29 de noviembre de 2021. A quienes consideren que relatar las historias de vida de personas migrantes y refugiadas venezolanas es fácil, les pedimos dar un paso hacia adelante. Sentarse frente a un ser humano cuyas circunstancias le han obligado a dejar atrás familia, sueños, amigos, anhelos y deseos y, además, solicitarle permiso para grabar sus palabras y, posteriormente, plasmar más que esas palabras, el dolor que encierran y que evidencia su mirada en cada respuesta acompañada de lágrimas cargadas de dolor, difícilmente puede no causar que se arrugue el corazón de quien lo escucha.
La empatía es inevitable y la solidaridad es consecuente; es difícil no conmoverse ante una situación que, día a día, se acrecienta y, al multiplicarse, condena a centenares de personas a la tristeza profunda que implica partir de la nada y aventurarse en la búsqueda de nuevas oportunidades, cuando se tenía antes una vida tranquila y, aparentemente, segura en su país de origen. Es inevitable no conmoverse percibir que tantos seres humanos se ven obligados a buscar otros derroteros en un lugar desconocido, enfrenando la discriminación, las miradas de desprecio y hasta la persecución por parte de otras personas, que solo se diferencian de ellos por una nacionalidad y unas circunstancias en el momento estables en su país de origen.
Todo esto impone la pertinencia de una reflexión profunda sobre la vida y el entorno particular que rodea a cada ser humano en su individualidad, concientizándonos en la importancia de considerar a la población de migrantes venezolanos y venezolanas como más que una cifra plasmada en una estadística. Es decir, esta es la historia de otros seres humanos que sufren y, por ende, no puede limitarse su existencia y dolor a simples estadísticas presentadas por las entidades responsables en el Estado colombiano.
Hoy, amplificaremos la voz de Nayrimi Valbuena, una mujer bisexual caraqueña, madre de una niña y un niño. Hace tres años se arriesgó a venir a Colombia, dejando atrás una profesión que le permitió tener su casa propia y formar una familia en el país vecino.
“Con 12 años de experiencia laboral emigré porque comenzó a afectarme la complicada situación del país. A pesar de tener cuatro empleos en Venezuela, llegó un momento en que los gastos y las deudas comenzaron a crecer y el dinero a disminuir. Ya no me alcanzaba para solventar las mínimas necesidades de mis hijos. Además, como madre soltera, tenía que velar por su educación, alimentación y bienestar en general, ya que no he contado en ningún momento con el apoyo de sus padres. Aun así, les permití que tuvieran cercanía con ellos. Ante tales circunstancias, tomé la decisión de viajar a Colombia a probar suerte, con la firme esperanza de conseguir rápidamente un trabajo, convencida de que, al tener preparación, ganas y confianza, encontraría un nuevo presente y un futuro prometedor”, relató Nayrimi.
Con un currículo que destacaba su preparación como técnica en mamografía y radiología de diagnóstico, con una especialidad en terapia intensiva en pacientes crónicos, neonatos y adultos –una vez instalada en Barranquilla, capital del departamento del Atlántico–, sacó más de 20 copias de su hoja de vida para visitar distintos centros de salud de la ciudad y solicitar empleo.
“En Venezuela trabajé en diferentes hospitales y centros de salud. Así que, sin miedo, fotocopié mi hoja de vida y salí a caminar y tocar puertas. Lastimosamente, me encontré con la triste realidad que el proceso para ejercer mi profesión en Colombia no fluiría como esperaba y aun cuando entré de manera regular y contaba con toda mi documentación en regla, nada era posible”, mencionó.
Tiempo después –y gracias a su persistencia y tenacidad– logró obtener un trabajo en una clínica pero, al transcurrir las semanas, no se hizo esperar la explotación laboral por parte del empleador, lo cual afectó su salud física y mental.
“Entré como auxiliar en una clínica y, puesto que había papeles que no podía apostillar por los altos costos, se aprovecharon de estas circunstancias para cancelarme un pago inferior a lo que legalmente me correspondía y habíamos pactado. A veces, hacía diario $10 mil o $15 mil. Esto me obligó a ser ingeniosa de tal forma que, en el día, trabajaba en la clínica y, en la noche, vendía tinto y dulces. Recuerdo noches enteras trabajando sin poder descansar y caía en mi cama rendida por el agotamiento, el llanto y la desesperanza”, expuso.
Según el informe Desafiar la Incertidumbre (2021), los trabajos precarios hacen parte de una realidad que se padece diariamente y se manifiesta en bajos salarios, largas jornadas de trabajo y oficios que implican recarga laboral, justificándose en repertorios que tienden a resignificarse bajo discursos de resignación: “al menos tengo un trabajo”, “allá están peor”, entre otras expresiones similares.
Nayrimi reconoce que fue una experiencia poco agradable porque muchas veces tuvo que caminar por partes muy peligrosas para poder completar para el arriendo de la pieza, comer y transportarse. “Yo vivía con mi actual pareja, pero él no estaba trabajando, así que, muchas veces, tuve que triplicar el trabajo que realizaba”, narró.
Desde Caribe Afirmativo se ha identificado que la naturalización de la explotación laboral, la resignación, así como la alegría por poder contar con algo de dinero para enviar a sus familiares, hacen parte de una trama de emociones y sentimientos que acompañan a muchas de las personas LGBTIQ+ en situación de movilidad humana. Esto se ajusta a lo expuesto en el informe Sentir que se nos va la vida (2020), el cual detalla que las y los migrantes se enfrentan a escenarios con pocas –o nulas– oportunidades laborales y a una incertidumbre constante, donde predomina un sentimiento de que la vida se va y se esfuma en círculos repetitivos de fuga y sobrevivencia.
“Me sentía, como dicen los colombianos, barro. Nada estaba saliendo bien. Decidí llamar a un amigo que vivía en Perú para que me prestara dinero y poder viajar a ese país. Quizás allá mi suerte podría cambiar. Para no demorar mis planes no le dije nada a mi pareja, solo le conté una vez tuve el dinero para iniciar esa nueva travesía. Lamentablemente, en Colombia no me salía el permiso. Los papeles que traje no estaban teniendo validez y todo fue muy deprimente. Por eso decidí irme a Perú”, relató Valbuena.
El continuo transitar de un país a otro es para muchas de las personas en frontera una práctica económica y social de supervivencia.
“En Perú duré seis meses. La experiencia en ese país fue distinta. Al segundo día de llegar, comencé a repartir mi hoja de vida en varios lugares. Al tercer día, ya estaba trabajando como mesera. Gracias a esta oportunidad, pude pagarle a mi amigo, arrendar sola, comprar un colchón y enviar dinero a Venezuela, donde mi mamá cuidaba de mis hijos. Lo que no sabía en aquel momento era que estaba embarazada”, detalló.
Con 37 años, Nayrimi hubiera podido ser madre por tercera vez pero, por el desplazamiento a Perú, las arduas horas laborales, el estrés y la depresión, sufrió un aborto espontáneo. “No sabía que estaba embarazada cuando migré a Perú, por eso no me cuidaba; subía y bajaba escaleras, cargaba baldes y poncheras, levantaba platos, estaba de pie por mucho tiempo y comía a deshoras. Eso me produjo la perdida. Por otra parte, por el tiempo que tuve que incapacitarme, perdí mi trabajo, así que comencé a vender marcianos o, como le dicen aquí, bolis, mientras iba repartiendo hojas de vida. Un día me llamaron para trabajar en una casa haciendo limpieza y lavando platos. ¡Dios mío, yo lloraba!. Semanas después, fui seleccionada para trabajar en un sauna, donde rogué que me aceptaran. Les dije que aunque no fuera fisioterapeuta graduada, tenía conocimientos básicos en rehabilitación física, entonces me dieron la oportunidad”, expuso.
Sin embargo, la soledad, la presión y la insistencia de su pareja para que se regresara a Colombia hizo que reuniera lo suficiente y regresara a Barranquilla. “Cuando llego acá, logro hacer contacto con miembros de la Cruz Roja seccional Atlántico, quienes la remitieron a Caribe Afirmativo para participar en sus procesos con población migrante LGBTiQ+.
“Con la Cruz Roja, comencé un proceso de voluntariado desde el área de la salud y, después, inicié trabajos con Caribe Afirmativo, donde apoyé algunos proyectos y me formé en temas de liderazgo. En ese tiempo, no tuve un ingreso mensual, pero pude adquirir nuevos conocimientos sobre mis derechos cómo migrante y qué debía hacer si era discriminada o rechazada por mi orientación o nacionalidad. Gracias la formación que recibí, pude mirar con otros ojos los procesos migratorios, ya que conocí otros casos de personas que, como yo, pasaban dificultades. Me dije ‘todos somos iguales y puedo aportar a Colombia y a otros venezolanos y venezolanas que llegan al país. Podría guiarlos para que no se sientan solos aquí’”, aseguró.
Durante la pandemia de Covid-19, muchas personas LGBTIQ+ migrantes no podían salir a buscar empleo, así que empezaron en condiciones de extrema pobreza, sin tener una manera de cubrir muchas de sus necesidades básicas, incluso, fueron desalojadas de sus viviendas. En muchos casos, han tenido que salir a las calles para buscar una manera de subsistir, desobedeciendo las medidas de confinamiento.
“Hubo días que tuve que dormir en la calle. Eso no se lo deseo a nadie. Muchas veces fui desalojada con mi pareja porque no teníamos con qué pagar o porque, en los lugares donde llegábamos, nos ponían problemas por el tema de la bioseguridad cuando llegábamos de trabajar y teníamos que reunir para poder cancelar. Un día nos dejaron de la calle a las 10:00 p.m., no nos abrían la puerta en donde nos quedábamos y tuvimos que dormir en una plaza”, recuerda.
No obstante, con el tiempo, mejoraron las cosas y empezaron a ahorrar. Fue así como pudieron conseguir un apartamento con un buen precio para ser arrendado. “Después de todas estas experiencias, le dije a mi pareja que yo no quería volver a vivir en una pieza y pagar por día. Entonces, caminando y buscando, un día encontramos un apartamento con dos habitaciones en el sur de Barranquilla. Lo arrendamos enseguida. Tenemos lo necesario. Aún faltan cositas, pero pude traer a mi hija de Venezuela y brindarle un techo. A futuro, tenemos pensado traer a nuestras madres y a mí hijo pequeño, pero esto último será cuando podamos conseguir un espacio más grande”, manifestó.
Actualmente, Nayrimi trabaja como domiciliaria. Ahorrando y aprovechando una promoción de una moto, la compró y las cosas comenzaron a mejorar. “Tenía algo de dinero y mucha ilusión de adquirir algo que nos quedara y pudiéramos sacar más provecho. Entonces, compramos una moto que nos vendían a buen precio. Además, ya había tenido una fractura por hacer los domicilios en bicicleta y queríamos algo que nos permitiera aumentar nuestros recursos económicos. La moto permitiría que los domicilios fueran más rápidos, pero seguimos buscando alternativas. También estoy haciendo bolis artesanales de coco, mango biche, brownie, entre otros, para vender. Los seres humanos tenemos muchas habilidades y a veces no las sabemos utilizar, así que es importante comenzar a ser creativos para sobrevivir”, comentó.
Asegura que a pesar de que le ha tocado llorar y sufrir, observa todo como un aprendizaje, diciendo: “esto representa experimentar y conocer cómo puedo darla toda a pesar de las dificultades”.
Podríamos decir que Nayrimi es solo un caso más de un migrante…pero Nayrimi es más que un caso. Es la representación del ser humano que sufre solo, se cae, se levanta, sonríe, mira al cielo y enjuga sus lágrimas con decisión una y otra vez, pensando que –tarde o temprano– Dios lo mirará con misericordia y sensibilizará el corazón del prójimo ante el dolor de quienes, como ella, no están en Colombia porque lo decidieron con entusiasmo. Estas personas están aquí porque un día su país dejo de ser suyo para convertirse en una amenaza para su propia subsistencia. Ellos son quienes hoy envían un mensaje a los colombianos y colombianas a sensibilizarse y pensar en que, tal vez, un día su presente podría también tambalear. Enfatizan en que, ante situaciones similares, solo se desearía que las otras personas –con sus propios sueños y sufrimientos– “mire a tus ojos con los suyos, dispuesto a acoger con amor y brindar una segunda oportunidad a otro ser humano para que viva dignamente”.