, si bien da la posibilidad a la justicia de cerrar el caso, para mostrar resultados, también le da ventaja al victimario, quien de inmediato, respondiendo afirmativamente a la pregunta ¿Quién lo hizo? se acoge a rebaja de penas, sin que la fiscalía indague las motivaciones, el ¿por qué lo hizo? Que es en el fondo la respuesta que necesitamos, pues nos conducirá a conocer de raíz lo que hace que se reproduzca tanto odio y violencia contra las personas LGBTI y proponer acciones preventivas para no seguir contando victimas y llorando vidas que no pueden ser vividas.
El sábado en la mañana cuando fue encontrado sin vida el cuerpo de Rolando, de inmediato hizo presencia el Coronel Mena, que al saber que se trataba del cadáver de un hombre gay, expresó públicamente un discurso homofóbico que termino validando su muerte: “se lo buscó”; situación que le mereció un proceso disciplinario en la Procuraduría que concluyó que había incitado al odio y le ordenó disculparse públicamente, acto que no hizo en los cinco años mas que siguió de comandante de policía de Cartagena, ni luego como general Inspector de Derechos Humanos, ni ahora como un policía retirado, líder de la cienciología. Expresión similar tuvo la personera Distrital Olimpia Buelvas que, ante la solicitud de actuar de oficio, respondió que los cartageneros no son homosexuales, que lo son algunos turistas y por tanto ella debía ocuparse de las cosas que de verdad eran de los nativos y residentes. Los medios de comunicación locales que, alimentados por la actitud policial y del ministerio público, gastaron columnas y artículos de análisis los días siguientes, discutiendo quien era más malo el victimario que lo mato a mansalva o la victima que lo provocó por su orientación sexual.
Como este hay muchos casos, casi todos los casos de personas sexo-genero diversas, en 2017 cuando recordábamos 10 años de ausencia de Rolando, en respuesta a un Derecho de Petición, se nos decía que de cada diez asesinatos de personas LGBTI, solo 3 eran investigados, dos desestimados por falta de investigación y un solo caso terminaba exitosamente la investigación, logramos concluir entonces, que en Colombia la impunidad en los casos de violencia por prejuicio era superior al 90%; cinco años después las cosas de seguro no han cambiado mucho, si no es que han empeorado, porque hay mas muertes y es menos eficaz el Estado, que no investigan, ni acusa, ni prioriza ni le importan las personas sexo genero diversas.
Esta impunidad sistemática y cotidiana en los casos de violencia hacia personas LGBTI se ha convertido en un mensaje social de la impunidad como respuesta al acceso de justicia que buscan las personas LGBTI: olvida que es su deber investigar y reparar graves violaciones de derechos humanos. No asume la Fiscalía una investigación seria imparcial y efectiva y tendiente a establecer responsabilidades; en 2013 se creó una figura de fiscales destacados para llevar los asuntos LGBTI; pero a pesar de que tienen buena disposición, la ausencia de acompañamiento institucional no les ha permitido avanzar en hacer un buen ejercicio de la tipificación de los delitos por prejuicio y ello se puede constatar en la dilatación que el despacho del Fiscal ha tenido con la guía de buenas prácticas para la investigación de violencia por prejuicio.
El día que los amigos de Rolando fueron al aeropuerto Rafael Núñez a despedirse de su cuerpo que se dirigía a la Habana para su ultima morada, un letrero grande se abrió en la sala de embarque: “No se mata lo que no se olvida”; El Estado, la fiscalía con su inacción y la policía con su crueldad, no solo han querido matar y rematar a Rolando sino borrarlo de nuestra memoria, pero aquí estamos y estaremos siempre en el fragor de esta lucha contra la impunidad y la indefensión, hasta este sea un mejor país para los LGBTI.
Hacer justicia de este asesinato que motivo el origen de Caribe Afirmativo, trabajar para erradicar esas motivaciones que hacen que las vidas LGBTI no puedan ser vividas, prevenir cualquier tipo de violencia como respuesta ante la diversidad sexual y de género, para que esto de ser disidente sexualmente no sea un asunto de sobrevivencia. Esperamos que los escenarios internacionales como el Sistema Interamericano de Derechos Humanos, no solo pueda hacer justicia a Rolando, sino condenar al Estado por que su inacción le conduce a ser responsable de los prejuicios sistemáticos que suman centenares de personas asesinadas, decenas de personas desaparecidas y miles violentadas por el desprecio que se cultiva hacia ellas por el solo hecho de querer vivir su vida.
Wilson Castañeda Castro
Director Corporación Caribe Afirmativo