28 de febrero de 2021. Después de catorce años del asesinato de Rolando Pérez, su ausencia continúa siendo un triste recordatorio de que su muerte aún sigue impune por el recibo homofóbico que tuvieron las autoridades de Cartagena, lo cual se convirtió en la causa de un naciente colectivo de personas indignadas que exigían que el crimen no quedara en la impunidad, siendo esta la causa de la creación de Caribe Afirmativo. Su asesinato ha valido numerosos análisis de prensa, artículos de opinión e investigaciones académicas, preguntándose ¿por qué mataron a Rolando?, ¿quién lo mató? y ¿por qué las autoridades respondieron con tanto nivel de desprecio a su orientación sexual?; preguntas que, en estos días de febrero, por el aniversario de este fatídico hecho se hacen públicas en medios de comunicación, redes sociales y conversaciones entre amigos, estudiantes y familiares, quienes se resisten a olvidar y siguen movilizándose para saber la verdad.
Hoy no quiero ahondar nuevamente sobre esa realidad de impunidad que nos preocupa y por lo cual seguimos presionando con incidencia en el sistema judicial para que se esclarezca, así como ante el Sistema Interamericano de Derechos Humanos, en respuesta al silencio cómplice de la justicia interna, buscando que se haga justicia. Hoy quiero detenerme en su legado y en cómo acciones de su vida evocan nuestras tareas cotidianas, recordándolo a través de esos ideales que lo condujeron a crear la organización Savia en la ciudad de Cartagena, una gran proeza de solidaridad para las niñas y los niños que vivían en situaciones de exclusión y marginalidad.
Roly –como le decían sus amigos–, nació en La Habana, Cuba en 1964, siendo el menor de tres hermanos, quienes junto a su papa y su mamá formaban fuertes vínculos familiares, inspirados en las enseñanzas de Martí y en los ideales revolucionarios de un mundo mejor. En su casa, donde la igualdad y la justicia social deberían haber sido el motor de sus vidas, el contexto social preservó una fuerte tradición campesina y militar, donde la educación estaba marcada por una formación que buscaba consolidar en los tres hijos la imagen de hombres “a carta cabal”, destinados a la heterosexualidad y a formar un hogar en el que deberían ser su cabeza y ejemplo para sus hijos como sus padres lo fueron para ellos. Con el correr del tiempo, cada uno fue marcando su camino: el mayor estudió Relaciones Internacionales y rápidamente se embargó a trabajar en la oficina de asuntos exteriores de EEUU en Cuba; el segundo, hizo la carrera militar y casi de forma inmediata, se enlistó en el servicio de seguridad del Estado; y Rolando decidió explorar la vida mas alejado de ese vínculo estatal – familiar y, sin perder su interés en la justicia social, buscó un proceso de realización más alejado del postulado de la revolución, de la masculinidad hegemónica y de un patriarcado misógino.
En su formación escolar en el colegio Lenin tuvo, aunque era un establecimiento mixto que separaba hombres y mujeres, su primera experiencia homoerótica: los estudiantes de grados más avanzados enseñaban a los recién llegados cómo besar a las mujeres y, cuando fue su turno, experimentó que no tenía en frente un mero instructor de beso, sino alguien que le generaba eroticidad. Esto chocaba contra las instrucciones que recibía y que rayaban con el machismo y la visión reduccionista de la sexualidad. Ya en los grados superiores, en que se integraban hombres y mujeres, empezó a tener una relación con otro joven, pero, para no despertar sospecha, se hicieron amigos de dos mujeres que eran lesbianas que compartían su situación, decidiendo intercambiar parejas en interés de ocultar sus respectivas relaciones; de este modo, Rolando terminó el colegio e ingresó a la Universidad.
La pareja pública de Rolando era Livua María Evia, quien no solo era su “noviazgo de fachada”, sino que también existía un cariño genuino, puesto que ambos compartían la afición por la música, en la cual Livua se profesionalizó y Rolando, a pesar de que estaba estudiando Ingeniería Industrial en la Universidad de La Habana, ejerció desde ese momento la producción musical con su compañera, especializándose en Comunicación Social en la misma universidad. Juntos emprendieron un sueño muy bonito: producir música con sentido social para cambiar las situaciones de violencia con melodías que lograban promover acciones de solidaridad y de transformación.
La vida universitaria lo acercó a otro mundo para él desconocido en su casa materna: la vida nocturna de La Habana, que era más amable con las personas LGBT. Ahí, empezó a ser habitual que frecuentara lugares de homosocialización como “Cayo Pluma”, el sector del hotel El Tritón y el paseo del Prado, que eran los lugares donde las personas LGBTI en La Habana podían construir espacios libres de encuentro y promover otras formas de relación menos patriarcales y hegemónicas. Más tarde, cuando empezó a ser más evidente la expresión de rechazo del régimen a las prácticas homosexuales en los años 90, ofreciéndoles incluso salir del país a las personas homosexuales “por no ofrecerle nada a la revolución”, su espíritu de no renuncia a la magia de la isla y su amor por la tradición cubana lo motivó a casarse con Livua y, de esa manera, alejar todas las sospechas que se rumoraban sobre que eran homosexuales. Sus dos amigos, es decir, la compañera de Livua y el compañero de Rolando, hicieron lo mismo, y de esa manera en público eran dos parejas de esposos que tenían una gran relación, pero en privado eran dos mujeres lesbianas y dos hombres gais que habían decidido pasar la vida juntos.
Luego de esta experiencia de trabajo con Livua, la cual, desafortunadamente, llegó a su final, decidió explorar nuevos espacios de realización y decidió entrar en contacto con un primo gay que, por presiones de homofobia, había migrado a Colombia con su pareja y había puesto un estudio de grabación en Bogotá. Ese familiar le ofreció un trabajo en el que vio la posibilidad de realizar su objetivo vocacional, por ello hizo el trámite legal y salió de Cuba con permiso de trabajo y se instaló en Colombia en 1994, estando en Bogotá por seis meses. En ese entonces, si bien empezó a consolidar su sueño de hacer de la radio y la comunicación una estrategia de transformación social, no pudo soportar el frio capitalino y se postuló a una convocatoria a la Universidad Jorge Tadeo Lozano seccional Caribe con sede en Cartagena para ser docente de producción radial, y al pasar dicha convocatoria, decidió radicarse en la ciudad.
Para él fue muy fácil enamorarse de Colombia, sobre todo de Cartagena, pues se parecía a La Habana vieja, y si bien fue traumático haber emigrado –habiéndose prometido no migrar más por las experiencias inhumanas que tuvo que afrontar–, se sentía en casa; sin embargo, al tiempo, le aterraba la desigualdad y el olvido del Estado colombiano por lo social. Por ello se embarcó en aportar su grano de arena, promoviendo programas sociales en la radio y en la televisión como “cero negativos”, espacios de crónicas que construía recorriendo los barrios de Cartagena para reconstruir las historias de vida y tenacidad de las lideresas y los líderes locales.
Hoy, quienes lo recordamos tenemos tres recuerdos de él que impulsan nuestro trabajo: su nivel de optimismo y de confianza porque, a pesar de la adversidad, estaba convencido de que todo podía ser mejor; su alto nivel de responsabilidad social para trabajar y dar lo mejor posible de sí cada día; y el hacer las cosas con la mejor dedicación posible, denunciando cualquier asomo de discriminación, exclusión y ridiculización que hiciese daño al bienestar colectivo de nuestra sociedad.
Wilson Castañeda Castro
Director
Caribe Afirmativo